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publicado el 4 de noviembre de 2007

Filmar el miedo

Virtual ganadora del Festival de Sitges 2007 con tres grandes premios (Mejor Dirección, Mejor Actriz y Premio de la Crítica), Rec confirma de manera contundente y definitiva no sólo el buen momento que vive el cine de terror realizado en España sino también el talento de dos jóvenes cineastas hasta ahora no demasiado bien valorados por la crítica generalizada. Las filmografías tanto Jaume Balagueró –Los sin nombre (1999), Darkness (2002), Frágiles (Fragile, 2005)– como de Paco Plaza –El segundo nombre (2002), Romasanta. La caza de la bestia (2004)– cuentan por fin con una película prácticamente redonda que consigue alcanzar las cimas más altas de tensión e inquietud del cine de terror de los últimos años con inusitada facilidad y, lo que es más importante, sin repetir / copiar / recrear clichés ni formulas estereotipadas.

Pau Roig | A lo largo de los últimos años muchas películas han intentado, desde distintas ópticas, formatos y enfoques filmar el miedo en estado puro, enfrentarnos cara a cara con el terror y, más difícil todavía, convertirnos al mismo tiempo en protagonistas más o menos explícitos de la inquietante ficción que acontece delante de nuestros ojos. Rec consigue llevar esta idea prácticamente hacia sus últimas consecuencias adoptando de manera inteligente la forma de un simple e incluso burdo reportaje televisivo. No es una idea nueva, es cierto, pero Jaume Balagueró y Paco Plaza consiguen un grado de realismo y verosimilitud inaudito partiendo de unos presupuestos prácticamente opuestos a los de otras películas anteriores de similares características, como The Blair witch project (Daniel Myrick y Eduardo Sanchez, 1999), vendida antes de su estreno como una película real montada a partir de las imágenes filmadas por tres estudiantes desaparecidos en misteriosas circunstancias mientras rodaban un documental sobre brujería. El filme de Myrick y Sanchez perdía buena parte de su fuerza y de su intensidad terrorífica por un grave problema de base, de hecho inherente a su mismo punto de partida: el hecho de que los tres únicos protagonistas filmen absolutamente todo lo que les pasa, incluso cuando corren intentando huir del peligro pretendidamente sobrenatural que los amenaza, resulta gratuito, absurdo, e impide la necesaria identificación de los espectadores con sus miedos. Muy lejos de intentar vender su película como "real", o de pretender montar una serie de imágenes más o menos inconexas para explicar una historia a la manera de un (falso) documental al uso, Balagueró y Plaza construyen el filme a partir de una base en principio poco o nada cinematográfica: Rec es ni más ni menos que la sucesión de filmaciones realizadas por un cámara que sigue durante toda una noche a una reportera del montón (Manuela Velasco), quién tiene el objetivo de acompañar a una brigada de los bomberos de Barcelona durante una de sus salidas nocturnas. La diferencia respecto al filme de Myrick y Sánchez radica en qué la película apela directa y constantemente a la propia cultura audiovisual y televisiva de los espectadores que la están viendo, que no sólo conocen a la perfección el funcionamiento de este tipo de reportajes que tienden irremisiblemente a espectacularizar e incluso ficcionar nuestra realidad más inmediata, sino que se identifican incluso con sus algunos de sus protagonistas, gente normal y corriente de la calle muy parecida a cualquiera de nosotros. Pero no sólo eso: Rec –igual que Diary of the dead (George A. Romero, 2007) o Redacted (Brian de Palma, 2007), exhibidas en el mismo festival de Sitges–es también el reflejo de un mundo y de una sociedad cuya concepción de la realidad ha sido prácticamente devorada por el bombardeo constante de imágenes de todo tipo, de noticias, reportajes y documentales pretendidamente objetivos pero que han acabado por insensibilizar a buena parte de la población con un tratamiento más espectacular que veraz, mucho más efectista que efectivo de la información. Somos inmunes a las más terribles catástrofes naturales y seguramente también a las guerras y a los desastres que acontecen más allá de nuestras fronteras, pero casi nunca pensamos que el horror puede golpear con furia y de improviso a nuestra puerta.

Rec –igual que Diary of the dead (George A. Romero, 2007) o Redacted (Brian de Palma, 2007), exhibidas en el mismo festival de Sitges–es también el reflejo de un mundo y de una sociedad cuya concepción de la realidad ha sido prácticamente devorada por el bombardeo constante de imágenes de todo tipo, de noticias, reportajes y documentales pretendidamente objetivos pero que han acabado por insensibilizar a buena parte de la población con un tratamiento más espectacular que veraz, mucho más efectista que efectivo de la información

