FICHA TÈCNICA
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Cuenta una anécdota sobre el rodaje de Dies Irae (1943) de Carl Theodor Dreyer que el director dejó colgada de una estaca a la actriz que interpretaba a una bruja para lograr la expresión de pánico perfecta. Luego esta expresión sirvió para denunciar la violencia contra las mujeres que se consiguió, precisamente, ejerciendo esta violencia en el rodaje. Lux Aeterna, de Gaspar Noé, cita a Dreyer, a Godard, a Fassbinder y a Buñuel para crear un filme de tesis sobre esta paradoja, en una producción que amplifica, de forma socarrona incluso, las contradicciones del arte, del artista, del discurso, de la producción y del cine.
Marta Torres | Empecemos por la producción. Este proyecto en principio menor de Gaspar Noé nació como una propuesta de Anthony Vaccarello, director creativo de la firma de moda Saint Laurent, para estrenar un cortometraje para una campaña publicitaria de la firma francesa. Para hacernos una idea sobre el personaje apuntaré un dato: Vaccarello se graduó en moda con honores con una colección inspirada en la presentadora, icono porno y cantante italiana Cicciolina. Gaspar Noé no es la Cicciolina del cine peró se encuentra a gusto trabajando con materiales abrasivos y al margen del pensamiento cultural dominante. La película acabó por ser un mediometraje de 51 minutos que se estrenó en Cannes fuera de competición.
“Los cineastas tenemos una gran responsabilidad, debemos elevar el filme del plano de la industria al del arte" (Dreyer)
Así que Gaspar Noé aceptó la producción de una firma de moda para hacer un filme de tesis sobre los límites de una película y de un rodaje. Una suerte de viaje al lado más oscuro de un arte que a menudo se ha presentado de forma idealizada al gran público. Para ello, se sirve por un lado de citas de sus referentes cinematográficos y la ayuda de las actrices Charlotte Gainsbourg y Béatrice Dalle. Ambas se interpretan a si mismas como actriz y directora de una película sobre brujas que pretende, como el filme de Dreyer, denunciar la violencia sobre la mujer y revisar en clave femenina la crucifixión de Cristo. La iconografía típica de las tres cruces se convierte aquí en tres hogueras con Charlotte en el centro, a la manera de un Jesucristo con vestido de noche a punto de ser quemado en la hoguera.
"Algunos directores son unos capullos" (Béatrice Dalle)
Noé utiliza a Gainsbourg y Dalle para ahondar en este discurso a través de una larga charla improvisada al principio de la película. Noé, acusado a menudo de misoginia, las deja hablar de sexismo, “directores capullos” y malas experiencias. Dalle recuerda como tuvo que rodar desnuda en El aquelarre (1988) de Marco Bellochio frente a un nutrido equipo masculino, lo que es una interesante reflexión sobre a que público se dirigía el cine fantástico y de terror de los años setenta y ochenta. Noé les cede la palabra para enfrentarlas después a un rodaje que repite todos los tópicos contra los que luchan. Con la mayor parte del equipo en contra, la directora pierde las riendas de un mecanismo que parece diseñado para destrozar ideales y buenas intenciones. Es aquí donde Gaspar Noé da rienda suelta a sus calculadas coreografías del caos, aunque en este caso no ha podido recurrir a sus larguísimos planos secuencia, sí que transmite un efecto parecido gracias a los travellings, los efectos de sonido, los cortes y el ir y venir de técnicos, actrices semidesnudas, moscones, críticos de cine narcisistas y directores egocéntricos.
La escena de la quema de las brujas actua como el clímax de ambos filmes, el ficticio dirigido por Béatrice Dalle y el real dirigido por Gaspar Noé. En ambos casos está planteado como el resultado milagroso de todo el caos y todo el dolor que genera un rodaje. Sin embargo, mientras la directora sufre en sus propias carnes la contradicción de la bruja de Dreyer, Noé lleva el filme a su terreno y denuncia el abuso que sufren las mujeres en el cine admitiendo a su vez su propia perversión.
“Cuando la presión sube demasiado, me transformo en un dictador” (Fassbinder)
Noé cita a Fassbinder para apropiarse de Dreyer y extraer de una Charlotte atada a un poste la expresión que busca. El cine es amoral, el arte es cruel, el público es masoquista, las buenas intenciones no sirven, pero aún así, el resultado puede ser asombroso y bello. Y para demostrarlo, Noé pasa del cine de tesis a su demostración práctica y física: una larga escena de luces estreboscópicas (“ninguna felicidad es comparable a la que siente un epiléptico antes de una crisis”, Dostoyevski), pantallas partidas y un sonido ensordecedor para rematar una de sus películas más sinceras, complejas y contradictorias de su creador. Noé extrae del caos y lo soez, una imagen extraña y hasta bella. Hacer cine es dar a luz, pero con luces espasmódicas y epilépticas.
Y después de este pequeño milagro en el plató. Termina por abjurar de todo citando a Buñuel (“Gracias a Dios que soy ateo”) en una sentencia que, en parte, justifica todo su cine.
Artículo publicado el 29 de noviembre de 2020