boto

estrenos

publicado el 4 de noviembre de 2007

Viaje a ninguna parte

Aclamada en los festivales de cine de Cannes y de Sitges y a estas alturas convertida ya en uno de los títulos más populares y exitosos del cine español de los últimos años, El orfanato es una película sumamente convencional, una torpe mezcla de terror sobrenatural y melodrama más o menos gótico que más por una serie de condicionantes externos que por méritos propios ha alcanzado, incluso antes de su estreno, la condición de filme de culto. Debut en la dirección del joven realizador publicitario y de videoclips J. A. Bayona (nacido en 1975), la película en ningún momento responde a la aureola de genialidad –por llamarla de alguna manera– en la que se ha visto envuelta, constituyéndose en un sonado bluff al que ha se ha abonado la práctica totalidad de la crítica cinematográfica española, especializada o no, en un caso de irresponsabilidad cinéfila que recuerda demasiado al de la sobrevaloradísima Los otros (The others, Alejandro Amenábar, 2001).

Pau Roig | Los otros y El orfanato tienen más de uno y de dos elementos en común, y no nos referimos al impecable acabado técnico y formal de qué hacen gala ambas producciones [1], sin (casi) nada que envidiar a las más ambiciosas producciones norteamericanas del género, sino en especial a su condición, prácticamente nunca reconocida, de refrito descarado de multitud de ideas y elementos de filmes anteriores poco conocidos o recordados por el gran público. La lista evidentemente es muy larga, pero tanto el filme de Amenábar como el de Bayona comparten la influencia (resultaría indecoroso hablar de plagio) de numerosos títulos, con la obra maestra de Jack Clayton ¡Suspense! (The innocents, 1961), modélica adaptación de la novela Otra vuelta de tuerca de Henry James, y Al final de la escalera (The changeling, Peter Medak, 1980) a la cabeza. Sin estas y otras películas –The haunting (Robert Wise, 1963) y Poltergeist (Id., Tobe Hooper, 1982) por citar dos títulos más muy distintos entre sí–, ambos filmes nunca hubieran existido, tal es su falta de imaginación y de originalidad, aunque la crítica nunca se cansará de reconocer, o mejor nunca dejará de apreciar su densidad emocional y su intenso (melo)dramatismo específicamente europeo, renegando al mismo tiempo de propuestas mucho más originales como Frágiles (Fragile, Jaume Balagueró, 2005), filme que parte prácticamente de las mismas fuentes que El orfanato pero que es capaz de articular, aunque sea de forma un tanto titubeante, un discurso propio, diferenciado. La película de J. A. Bayona, como la de Amenábar, adolece de una frialdad conceptual y formal y de una falta de contundencia que repercute muy negativamente en los resultados finales, hasta el punto que hablar de una operación comercial calculada hasta el más mínimo detalle (incluidas la presencia en los títulos de crédito del director mexicano Guillermo del Toro en funciones de productor ejecutivo y la preselección de la Academia como película candidata al Oscar de Mejor Película Extranjera) no resulta nada descabellado: El orfanato quizá no es una película mediocre pero pese haber sido rodada con un presupuesto impensable para una producción de estas características no aporta nada, absolutamente nada, a un (sub)género explotado hasta la saciedad en multitud de títulos clásicos, frente a los cuáles, incluso tratándose de una ópera prima de producción española, resulta poca cosa más que una fotocopia deslucida.

La trama de El orfanato, más vale decirlo de entrada, es sumamente sencilla y previsible, es decir, no tiene nada de original: el matrimonio formado por Laura (Belén Rueda) y Carlos (Fernando Cayo), se traslada junto con su hijo adoptivo Simón (Roger Príncep) a un antiguo orfanato dónde ella, abandonada por sus padres, fue criada muchos años atrás junto a otro grupo de niños que nunca llegarían a salir de allí. Su objetivo es rehabilitar el edificio para acoger en él a niños con graves problemas de salud, pero poco después de su llegada, Simón desaparece misteriosamente sin dejar ni rastro. A partir de este momento, Laura se verá obligada a remover un oscuro secreto del pasado para poder encontrarlo en un descenso a los infiernos que no tiene vuelta atrás. A diferencia de otras propuestas similares, sin embargo, la película de J. A. Bayona resulta más melodramática que terrorífica, y no tanto por renunciar a los efectismos más tópicos y previsibles a los que nos tiene acostumbrados el género, que algunos hay, sino porque pretende casar dos líneas narrativas, incluso dos maneras de afrontar la historia narrada prácticamente contrapuestas y sin posible solución de continuidad. Como si se tratara de dos películas en una –un hecho especificado en buena medida en los propios carteles publicitarios de la película ("Un cuento de amor. Una historia de terror”)–, la dramática historia de Laura en su búsqueda desesperada para encontrar a su hijo y la presencia en el enorme edificio de algo fantasmagórico, de una o más presencias sobrenaturales / fantasmales con ánimos de venganza no llegan a casar en ningún momento y, cuando lo hacen, la trama deviene absurda. A poco que se analice con un poco de atención la construcción dramática y narrativa de El orfanato, obra de Sergio G. Sánchez, empiezan a aparecer numerosos, demasiados cabos sueltos, empezando por la muy poco o nada trabajada inclusión de referencias a la historia de Peter Pan de J. M. Barrie y terminando por el decisivo personaje de Benigna que interpreta Montserrat Carulla, verdadera responsable al fin y al cabo del “mal” que habita en el antiguo orfanato. ¿Si estuvo tan poco tiempo en el orfanato cómo es posible que su hijo, con el rostro horriblemente deformado, viviera tranquilamente escondido en una enorme habitación del sótano del edificio? ¿Por qué es ella la primera en remover el pasado cuando es la menos interesada en que se descubran los terribles crímenes que cometió en venganza por la muerte accidental de su hijo?

