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film malade

publicado el 5 de noviembre de 2006

La liturgia del mal

Pocos personajes de la reciente historia del siglo XX merecen el apelativo de "monstruo", tan justamente como el Doctor Joseph Menguele apodado "el Ángel de la Muerte". El siniestro "miembro del comité de selección" del III Reich, que ordenó la muerte de miles de judios tras ser utilizados como conejillos de Indias en sus sádicos experimentos, reúne todos los requisitos para ocupar un lugar destacado en la galería de psicópatas y monstruos de la imaginería colectiva.

Lluís Rueda | El cine y la literatura no han obviado las posibilidades del personaje. Menguele guarda no pocos paralelismos con ciertos iconos de ficción como el Doctor Moreau, Victor Frankestein e incluso el mismísimo conde Drácula. Sus hechuras de mad doctor, su cinismo arbitrario, y su funesto sentido del humor son algunos de los elementos que sobreviven a la leyenda y conforman la identidad del "monstruo".

Los niños del Brasil, filme basado en la novela homónima de Ira Levin The boys from Brazil, dirigido por Franklin J. Shaffner, procura un acercamiento a la figura del Doctor Joseph Menguele muy arquetípica y bastante alejada del rigor historicista que conformaría un biopic al uso. Shaffner utiliza para recrear a su "Ángel de la Muerte" diversos referentes cinematográficos, como el Doctor Moreau, con el que comparte cierto ideario de ciencia pagana abiertamente inspirada en la novela de Mary Shelley Frankestein o el moderno Prometeo. Sin embargo, la presencia masculina y brutal del Menguele creado por Schaffner, parece mucho más próxima a la figura de Drácula, concretamente al conde encarnado por Christopher Lee para la saga de la productora Hammer, que al atormentado Victor Frankestein, un personaje lleno de contradicciones y pulsiones esquizoides (nunca más lejos del cinismo irreverente del "pequeño Napoleón" de la SS). La intención última del realizador es colocar en la pantalla una "bestia parda" cuya mera presencia deje helado al espectador. Y así es, desde el primer momento; la llegada de Menguele (Gregory Peck) a Paraguay entre las neblinas nocturnas del aeropuerto, vestido de blanco impoluto, pretenden poco menos que anunciar la aparición del mismísimo Lucifer.

Shaffner utiliza para recrear a su "Ángel de la Muerte" diversos referentes cinematográficos, como el Doctor Moreau. Sin embargo, la presencia masculina y brutal del Menguele creado por Schaffner, parece mucho más próxima a la figura de Drácula.

Algunos de los experimentos en Auswitchz realizados por Mengele y su ayudante Miklos Nyiszli (ampliamente detallados en el libro de Hans Rainer Los horrores nazis [1]) consistieron en inyectar a niños dolorosas soluciones para tratar de cambiar el color castaño de sus ojos en azul, así como diversos intentos fallidos de inseminación artificial entre las deportadas. Probablemente detrás de estas orgías paracientícicas no había ningún afán resultadista más allá del pulso psicopático del cirujano, pero el filme de Shaffner hace precisamente hincapié en esos experimentos para crear un thriller de cuestionable solvencia científica y, en cambio, de un extraordinario nivel cinematográfico. Para construir su filme, el director de El planeta de los Simios (The planet of the apes, 19), no duda en recorrer al viejo binomio cazador/bestia, y para frenar el proyecto del enloquecido doctor de extender el IV Reich por todo el mundo, via clonación del Fürer, pone en su camino al viejo cazador de nazis Ezra Lieberman (Laurence Olivier) un personaje abiertamente inspirado en el auténtico cazador de fascistas Simón Wiesenthal. Ni que sea por el papel de matavampiros que Laurence Olivier realizó bajo las órdenes de Jonh Badham en Drácula, uno no puede dejar de pensar en los míticos duelos Van helsing/ Drácula, pero como ya veremos más tarde dicha asociación no se debe a un capricho puntual, si no una apuesta meritoria de Shaffner.

La presencia de importanes miembros de las SS en terreno sudamericano o incluso en la Costa Brava (el filme hace referencia a ello), en los años setenta fue una realidad. El mismo Joseph Menguele adquirió el pasaporte paraguayo, y por tanto los encuentros que refleja el filme no son algo tan disparatado. Los niños del Brasil tiene mucho de cine de espionaje, las pesquisas del anciano Lieberman para dar con la pista de Menguele, intentándo relacionar su presencia en Paraguay con una serie de extraños y aleatorios homicidios tiene la impronta del mejor cine de John Frankenheimer [2], y una textura que recuerda, por su sencillez formal y su vocación de serie B a la obra de Costa-Gavras.

Los niños del Brasil, puede verse como en extraño thriller paracientífico de trasfondo histórico político, pero esencialmente, y en el fondo de su sustrato genérico, es una historia de personajes cuyos cuerpos han envejecido manteniendo intacta la capacidad de odiar. Es la historia de dos viejos lobos que arreglaran sus diferencias a dentelladas por que cada uno de ellos representa, más allá de sus intereses, una manera antagonista de entender el mundo. Esta idea queda patente, muy especialmente, en una secuencia en la que Libermann interroga a una prisonera nazi, ella se subleva y el anciano lleno de ira le grita: "!Cállese, ahora son ustedes los que están entre rejas!". El mismo Lieberman representa un mundo en extinción, ya casi nadie le hace caso, y su única razón para seguir adelante es su instinto depredador, sus ganas de acabar con la monstruosa pesadilla que los Menguele, Wiurd o Schuman significan para su raza.

