Es un filme sobre la poesía de la violencia, una oda a la sangre sobre el metal oxidado y la velocidad. No en vano, los filmes posteriores derivaron en una estética que parece beber del género de la espada y brujería, y muestran de manera clara en qué consiste exactamente la sociedad de consumo: puro pensamiento mágico. Quizá porque el culto al coche es, hoy por hoy, el único culto sangriento que se permite una sociedad que se presume racional. Ballard ya intuyó esto en la perturbadora novela Crash (1973), llevada al cine por David Cronenberg en 1996, y se hace visible en toda su crudeza cada fin de semana en cualquier ciudad del mundo. El dios-coche se cobra sus víctimas.
Uno de los ejercicios más estimulantes que pueden hacerse con la saga de Mad Max consiste en observar cómo evolucionan la sociedad y el paisaje que nos muestra. En la primera entrega nos encontramos en un mundo en declive, pero aún en los márgenes de lo civilizado. Max es una figura que encarna el orden, un policía miembro de una patrulla que se encarga de mantener la seguridad vial frente a bandas organizadas de motoristas. Los bienes escasean, pero el sistema pervive en forma de patrullas motorizadas y carreteras transitables. Del mismo modo, el paisaje es aún el típico australiano caracterizado por los arbustos y los árboles achaparrados y adaptados al clima seco y cálido del continente, lo que los australianos denominan bush. En sus límites empieza el outback, el erial despoblado que corresponde a la zona interior de Australia y que en las entregas posteriores de la saga tomaría el nombre de Wasteland, el Yermo.
En Mad Max 2: El guerrero de la carretera (Mad Max 2. George Miller, 1981), el paisaje ya es perfectamente desértico, en consonancia con una sociedad devastada. Sin embargo, quedan algunas carreteras, lo que equivaldría al recuerdo aún reciente de las instituciones perdidas. En cambio, en la tercera entrega de la saga, Mad Max 3: Más allá de la Cúpula del Trueno (Mad Max Beyond Thunderdome. George Miller y George Ogilvie, 1985), la antigua sociedad ha sido substituida por otro orden de cosas. El apocalipsis parece algo más domesticado. Se han construido nuevas estructuras de poder e incluso se hacen negocios. En consonancia con la época en la que se hizo la película, los años ochenta, la humanidad superviviente parece cómoda en un mundo de reglas salvajes que favorecen al más fuerte, de lo cual la Cúpula del Trueno del título es una metáfora perfecta. La cúpula es una arena de combate en el que se dirimen las diferencias entre contrincantes en una lucha a muerte, una clara referencia al Imperio Romano, que reproduce parte de sus estructuras míticas: un poder centralizado y despótico, encarnado por Tía Ama, el personaje que interpreta Tina Turner, populismo de pan y circo y mano de obra esclava. A todo esto se le une un guiño interesante: Negociudad ha conseguido sustituir el petróleo por una fuente de energía alternativa, el metano que producen las heces de los cerdos.
Los paisajes del interior de Australia parecen alentar esta adoración por la velocidad sin límites y cierta poesía del choque y la violencia. Sus colores arcillosos y rojos, y su extrema sequedad constituyen la plasmación plástica de lo inhabitable. Los filmes de Miller refuerzan esta imagen durante toda la saga, en parte gracias a la excelente fotografía de Dean Semler, que trabajó en la segunda y en la tercera entregas. Sus extensas panorámicas del desierto australiano tomarían formas pesadillescas en otro de sus trabajos como director de fotografía: Razorback (Russell Mulcahy, 1984), de la que hablaremos más adelante, aunque avanzamos que este filme incorporaba algunos de los motivos que hicieron famosa a Mad Max: la extrema crueldad humana, los automóviles imposibles o la lucha contra el medio, y sumaba elementos nuevos que ya desgranaremos en detalle.
En Mad Max: Furia en la carretera (2015), el paisaje y la naturaleza cobran un protagonismo inusitado. Una de las secuencias más aclamadas de la película nos presenta una persecución en carros motorizados bajo una impresionante tormenta de arena. La naturaleza se suma así de forma activa a la destrucción generalizada y une su ímpetu a la pasión por la velocidad y la violencia. Al igual que las carreras de vehículos de las primeras entregas de la saga, el paisaje se vuelve cinemático y participa a su manera del movimiento y la energía de los vehículos. Más adelante, este cobrará tintes más sombríos cuando los protagonistas, liderados por Imperator Furiosa (Charlize Theron), atraviesan unas inhóspitas salinas sembradas de árboles cadavéricos. La fotografía del filme adquiere entonces un tono azulado, surrealista y onírico. La violencia y el movimiento se tornan calma y sueño. Los árboles raquíticos dan cobijo a las bandadas de cuervos negros, mientras recorren las salinas seres humanos encaramados sobre zancos, y que evocan extrañas aves. La naturaleza se revela aquí ajena a lo humano, peligrosamente pasiva. Es lo que queda del mítico Lugar Verde, un área con vegetación ya extinguida, convertida ahora en una antesala al Hades clásico: un lugar oscuro poblado por fantasmas.