Rec no pretende vender un determinado hecho como real, ni siquiera como posible, sino simplemente mostrarlo como lo haría cualquier reportero de tres al cuarto, de una manera si se quiere artificiosa pero que acaba resultando mucho efectiva y plausible que “verdadera”: los buenos documentales nacen siempre de una visión subjetiva de una determinada realidad, de la selección e incluso la manipulación de una serie de “momentos relevantes” que alcanzan, gracias al montaje, su sentido definitivo. Un trabajo de montaje que en Rec, a diferencia de lo que ocurría en The Blair witch project, prácticamente no se nota, es como si no existiera, y lo mismo puede decirse de la puesta en escena de los directores. Grandes conocedores del cine de terror, Balagueró y Plaza juegan a ocultarse, a mostrarse lo menos posible, a hacer ver que ni siquiera están allí cuando en realidad tienen controlados hasta los más nimios detalles del encuadre y los tempos concretos de cada escena aunque todo parezca haber sido rodado como un precipitado plano secuencia sin cortes ni interrupciones, casi como una sucesión imprevista de casualidades. Al adoptar la estructura de un reportaje televisivo que transcurre prácticamente en tiempo real (sólo vemos lo que ocurre cuando la cámara está encendida, y en ocasiones está demasiado oscuro o hay demasiado movimiento y confusión para poder apreciar lo que está sucediendo realmente), no es necesario detenerse a describir a los principales protagonistas, ni siquiera a los motivos que les impulsan a actuar de una determinada manera: los personajes son lo que sus reacciones, su actitud y su(s) miedo(s) nos hacen ver/creer que son, de la misma manera que la inexplicable sucesión de muertes y fenómenos aparentemente inquietantes que empieza a suceder ante nuestros ojos puede que ni siquiera tenga una explicación.

Todo empieza con la aparente infección de una mujer de avanzada edad encerrada en su casa: después del aviso de los vecinos, la policía y los bomberos irrumpen en el piso junto con la reportera y el cámara que están filmando el reportaje y a partir de este momento el caos más absoluto se adueña del edificio.

Todo empieza con la aparente infección de una mujer de avanzada edad encerrada en su casa: después del aviso de los vecinos, la policía y los bomberos irrumpen en el piso junto con la reportera y el cámara que están filmando el reportaje y a partir de este momento el caos más absoluto se adueña del edificio. Sin recurrir en ningún momento a la música extradiegética, Balagueró y Plaza llevan el relato hasta el límite mismo de sus posibilidades con un ritmo trepidante que no decae en ningún momento por gracia y obra de una muy sabia dosificación tanto de la información como de la atmósfera opresiva y cada vez más terrorífica y angustiante de la trama. Después de una introducción deliberadamente inocua que muestra las interioridades del parque de bomberos y la rutina diaria de los bomberos que allí viven, ambos cineastas introducen los primeros momentos de terror con la entrada en el piso "infectado": un policía y un bombero son atacados por la mujer enferma, fuera de sí como si se tratara de un animal salvaje, y tras algunas escenas de verdadero terror la película deja respirar de nuevo a los espectadores con una sucesión de entrevistas a los habitantes del edificio en cuestión, atrapados en su interior después que las autoridades lo hayan declarado en cuarentena sin dar más explicaciones (un momento de aparente tranquilidad pero teñido de un humor negro ciertamente incendiario, que acaba por poner de manifiesto las nulas relaciones e incluso el odio que existen entre la mayoría de los vecinos). Pero la tensión pronto vuelve a estallar, y una atmósfera cada vez más inquietante se va apoderando del relato: los protagonistas cada vez están más asustados y cansados y la situación de pánico inicial, en principio controlada con la entrada en el edificio de un inspector de sanidad, no tarda en descontrolarse por completo.

La última media hora de Rec, así, es un tour de force terrorífico de una efectividad y una contundencia estremecedoras, pero no tanto por el potencial terrorífico de la propia historia, que deviene abiertamente sobrenatural, sino más concretamente por el prodigioso trabajo de dirección de Balagueró y Plaza

La última media hora de Rec, así, es un tour de force terrorífico de una efectividad y una contundencia estremecedoras, pero no tanto por el potencial terrorífico de la propia historia, que deviene abiertamente sobrenatural, sino más concretamente por el prodigioso trabajo de dirección de Balagueró y Plaza: a medida que se va acercando el desenlace, los personajes van subiendo piso a piso por las escaleras del edificio hasta llegar al ático y cada vez hay menos luz. Después del corte de suministro eléctrico, la reportera y el cámara, ya las dos únicas personas vivas en el inmueble, se sirven del foco de luz de la cámara hasta que se rompe y uno de los dos debe guiar al otro sirviéndose únicamente del visor nocturno de la cámara por unas tenebrosas estancias que esconden un secreto terrible. De abajo a arriba, de la luz a la oscuridad, el trabajo de dirección de Rec pretende y consigue aquello que muchas otras películas no han conseguido: filmar el miedo, el más puro horror, sin concesiones ni artificios de ninguna clase, dejando al espectador sólo frente al espejo de sus miedos más inconcebibles.


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