Los niños del Brasil, puede verse como en extraño thriller paracientífico de transfondo histórico político, pero esencialmente, y en el fondo de su sustrato genérico, es una historia de personajes cuyos cuerpos han envejecido manteniendo intacta la capacidad de odiar.

El filme de Schaffner retrata una violencia desaforada y poco esteticista: el acuchillamiento fuera de campo del joven investigador Barry Kohler (Steve Guttenberg) o los brutales asesinatos de los ancianos a manos de los hombres de Menguele dan fe de ello. Toda la cinta, va abocada a una explosión de violencia proporcional al odio anidado durante décadas de sus antagonistas. Pero aún resulta más espeluznante, si cabe, contemplar ese prurito de sadismo que recorre el tramo final de la cinta, con Menguele y Lieberman devorándose el rostro en una brutal contienda que acabará con el siniestro Doctor a merced de unos doberman, en un apoteósico y radical desenlace que coincide punto por punto con el de El malvado Zaroff de Irving Pichel y Ernest B. Schoedsack (The most dangerous game, 1932).

Quizás el discurso sobre la clonación que realiza el profesor Bruckner (Bruno Ganz) para aclarar los planes de Menguele de crear clones de Hitler pueda verse hoy como algo arcaico, pero hemos de recordar que en 1978 aún no existía la oveja Dolly, y el asunto podía prestarse muy fácilmente a argumentaciones fantaterroríficas, caso de filmes como The Clones de Paul Hunt, (1973) o Paris: the Clonus Horror de Robert S. Fiveson (1979). Hoy día el argumento del clon como amenaza es raro de ver excepto en películas gratuitamente especulativas como El enviado (The Godsen, 2003); en términos generales, el cine moderno, aborda la clonación como un elemento de partida y nunca totalizador de la historia: un buen ejemplo es Jurasic Park de Steven Spielberg (1993).

En todo caso, Los niños del Brasil plantea el elemento de la clonación desde un pulcro respeto por la realidad científica, nunca hay evidencias reales de que esos niños que ha repartido Menguele por el mundo sean pequeños Adolf Hitler. Shaffner juega con las apariencias y de paso homenajea a un clásico del género fantástico como El pueblo de los malditos (Village of the dammed, 1960); todo ello sin más pretensión moral que la de enfatizar la locura del doctor Menguele.

El filme, no obstante, nunca renuncia a su vocación fantástica y el equilibrio de todos los elementos que hemos ido citando nunca van en detrimento del espíritu gótico adyacente a su estética. En él está presente la sempiterna liturgia del mal: en los uniformes de los nazis y su suntuosa reunión secreta, en la siniestra villa donde Menguele tiene su laboratorio (un poblado de esclavos de ojos azules, tan zombificados como los del filme de John Gilling La plaga de los zombies (The plague of the zombies, 1966) de John Gilling). Si a todo ello unimos la partitura enigmática de Jerry Goldsmith, la presencia de James Mason como aliado de lujo a la causa del VI Reich, o puntuales apariciones de secundarios de lujo como el hammeriano Michael Gough, ¿alguien se atrevería a asegurar que no estamos ante un producción con vocación de film de horror? Personalmente, creo que Schaffner pone desde un principio todas las cartas sobre la mesa, y nunca pretende engañar al espectador. Su filme relata un enfrentamiento entre el bien y el mal tan eficaz y contundente como el de Drácula (Horror of Dracula, 1958) de Terence Fischer: la psicopatía justiciera de Van Helsing (Peter Cushing) va pareja a la de Ezra Lieberman (Laurence Olivier) y la decadente monstruosidad de los ojos de Drácula (Christopher Lee) poco tienen que envidiar a los de Joseph Menguele (un Gregory Peck que no en vano fue nominado al Oscar al mejor actor por este papel). El precedente moral de estos personajes es palmario en el sólido guión de Ira Levin y Heywood Gould.

El filme, no obstante, nunca renuncia a su vocación fantástica y el equilibrio de todos los elementos que hemos ido citando nunca van en detrimento del espíritu gótico adyacente a su estética.

En definitiva, estamos ante un brillante filme, un film malade imprescindible, que viene a alimentar nuestra galería de monstruos de ficción, en esta ocasión con un personaje real, histórico, que podríamos habernos encontrado en alguna playa de Sudamérica tomando el sol con un "bloody mary" entre sus diabólicas manos. La vida real, como siempre, supera la más horrorosa de las ficciones.

  • [1]. Los horrores nazis, de Hans Reiner, ediciones Rodegar (1971)

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  • [2]. Ente los filmes de John Frankenheimer que se sirven del elemento conspirativo como eje argumental caben destacar El mensajero del miedo (The Manchurian candidate, 1962) y Plan diabólico (Seconds, 1966). El ámbito del cine fantástico y de terror no ha sido una constante en la carrera de Frankenheimer, más allá de introducir ciertos elementos fantacientíficos en los filmes reseñados, podríamos citar Prophecy (1979) como su única incursión en el género; en su filmografía destacan expecialmente los filmes de acción y los thrillers.

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