publicado el 15 de abril de 2004
Juan Carlos Matilla | La polémica del año. Así se podría definir la nueva película del actor y realizador Mel Gibson. Atacada por un gran número de sectores estadounidenses (judíos y progresistas en su mayoría) desde antes incluso de su estreno, el escándalo de La Pasión de Cristo se suma a una larga lista de filmes discutidos que han tratado el tema del martirio de Jesús: desde Pier Paolo Pasolini a Martin Scorsese, el tema siempre ha despertado opiniones encontradas, ataques virulentos y defensas enfervorizadas. El filme de Gibson no iba a ser una excepción: acusada de antisemitismo y de exhibir una violencia gratuita sin límites, también ha sido ensalzada por la mayor parte de la comunidad católica internacional. El escándalo esta servido y, como ocurre casi siempre en estos casos, la aceptación del filme va a estar muy condicionada por las barbaridades que se han vertido desde todos los sectores y me temo que parte de la prensa especializada no va a tener en cuenta los valores estrictamente cinematográficos del filme (algo común en la recepción crítica de todos los filmes polémicos de la historia).
El principal problema que plantea al espectador la visión de La pasión de Cristo es valorar hasta qué punto se pueden apreciar los aciertos cinematográficos de la películas si no se comparten los mensajes ideológicos que contienen. Me explico. El filme de Gibson es una obra excelente desde el punto de vista del diseño de producción (realista, minucioso y pensado al detalle), de la puesta en escena (soberbia y deslumbrante) y de los increíbles efectos de maquillaje. Se puede acusar al filme de cierta tendencia al maniqueísmo psicológico (sobre todo en el caso de la crueldad de los soldados romanos), al tremendismo pasado de vuelta (véase la secuencia de la flagelación, no apta para espectadores sensibles) y a la afectación edulcorada (como por ejemplo, el plano de la gota de lluvia que, a modo de lágrima, derrama el cielo tras la muerte de Cristo, que es de lo más cursi que se ha visto en un cine desde la secuencia de las campanas celestiales que cerraba Rompiendo las olas). Pero por el contrario, el filme hace gala de una extrema sensibilidad y maestría fílmica en un gran número de secuencias: el brillante inicio en el huerto de los olivos cuando se nos muestra a un Cristo muerto de miedo en un escenario digno del más genuino filme de horror; las tensas e inquietantes apariciones del Diablo; el descenso a la locura de Judas acosado por los niños con caras demenciales y su buñeliano suicido a lado de un burro podrido; los bellos flashbacks insertados a lo largo del relato, una suerte de montaje subjetivo narrado desde el punto de vista de los distintos implicados en la historia; el realismo de todo el conjunto que no escatima ni un solo detalle de horror y crueldad; el enfrentamiento entre Pilatos y su esposa que refleja la angustiosa situación que vivían los romanos en Judea, una provincia que no entendían y no podían dominar; el uso de las lenguas muertas en los diálogos; el registro gore del martirio; y un largo etcétera. Todo este conjunto de aciertos convierte al filme en una experiencia única en el cine reciente pero plantea una serie de dudas que no se pueden obviar: ¿Qué es lo que nos quiere decir Gibson? ¿Qué sentido tiene realizar esta nueva versión de la Pasión en pleno siglo XXI? ¿Qué es lo que perseguía con tamaño catálogo de horrores? La repuesta a estos interrogantes es, sin dudas, lo más repugnante del filme pero, a mi juicio, el rechazo al mensaje del filme no debe enturbiar su maestría fílmica. Católico preconciliar y ultraconservador, Gibson concibe la muerte de Cristo desde un enfoque medieval y crudo, desde la exaltación del sufrimiento, la sangre y el culto al dolor. Para el director la base de la ideología cristiana se fundamenta en la idea del pecado y en la redención a partir del sufrimiento. De todas las lecturas posibles de la Pasión, Gibson se decanta por la más discutible y la más reaccionaria: la filmación de la violencia extrema del martirio de Jesús para crear una catarsis en el espectador devoto que reafirme los valores cristianos más tradicionales dejando a un lado los más humanistas y tolerantes. No hay gracia sin congoja ni liberación sin padecimiento.
Filme ortodoxo y plano en cuanto a su visión de la ideología cristiana, La Pasión de Cristo es una obra monumental en el terreno puramente fílmico: interpretado con intensidad por los actores (todos excelentes), filmado con precisión y con un enfoque a contracorriente. En suma, una demoledora y bella película con un mensaje indigno.