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publicado el 29 de enero de 2010

Ángeles con traje ignífugo

Lluís Rueda | Kathyn Bigelow es una realizadora atípica, en algunos casos incómoda, y es que no es habitual ver a una cineasta tan brillante en la parcela técnica trabajar al margen de cansinas arengas moralistas y con un discurso de fondo tan férreo, añejo y perdurable. Bigelow es una realizadora de trinchera, una amante del cine de acción que, como tal, busca doblegar su discurso cinematográfico hacia un terreno cargado de honestidad y cierto efectismo. Si nos remontamos a su segundo filme, Los viajeros de la Noche (Near Dark, 1987), ya hallamos esas constantes de linealidad argumental que caracterizarán sus historias: una enorme perspicacia a la hora de retratar a personajes a la deriva, inadaptados y socialmente repudiados, así como la incorporación de los estilemas del western, unas veces imitando la síntesis narrativa de Antonhy Mann, otras el retrato del compañerismo de Howard Hawks y, casi siempre, aportando una mirada sencilla, certera, de artesano que optimiza los recursos y guia los ojos del espectador hacia aquello que es imprescindible y útil para la experiencia cinematográfica. Bigelow deja entrever a Robert Aldritch, a Sam Fuller e incluso a Walter Hill, pero su cine nos adentra en experiencias jóvenes, radicales y cargadas de adrenalina. La modernidad en la obra de Bygelow llegaría con un irreverente filme de forajidos surferos, casi una 'revisión' de Easy Ryder para tiempos descafeinados. Le llaman Bodhi (1991) abría una década para el cine de acción que se abocaba a un manierismo autocomplaciente del que Bigelow dio cuenta sin traicionar su ideario, el filme, interpretado por Keanu Reves y Patrick Swayze estaba concebido como un sugestivo clip que concedía un grado de leyenda a un ladrón de bancos chiflado por las olas, casi un Billy el Niño para fans de Red Hot Chili Peppers y Soudgarden. Después llegaría Días Extraños (Strange Days, 1995), un poderoso film sci-fi que nos adentraba en el territorio de la realidad virtual también desde un tratamiento crepuscular y excitante en lo formal. Más tarde, con el thriller psicológico que adapta el best-seller de Anita Shrev, El peso del agua (The Weight of Water, 2001), la realizadora daría un paso objetivo hacia un cine de mayor complejidad emocional en un anhelo de madurez cinematográfica que halló un paréntesis de razonable compensación comercial en la efectiva odisea submarina K-19 (Id., 2002).

En tierra hostil (The Hurt Locked, 2009), es el último filme que nos llega de esta realizadora de porte exquisito, discurso equilibrado y marcado carácter; estamos ante un filme bélico de aristas clásicas, claramente hawksianas, y es que como en Sólo los ángeles tienen alas (Only angels have wings, 1939; Howard Hawks) estamos ante una brigada de élite del ejército norteamericano que vive enganchada al peligro, cada incursión en territorio enemigo representa la dosis de una sustancia que les convierte en seres humanos de préstamo, seres con un pie en la tumba, hombres que muerden el polvo cada día para levantarse y vivir quien sabe si unas horas más. El sargento William James (Jeremy Renner), de la compañía de artificieros destinada a las calles de Bagdad tiene esa sombra de malditismo que casi le convierte en un muerto en vida, como los vampiros de Los viajeros de la noche, pero el relato de Bigelow lejos de caer en el sentimentalismo o en el subrayado nos adentra en este mundo terrorífico, cruel e hiperrealista de la guerra y sus efectos en aquellos que la padecen y la generan. En tierra Hostil, no es Jarhead, el infierno espera (Jarhead, 2005) de Sam Mendes, no procura un retrato de la juventud atrapada en un ocaso de violencia, los protagonistas del filme de Bygelow son hombres que ya han estado en el infierno y han regresado en llamas en varias ocasiones. Por tanto no estamos ante un filme antibélico ni ante un panfleto patriota, tampoco ante una simplista denuncia que contempla los efectos colaterales. En tierra Hostil es un western poderoso que coquetea con el horror psicológico, un filme de género que funciona como uno de esos entramados de cables, masilla y metralla que los chicos de la brigada deben desactivar en una plaza pública ante la mirada de decenas de intrigantes manipulando teléfonos móviles. El filme de Bygelow es extraordinario, conciso, de una aplastante belleza visual y un nervio que anestesia al espectador. Al margen de esas detalladas operaciones que nos disecciona el filme de manera portentosa, cabe señalar que En tierra hostil es también el retrato de un inadaptado, de un héroe que ha salido indemne de la batalla pero que es un desgraciado como padre y marido: véase esa escena en el supermercado, a la vuelta de la contienda, en que el Sargento William James casi pierde la razón ante la decisión de escoger unos cereales entre una docena de una estantería: lo cotidiano es el infierno, como en Días Extraños. Tambén se intuye algo en este filme de El cielo y la tierra (Heaven and Earth, 1993) la exquisita película dirigida por Oliver Stone que nos retrata las secuelas de la guerra como una manera de percibir el mundo y el factor humano, algo que la emparenta a Bygelow con el cine honesto reflexivo y maduro de un Stone demasiado intermitente. Lo que si queda en evidencia es que En tierra hostil se distancia en tono e intenciones de otros ejercicios fílmicos orquestados por manos de prestigio como las de Riddley Scott (Black Hawk derribado) o Brian De Palma (Redacted).

Tampoco nos llevemos a engaños, no estamos ante el relato caústico y desesperanzador del Sam Peckinpah de Grupo Salvaje (The Wild Bunch, 1969), aunque Jeremy Renner en ocasiones nos pueda evocar la mirada de depredador condescendiente del Pike Bishop interpretado por el gran Willian Holden. A pesar de su dureza y de una manera impúdica y sana de mostrar las máculas del ser humano a través del oficio de las armas, Bygelow siempre concede un elemento esperanzador a sus filmes, un placebo singular que el espectador agradece en un filme que comienza con un estallido de trazos visuales portentosos, nos sacude y casi nos contagia con su venérea transfiguración de la violencia. Pero ese éxtasis que procura en el espectador el estilo deslumbrante de En tierra hostil, ténganlo presente, también conlleva el malditismo de Sólo los ángeles tienen alas. Kathryn Bigelow ha desactivado una carrera irregular e intermitente mediante un artefacto cinematográfico perfecto, una estimulante obra maestra.


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