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publicado el 10 de octubre de 2004

Mentiras arriesgadas

Juan Carlos Matilla | Tras un año de espera, parece que ser que este mes de noviembre por fin se estrenará en nuestro país la aclamada Alta tensión (Haute tension, 2003), una producción francesa de horror dirigida por el joven realizador galo Alexander Aja, un filme polémico e insolente que ha maravillado (aunque con ciertos reparos) en todos los festivales especializados por donde ha pasado. Aunque parecía que el filme iba a acabar estrenándose en formato doméstico, la distribuidora ha decidido apostar por esta desasosegadora muestra de cine de suspense que, a pesar de sus balbuceos narrativos, ya está adquiriendo cierto estatus de obra de culto.

Pieza fundamental de esta nueva corriente de cine de terror que apuesta por su faceta más virulenta, aunque no exenta de cierta sofisticación formal (véanse los ejemplos de obras como La casa de los 1000 cadáveres, de Rob Zombie, o Amanecer de los muertos, de Zach Snyder, obras que saben aunar unas altas dosis de violencia con una inspirada puesta en escena), Alta tensión es la respuesta europea a las producciones estadounidenses que han sabido recuperar lo mejor del cine de horror de la década de 1970. Impactante y brutal, el filme no sólo pretende homenajear a los entrañables slashers protagonizados por personajes femeninos que deben poner a prueba sus dotes de supervivencia (de La noche de Halloween, de John Carpenter, a La matanza de Texas, de Tobe Hooper, pasando por los gialli de Dario Argento) sino que además quiere ofrecer un espectáculo visual soberbio y un arriesgado (aunque finalmente algo fallido) juego narrativo. Este factor determinante convierte al filme en un producto híbrido y heterogéneo, francamente difícil de ubicar entre el público: demasiado sanguinolento y terrorífico para el criterio de la audiencia asidua al cine de autor y demasiado estilizado y audaz para la parroquia más freak. Difícil se lo ha puesto Alexander Aja a los cronistas prejuiciosos y a los especialistas en simplificar discursos, ya que Alta tensión es un filme que demanda horizontes críticos amplios y posturas cómplices.

Alta Tensión es un producto híbrido y heterogéneo, francamente difícil de ubicar entre el público: demasiado sanguinolento y terrorífico para el criterio de la audiencia asidua al cine de autor y demasiado estilizado y audaz para la parroquia más freak.

Multipremiada en la pasada edición del festival de Sitges (nada menos que con cuatro galardones: mejor director, mejor actriz, mejor maquillaje y mejor película europea), el filme narra la taquicárdica epopeya de Marie (intensamente interpretada por Cécile De France), una muchacha secretamente enamorada de su mejor amiga, Alex (Maïwenn Le Besco). Marie vivirá un auténtico infierno cuando un psicópata penetre en la casa familiar de su amiga y masacre a toda la familia. En ese momento, la joven deberá poner en práctica todo su ingenio para salvar la vida de Alex, que ha sido secuestrada por el homicida.

En apariencia, la trama de Alta tensión no puede resultar más anodina pero Aja filma la espiral del horror que encierra el filme demostrando una valentía inesperada (los crímenes son tremendamente sórdidos y el filme apenas destila algunas dosis de humor distanciadoras) y unas soluciones visuales ricas y del todo acertadas, con momentos excelentes como la persecución en el bosque, el fragmento del asesinato en la escalera (lo más salvaje que se ha visto en una platea en años) o la secuencia del crimen de la madre, filmada mediante planos subjetivos de Marie encerrada en un armario (un momento propio del mejor Argento). De hecho, dentro del presunto subjetivismo del filme es donde se halla el "problema" (por llamarlo de algún modo) de Alta tensión.

Alta tensión pertenece al reciente conjunto de filmes que elaboran un denso juego narrativo en el que la sorpresa final obliga a replantearse el metraje visto anteriormente [1]. Al igual que otros filmes de índole fantástica como El sexto sentido, de M. Night Shyamalan, Femme fatale, de Brian De Palma o Identidad, de James Mangold, la resolución inesperada del relato en Alta tensión otorga una nueva dimensión a la ficción. El problema es que, a diferencia de las obras de Shyamalan o De Palma citadas, el filme de Aja incumple el requisito fundamental de esta nueva forma narrativa: la sorpresa final no debe contradecir lo expuesto anteriormente sino revelar su verdadero significado de forma honesta y mostrar lo que no habíamos percibido en un primer momento. Para respetar esta premisa, la puesta en escena de estos filmes debe ser siempre rigurosa y nunca tramposa: si el punto de vista (hablando en términos de lenguaje) adoptado por el director durante la primera parte del relato contradice el mostrado en la sorpresa final, estamos ante un filme que incumple de manera gratuita el pacto narrativo intrínseco al relato. Pues bien, éste es el fallo más evidente de Alta tensión. A pesar de su indudable atractivo formal, es un filme tramposo ya que la revelación final no casa con los mecanismos visuales utilizados anteriormente (véase la secuencia del drugstore, rodado en parte mediante un circuito cerrado de televisión, un punto de vista imposible de sostener tras el giro final, o el turbio plano subjetivo de la matriarca de la familia en el que observa al psicópata entrar en la casa, una solución de puesta en escena utilizada por el director con una tramposa intención).

A pesar de estos inconvenientes, el filme se revela como una de las más excitantes propuestas de horror de las últimas temporadas y su admirable y valerosa concepción de la violencia fílmica (sin trabas morales de ningún tipo) bien merece la atención de todos los interesados en el cine más trasgresor y libre. En definitiva, no se la pierdan (aunque con muchos reparos).

  • [1] Para todos aquellos que estén interesados en esta nueva tendencia del cine contemporáneo les remito al excelente artículo de Tomas Fernández Valentí: ¿Películas con o sin trampa? Hacia una nueva narrativa, publicado en la revista Dirigido por, nº 331, febrero de 2004, págs. 44-51.

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