Para los pueblos primitivos el ánima de los muertos era pequeña y miserable, sin fuerzas para animar un cuerpo y dotarlo de vida, pero suficientemente tenaz para atormentar a los vivos en sueños. Podían hacer enfermar a sus descendientes si no se les alimentaba de forma debida, de aquí provienen, por ejemplo, tradiciones como el Día de Difuntos. En el mundo Oriental, en que se creía en la transmigración de las almas, los fantasmas son los que han rehusado entrar en la rueda de reencarnaciones del Samsara por culpa de una tarea o deuda pendiente. De estas creencias antiguas proviene la imagen del aparecido triste y semitransparente, y de la sombra que habita el Inframundo. Al mundo clásico grecorromano debemos también la creencia en las ánimas vengativas y maléficas, los larvae, en oposición a los antepasados, los manes, o el mar como un lugar a rebosar de almas errantes a quien nadie ha podido dar sepultura como es debido. Es fácil ver a las larvae, los espectros ciegos y vengativos, en buena parte de las películas de terror sobre presencias y fantasmas, mientras que los manes, las presencias familiares, son las que predominan en los filmes de inspiración gótica sobre antepasados muertos que no pueden abandonar el mundo.
La creencia en ánimas y aparecidos sobrevivió al triunfo del Cristianismo, con su ímpetu por eliminar todo poder sobrenatural fuera de Dios. Cobraron, eso sí, una pátina religiosa de finalidad moralizante. La danza de la muerte, tan representada en el medievo, iguala a pobres y ricos ante Dios —se baila al final de El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1961)—, mientras que el castigo divino pasa a ser la razón última que explica el penar de los fantasmas. La Edad Media le temía a la Muerte o a entes sobrenaturales concretos como el hombre lobo o el muerto viviente, muy distintos a los fantasmales y etéreos que aquí nos interesan. Son los revenants o retornados: muertos que regresan físicamente de la tumba y que dieron lugar a otro mito de naturaleza algo diferente: los vampiros. Los fantasmas, como mucho, servían para avisar de funestos acontecimientos futuros, como el rey muerto en Hamlet, pero poco podían hacer para influir en el mundo de los vivos.