publicado el 20 de noviembre de 2009
Estreno bajo demanda de internautas, aplicación viral específica para que los amigos de Facebook vivan una actividad paranormal y un sinfín de iniciativas rodean a uno de los fenómenos del año en Estados Unidos: Paranormal activity. La película, rodada con una sola cámara en una casa y con un presupuesto de 11.000 dólares, está arrasando en la taquilla y se ha convertido en un fenómeno similar al que hace algunos años supuso El proyecto de la bruja de Blair (The Blair Witch Project, 1999) de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez.
Lluís Rueda | Como aquel enigmático filme que sacudió al público, gracias a una campaña viral endemoniadamente efectiva y a una coyuntura extraordinaria, Paranormal activity es un ejercicio de horror de endeble coartada estilística que requiere del espectador un esfuerzo y una complicidad que, en ocasiones, raya la ingenuidad. Los recursos cinematográficos del debutante Oren Peli devienen tópicos manidos y se ven necesariamente engullidos por unas texturas de forzada impostación; impera en el conjunto una suerte de afasia argumental que se encona en una idea de amateurismo de singular calado trilero. Paranormal activity no se distingue precisamente por generar un clímax que nos genere, dentro de en su contexto relista, la más mínima complicidad. La sensación de proximidad del formato nos invita a pensar que esta propuesta que hace del visor de una cámara un elemento de metaficción casera no es validable a efectos sugestivos, su campo de acción, más sugerente y creativo, está fuera de las salas de cine y se debe a la televisión, a internet, a la prensa escrita y a los programas esotéricos de radio y TV. Paranormal activity no es una película de terror tal y como entendemos lo cinematográfico, su naturaleza es insuficiente, su calado subliminal y su progresión tan especulativa y poco orgánica que incluso su trailer de promoción parece una obra maestra cuando, en realidad, esconde un filme sorprendentemente menor.
El horror tiene una ventaja sobre la comedia, depende de una manera radical del bagaje intelectual de cada individuo y de su propia naturaleza. La inmediatez del gag no comparte la mecánica del plano sugestivo, así, lo que para algunos es sofocantemente terrorífico para otros es insultantemente contraindicativo. Estados Unidos es un país que colectiviza los hábitos de sus ciudadanos sobremanera y sobredimensiona la idea del terror comunitario, ello explica que este filme que porfía a la eficacia de su campaña a la antesala de la sugestión sea casi un acontecimiento inédito que reúna a miles de personas en cines de barrio para gritar y asustarse por decreto subliminal. Todo esto es lícito, plausible, y puede repetirse en Europa. El fenómeno, en plena expansión, cumple su ruta mediática y la campaña se adaptará a otras idiosincrasias sin mayores problemas. Paranormal activity recaudará mucho dinero y, me temo, generará una secuela si cabe peor que, además, perderá el factor sorpresa. Lo mismo ocurrió con The Blair With Proyect, un filme que pese a no estar en mis particulares altares del fantástico, he de reconocer, ha sobrevivido en el imaginario colectivo por su singularidad y algún que otro acierto en lo cinematográfico.
Analizar un filme de las características de Paranormal activity, créanme, requiere la voz de un publicista, no de un articulista cinematográfico. Pero, como poco, nos detendremos en algunos de sus elementos más significativos: el filme pertenece, dada su condición de cinema veritè, a esa suerte de postmodernas recreaciones de fenómenos esotéricos ‘reales’ que diversos artistas cuelgan en internet y hacen pasar por verídicas. La imitación de la soltura de la cámara casera en las manos de un amateur no es tan sencillo como parece si se quiere dar una credibilidad extracinematográfica. En Paranormal activity, como en El diario de los muertos (Diary of the Dead, 2007) de George A. Romero, el discurso se centra en la adicción a la cámara de video y en como los acontecimientos se procesan como una ficción, el peligro es un argumento que se ha de alimentar y todo lo que no está en la grabación no existe, no asusta y es insustancial o irrelevante. Micah, el chico protagonista que se enfrenta a una entidad fantasmal que acosa a su prometida Katie, es, más que la propia acosada por el mal, el arma arrojadiza con el que el ente se adueña de la situación. La cámara situada en un trípode frente a la cama, la tabla de ouija, sus constantes invitaciones al careo con el demonio e incluso la puerta abierta del dormitorio son esa cinta virgen que aguarda cuan suerte de fenómeno extraordinario, que lo anhela de manera inconsciente. La textura de la videocámara produce una sensación de familiaridad inquietante. ¿Recuerdan la escena de Señales (Sings, 2002) de M. Nigth Syamalan en que una cámara doméstica capta la aparición de un extraterrestre en una fiesta de cumpleaños? Se trata de un inserto poderoso en la formalidad de un filme de aristas clásicas y por ello funciona de una manera impactante. Respecto a Paranormal activity, resulta fundamental el proceso de autosugestión y algunas variantes del argumento no invitan a que un espectador curtido en el horror participe de la broma. Rocambolesco resulta el papel del psíquico que intenta ayudar a Katie, el empecinamiento de los jóvenes a prevalecer en la casa, la progresión ineficaz y demasiado racionada a la hora de mostrar como el mal se alimenta de los miedos de la joven. Las primeras secuencias fijas del dormitorio en la madrugada son interminables y acaso el filme retoma fuerza y eficacia cuando utiliza una vieja fotografía y un altillo para sobredimensionar y familiarizar la idea de un mal más espiritual que físico: en esa parcela, más polanskiana, hemos de felicitar a Oren Peli.
