Cortocircuitos formidables, ruido y música popular

Lluís Rueda

Publicado el 2 de diciembre de 2024; caduca el 2 de diciembre de 2025

Comienza Oriol Rosell el ensayo formidable (Un cortocircuito formidable. De los Kinks a Merzbow: un continuum del ruido), construido con la pausa y el acierto del que se regodea en el caos sonoro, con una anécdota que arranca la sonrisa del que les escribe. Relata el periodista Oriol Rosell la experiencia de enfrentarse a un disco como Psychocandy a mediados de los ochenta. Y es que el debut de la banda Jesus & Mary Chain es un duelo de batidoras memorable bajo el que luce un tímido y oscuro trobador. Un longplay en el que los hermanos Reid atrapan el ruido de sucios talleres a orillas del Clyde, la algarabía de Barras Market y nos evocan a los sucios closers del Glasgow de los cubos de basura metálicos. Es un disco que trata la “distorsión” de una sociedad quebrada, desigual y asfixiante. Oriol es un crítico y divulgador de mirada afilada que sabe leer lo dramático en cada inflexión de las juventudes ociosas de varias décadas, años de impostura que arrancan con el simpar riff de “You Really Got Me” de The Kinks, para construir un legado impreciso y azaroso que perdura en el postpunk, la musica independiente, el shoegaze, el noise pop, el japanoise, la electrónica, el black metal o la música industrial.

Este estudio único apoya bien su estructura en teorías del sonido y del caos incidiendo en la mirada del dadaísta Tristan Tzara o Marcel Duchamp (imprescindibles para entender como se capitaliza, evalúa o devalúa el arte), las teorías de Russolo, las aportaciones del californiano John Cage o bandas de los ochenta como The New Blockaders, así como movimientos inconformistas: el nihilismo canadiense o los freaks que cultivaron la experimentación con altas dosis de esnobismo irreverente y modelos alternativos de sociedad. Rosell nos indica en su libro que los jóvenes de los cincuenta fueron los primeros en adquirir consciencia de sí mismos como segmento sociocultural y económico, y los de los sesenta vislumbraron su capacidad para influir en la construcción de la realidad. Es un ejemplo de las reflexiones que anidan su tesis y una manera poco común dentro de la crítica musical de ensamblar bloques que en ocasiones pueden parecer forzados e incluso contradictorios (quizás debido al enjambre de tendencias y estéticas dispares que apoyan su insumisión a través del ruido y de la militancia en los márgenes, las tribus urbanas de sesgo anticapitalista), pero que siempre suman y amplían el campo de batalla de su tesis.

Los jóvenes de los cincuenta fueron los primeros en adquirir consciencia de sí mismos como segmento sociocultural y económico, y los de los sesenta vislumbraron su capacidad para influir en la construcción de la realidad.

Masami Akita AKA Merzbow en el Moers Festival, 2007. Nomo (Michael Hoefner) - CC BY 2.5.

En las páginas del volumen hallamos ejemplos a través de tendencias sociales y generacionales acerca de como ciertos estilos más o menos rupturistas se instalan y fagocitan en espacios urbanos para luego casi desaparecer o definitivamente transformarse en otra cosa. Y es que el ruido en el rock parece obedecer a una suerte de psicogeografía, en ocasiones random y fantasmal, y las más de las veces sujeta a las veleidades de la contracultura y el dandismo imperante en cada momento. ¿Hay algo de snob en el culto al ruido? Probablemente sí. Rosell nos inspira con génesis rockeras y punkis como la acontecida en el Nueva York de finales de los años setenta del siglo pasado.