La inquietud y la amenaza presente en el edificio, que Bayona se encarga de realzar constantemente mediante un trabajo de puesta en escena sobrio pero que dilata sin necesidad los planos buscando la creación de suspense, en realidad no es tal. Los fantasmas de los niños del orfanato sólo quieren jugar y tener a alguien que los cuide a su lado; la única amenaza digamos real, incluso terrorífica, viene representada por el “monstruoso” hijo de Benigna, en principio responsable de la desaparición del hijo de Laura. Sin embargo, su presencia en la trama, pasados un par o tres de sustos bastante gratuitos (el niño se pasea por el edificio con un saco cubriendo su rostro deformado), se va diluyendo progresivamente hasta pasar a formar parte del resto (de los fantasmas) de los niños, sin más explicaciones y prescindiendo incluso del hecho que Laura y su marido son, indirectamente, responsables de la muerte por atropello de su madre. Todos los personajes secundarios de la película, sin excepción, son planos y estereotipados y lo que es peor, carecen de peso alguno en el desarrollo de la acción: Carlos, el marido de Laura, parece que no hace absolutamente nada ni para encontrar a su hijo desaparecido ni para ayudar a su esposa, la psicóloga de la policía encargada del caso (Mabel Rivera) deambula perdida a lo largo de todo el metraje igual que la vidente que incorpora la veterana Geraldine Chaplin, que desaparece de repente igual que ha aparecido después de protagonizar una bochornosa escena (pseudo)parapsicológica de hipnosis regresiva que parece directamente sacada del programa de televisión de Iker Jiménez. Belén Rueda aguanta con su sola presencia todo el peso de la narración, pero su tour de force interpretativo resulta poco menos que estéril: el obsesivo amor incondicional que siente hacia su hijo sólo puede llevarle a la muerte o a la locura, es un suicidio, pero de manera absurda Bayona y Sánchez se identifican plenamente con ella y con su lucha [2]. Sólo así se explica la inclusión del espantoso epílogo, en el cuál Carlos recorre las habitaciones desiertas del orfanato como un monigote sonriente porque sabe que su esposa es feliz al fin cuando en realidad lo único cierto es que ha perdido a su mujer y a su hijo y se ha quedado sin nada.

  • [1]. Las escenas de exteriores de El orfanato se rodaron en impresionantes escenarios naturales de la pequeña localidad asturiana de Llanes, y son sin duda alguna uno de los mayores aciertos de la producción. En ese mismo pueblo se localizó también el no menos impresionante Palacio de Partarriu, la mansión de indianos que hace de antiguo orfanato en la película. Las escenas de interiores fueron recreadas en su práctica totalidad en una inmensa nave industrial Barcelona.

  • SUBIR

  • [2]. Con un argumento hasta cierto punto parecido, el director japonés Hideo Nakata sí que supo trasladar a la gran pantalla el descenso a la locura y al final la muerte de una madre sola y desamparada sin nada más en la vida que su hija pequeña en la magistral Dark water (Honogurai mizu no soko kara, 2001), dotada de una atmósfera oscura y pesimista mucho más acorde con la tristeza de la historia, al fin y al cabo una nada velada metáfora sobre la situación de la mujer en el Japón contemporáneo. Incluso en Silent Hill (Id., 2005) el director francés Christopher Gans consiguió insuflar más vida y hacer más creíbles a los personajes principales de otra historia sospechosamente parecida a la de El orfanato (la búsqueda desesperada de una hija por parte de su madre, que acabará con la vida de ambas en un contexto de pesadilla).

  • SUBIR


archivo