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publicado el 21 de mayo de 2004

La lección sucoreana

Juan Carlos Matilla | No cabe duda de que la cinematografía asiática más interesante de los últimos años es la realizada en Corea del Sur. Durante la década de 1990, las cinematografías de Extremo Oriente más solicitadas fueron las de Taiwan (que sedujo a todos los festivaliers y expertos en cine de autor), Hong Kong y Japón (estas dos últimas fueron el objetivo de los amantes de la propuestas más extremas y gamberras). Relegada a un papel secundario durante todo este tiempo, la producción surcoreana empezó a despuntar gracias al reconocimiento internacional que recibió el gran Kim Ki-duk (autor de La isla, Bad Guy o Address Unknow, entre otras), verdadero adalid de una nueva generación de cineastas que se mueven entre el melodrama al límite (el propio Kim Ki-duk), los sórdidos dramas (Park Chan-woo), las elegantes historias de terror (Kim Ji-woon o Lee Soo-yeon), el fantástico bizarro (Kim Seong-ho) o el thriller costumbrista (Bong Joon-ho). Precisamente este último acaba de estrenar en nuestro país la que sin duda es una de las mejores películas de esta nueva hornada de realizadores: la excelente Memories of Murder, un sugestivo filme que partiendo de las premisas básicas del género criminal, acaba erigiendo un descomunal y melancólico testimonio sobre la perseverancia y obstinación de dos detectives dispuestos a esclarecer una serie de brutales asesinatos sexuales.

Inspirada en hechos reales, el filme hace gala de una soberbia puesta en escena y de un inusitado tono humorístico que otorga un gran realismo al conjunto. Al igual que el resto de producciones surcoreanas, Memories of Murder muestra un alto nivel técnico, un portentoso acento lírico e intimista y una debilidad por mostrar el lado más sórdido de la condición humana. Rica en detalles poéticos y a la vez mórbidos (atención a los escalofriantes y suntuosos acechos del asesino entre los maizales y a la buñueliana secuencia del descubrimiento del primer cadáver en la acequia, totalmente envuelto por las hormigas), el filme pone énfasis en la desesperada lucha de los detectives que deben hacer frente a un sinfín de impedimentos durante la investigación. Repleta de primeros planos cerrados de los rostros de los protagonistas, Bong Joon-ho persigue con ellos que el público se identifique con la odisea de los torpes pero entregados detectives, dejando a un lado la consabida trama criminal basada en la encuesta y los sucesivos aftermaths.

Por otro lado, el genuino tono humorístico que utiliza el director a la hora de narrar la inexperiencia del cuerpo policial (incapaces de conservar las huellas de los lugares del crimen, a los que acceden con espectaculares caídas y con todos los habitantes del pueblo como impagable público) es una gozada absoluta: hiriente y simpático, su función dentro de la narración, aparte de ser una agradable digresión distanciadora, es la de humanizar el relato policíaco, un género que a menudo peca de un exceso de mecanicismo, característica que no comparte el genial trabajo de Bong Joon-ho, que ofrece una visión tremendamente verosímil (y algo ingenua) del oficio policial aunque, conforme vaya avanzado el filme, adquiera un tono cada vez más amargo y lúgubre. En definitiva, una obra sublime sobre la impotencia y la barbarie humana que no debe perderse ningún espectador interesado en el género criminal más innovador.


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