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publicado el 26 de junio de 2007

El paisaje como escondite

El cine concebido como una pequeña ventana que condensa paisajes anímicos, abruptos silencios y el dolor encendido de las relaciones humanas, insinuado en un gesto o en una palabra no pronunciada, está al alcance de pocos maestros: Michelangelo Antonioni, Ingmar Bergman, o acaso novísimos autores como Wong Kar Wai. Los Climas, película galardonada en la pasada edición de Cannes (2006) con el premio de la crítica internacional, conjuga magistralmente esa suerte de minimización expresiva y, al unísono, propone un acertado paralelismo entre esos estadios climáticos que dan nombre al filme: paisajes rudos, salvajes o amables que acompañan la deriva emocional de la pareja protagonista, una huida en círculo que les arroja a una desértica y estéril peregrinación interior.

Lluís Rueda | La severidad de la propuesta de Ceylan abruma al espectador por un inusual equilibrio entre la frescura de la inmediatez y cierto realismo tosco, por el tratamiento de sus secuencias -pedazos de realidad instalados en un tiempo suspendido-, en las que se pone de manifiesto una enorme capacidad para gestionar el campo visual, los primeros planos y el trabajo de precisión que supone el montaje –guinda de la poética cinematográfica-, obra del excelente Ayhan Ergüsel: habitual colaborador del realizador.

Isa (el propio Nuri Bilge Ceylan) es un hombre maduro que mantiene una relación frustrada, encallada, con una joven inestable. Esta circunstancia, que arranca con un primer plano de la joven llorando ante unas metafóricas ruinas arquitectónicas, nos muestra el camino inverso al de un filme como El Eclipse (L´Eclisse, 1962) de Antonioni para llegar a un mismo razonamiento o quizás un idéntico interrogante: el que genera la incompatibilidad de dos seres y las trampas con que el azar mina el distanciamiento.

Si El Eclipse nos trataba este tema universal desde la óptica del personaje femenino, Ceylan se pregunta cuál es el camino que se reserva ese hombre que arrastra el fantasma del fracaso en tanto que su capacidad para mostrar debilidad, para desquitarse, es nula, dotada de una primaria inocencia. El realizador puede ser que se plantee que debía ocurrir con el personaje rudo y silencioso que encarnaba en el filme de Antonioni, Francisco Rabal (ese arquetipo de hombre que se cree autosuficiente), y cuya capacidad para entrar en la coraza de sentimientos del personaje que interpretaba Monica Vitti era quimérica. El silencio como renuncia, el vacío como continente de paisajes abrumadores que ribetean un tempus fugit son las armas de un realizador que no necesita de un giro de guión rocambolesco para atenazarnos el pecho.

Los climas
deja en nuestra retina, en nuestra piel, instantes tan delicados que nos precipitan hacia las brumas de nuestra propia experiencia: el diálogo del sexo como violencia autoimpuesta (vean esa escena de adulterio previo al juego salvaje con un fruto seco o esa falsa ensoñación en la playa en la que el personaje de Bahar intuye la violencia interior que destroza por dentro a su compañero, Isa).

Instantes delicados para un conjunto que nunca cae en la artificiosidad y en la excesiva intelectualización. Los climas es un filme de extraña complejidad –su lentitud expresa no resulta un plato para todos los paladares-, pero, en cambio, posee una alquímica capacidad para constreñir toda esa farragosa poética del desencanto en una mirada, en un paisaje hacia el que proyectar los miedos.

No pierdan detalle de el minucioso trabajo de sonido (en el que la música radica en la respiración, el viento, el mar…) y, desde luego, en el excelente trabajo de fotografía de Gökhan Tiryaki. En palabras del director, algunas de las secuencias más preciosistas del filme tenían como inspiración la obra de C. D. Friedrich; un ejemplo sería aquélla en la que Isa, de espaldas, contempla un paisaje nevado desde un puente.

Los climas es el cuarto largometraje del realizador tras El pueblo (Kasaba, 1997), Nubes de Mayo (Mayis Sikintisi, 1999) y Lejano (Uzak, 2002).


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