En este sentido, el ensayo se fija en diversas bandas y sus contextos, como por ejemplo la formación de rock alternativo Sonic Youth, de la cual Rosell nos explica: “Piedra angular del noise-rock y el grunge, objeto de veneración en círculos indies […] fruto más reconocido de la escena Downtown de Manhatan de finales de los setenta”. Esa Nueva York es un nodo donde convergieron pintores, poetas, cineastas y vividores. Todos ellos protagonistas del movimiento antirock por antonomasia: la no wave. Habla el libro sobre la ciudad estadounidense convertida en una meca disfuncional con dos bloques creativos diferenciados y geográficamente surgidos en los setenta: el Soho con bandas como Static y Friction, y el East Village, con DNA o The Jerks. Este ejemplo, creo que es una buena manera de explicar esta suerte de geolocalización del ruido que asiste a Un cortocircuito formidable.

Pero los capítulos se suceden con sus piedras rosetas sonoras y sus deformaciones. Algo hay de la impostura a todo volumen del metal y sus pioneros testosterónicos (Manowar, Saxon), de los primeros baby boomers, decantándose por el progresivo y el AOR. La evolución posterior, más destilada y, permítanme, esteticista, reconocible en bandas como Cannibal Corpse o Morbid Ángel, incluso la eclosión del Black Metal. Rosell se mueve de un referente a otro saltando de década en década pero buscando similitudes primigenias (casi intuidas). De manera que un capítulo diserta acerca del movimiento pseudodadaísta COUM (1969-1976) que provocó un pequeño seísmo en la Gran Bretaña con su actitud “fabulosa y guarra”, mediante propuestas en que la música y lo performativo se fundían; otro, el ideario industrial del SPK, a continuación el noizu japonés con figuras como Masayuki Takayagi y Keiji Haino, y de manera omnipresente referentes dotados de cierta transversalidad como Genesis P-Orridge. El continuum de ruido, como ven, es rico y expansivo.

La propuesta es pues tan vertiginosa i arrogante (en el buen sentido, el de la actitud) como el disco Psychocandy, arranca com un riff de The Kinks y se desata en un final en el que Merzbow es capital; formación de Masami Akita que redobla la fusión de psicodelia, free jazz, japanoise y ruidismo. Al respecto nos dice su autor: “A diferencia de Hijokaidan, Incapacitants, Hanatarash y Masonna, el ruido de Merzbov se gesta previamente a su formalización. Pese a su naturaleza improvisada, de algún modo existe conceptualmente antes de ser vibración”.

Como apunto, este libro lleno de vasos comunicantes, algunos más poderosos y evidentes y otros de sesgo personal, funcionan, atrapan y siempre nos iluminan. Pero en todo caso las variantes de sus reflexiones resultan harto poderosas y pertinentes, y se complementan perfectamente con otros discursos como el del crítico Simon Reynolds (creador del término post-punk). A destacar el conveniente y ejemplar prólogo de Javier Blánquez que ha acompañado al autor en diferentes presentaciones. En definitiva, os recomiendo un acercamiento “libre y transversal”, como indica el subtítulo a esta propuesta de Oriol Rosell. Da igual por donde lo comiences, te hará ir para atrás y para adelante, como un tema loquísimo, como una suerte de trance intelectual y espiritual a partes iguales. Si el ruido resucita demonios, cabe invocarlos y cifrarlos.

El autor

Oriol Rosell (Barcelona, 1972) es crítico y divulgador cultural y profesor de Historia y Estética de la Música Electrónica, Narrativa Audiovisual y Dramaturgia del Sonido. Tras dos décadas en el periodismo cultural, actualmente es responsable del programa La Història Secreta y del espacio «La Biblioteca Inflamable», dedicado a la literatura de no ficción, en Ràdio 4, así como del blog/podcast Tácticas de choque. Ha compuesto bandas sonoras para danza y teatro y es la mitad del dúo de punk electrónico Dead Normal. Un cortocircuito formidable es su primer ensayo.

¿Hay algo de snob en el culto al ruido? Probablemente síTwitealo!

Lluís Rueda

Escritor. Guionista. Analista cinematográfico. Director de Editorial Hermenaute.