La versión de Paranormal activity que llega a nuestras pantallas difiere un tanto de la vista en el 2007, su final es diferente y, créanme, tan poco acertado como el primero. Sin revelarles nada, les diré que el realizador a buscado emular al gran Tobe Hooper de La Matanza de Texas (The Texas Chainsaw Massacre, 1974) pero no ha logrado con su irreal ‘corte súbito’ alcanzar la sensación de desasosiego de la ya mítica secuencia con Leatherface persiguiendo la camioneta en que huye la superviviente. Si citábamos a clásicos del horror instantáneo como a George A. Romero o Tobe Hooper, también deberíamos reparar en aquellos filmes que forman parte de nuestro ideario en tanto relatan un proceso de posesión o agresión en el marco de una casa que aparentemente no tiene nada de extraordinaria ni por la añada, ni por las regias sagas de malditos que la hubieran poblado desde épocas pretéritas. El quimérico inquilino (Le Locataire, 1976) de Roman Polanski es un ejemplo espléndido, en esta obra maestra del horror un viejo apartamento funciona como veneno del abatimiento y la depresión, lejos de los artificios estimables de El exorcista (The Exorcist, 1973) de William Friedkin y de la senectud esoterista de La leyenda de la mansión del infierno (The Legend of Hell House, 1973) de John Hough o la excepcional El final de la escalera (1979) de Peter Medak. De aquel cine de horror en el que la arquitectura del mal se garabatea en los claroscuros de una sala de estar o un dormitorio, como Poltergueist (Id., 1982) del propio Tobe Hooper, ya casi no tenemos ejemplos en el contexto del cine norteamericano. Tan solo desde Japón realizadores como Takashi Shimizu, Hideo Nakata o Kiyoshi Kurosawa [1], por citar algunos nombres representativos, han mantenido la llama del horror cotidiano, diurno y doméstico (el averno en el cajón de los cubiertos). El horror de las últimas décadas a excepción de las aportaciones de M. Nigth Shyamalan (El sexto sentido) o Jaume Balagueró (Darkness), parecía más centrado en survivals filmes, odiseas con psicópatas o en reformulaciones de los iconos del terror. Desde los tiempos de The Amithville Horror (1979) de Stuart Rosenberg parecía que los filmes de casas con fenómenos paranormales estaban demodé, representaban un tipo de horror que ya había agotado todos sus recursos desde que el mito de Madame Blavatsky campara a sus anchas por filmes menores o precipitara en alguna buena obra como El último escalón (Stir of Echoes, 2000) de David Koepp (basada en un relato de Richard Matheson).
Paranormal activity no plantea a ese respecto nada original, nada que uno no intuya en los montajes subliminales de ciertos programas de esoterismo de la televisión o en los ecos pretéritos de una vieja psicofonía de algún dial radiofónico de madrugada. El filme de Oren Peli ahonda en las temáticas más arquetípicas y representativas del horror sin aportar ninguna clave de interés, su fórmula se desarrolla a medio camino entre la pueril inocencia y la eficacia del fenómeno intuido. Por ello, mal haríamos en comparar esta propuesta, que se sostiene como inteligente producto de marketing viral, con cintas de mayor calado artístico y argumental como Rec (2007) de Jaume Balagueró y Paco Plaza, Monstruoso (Cloverfield, 2008) de Matt Reves o, en términos bélicos, Redacted (Id., 2007) de Brian De Palma.
Paranormal activity es un filme de horror hedonista que se alimenta de la puesta en escena casual, improvisada e inmediata y de la tendencia que en 2007 marcaron un buen puñado de obras que hemos citado. Sin llegar a provocar con su formal frescura un estado de angustia que relativice esa sensación de cinematografía en los márgenes, contracultural y, si me lo permiten, moderadamente anarquista, Paranormal activity es mucho más ingenua y efervescente de lo recomendable. No obstante, celebramos que un filme de estas características revolucione el panorama mediático y que el cine de horror llene las salas para explicar las mismas situaciones angostas que amedrentaban al público hace tres décadas. A este respecto no cabe la ironía, no existe la menor duda de la honestidad de los responsables del filme galardonado en el ‘Screamfest Film Festival in the U.S.’ y la campaña publicitaria es una herramienta indispensable dada la naturaleza de un filme más cerca del falso documental The Last Broadcast (1998) de Stefan Avalos que de un filme de horror al uso. Hemos de advertirles sobre algo: nadie se hace responsable de como puede afectar el filme al espectador, pero no se trata de una negligencia de la distribuidora, ni se debe a la crisis en el sistema sanitario, es simplemente porque es innecesario preocuparse. Tener un colapso por culpa del contenido de este filme pertence al terreno de la ciencia ficción, si la productora quiere sobrecoger a algunos enfermos cardiacos es mejor que se dedique al porno duro, otro tipo de cine con texturas minimalistas y caseras.