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clásicos modernos

publicado el 12 de mayo de 2010

La femme fatale está en la cocina

Resulta paradójico que este filme extraño, impredecible, socarrón e intenso a la vez haya tardado 50 años en presentarse en condiciones en Europa. The Housemaid (Hanyo en el original coreano) ha protagonizado una historia de encuentros y desencuentros desde su estreno en Corea en 1960 lo que provocó que, durante muchos años, la película fuera conocida solamente entre círculos reducidísimos de devotos del cine extraño y perdido. Ni siquiera el feliz hallazgo de parte del negativo original en 1982 despertó el interés de los críticos o la industria por esta película. Tuvo que ser el director de Taxi Driver, Martin Scorsese, el que mucho más tarde impulsara su complicada restauración a través del World Cinema Fundation, entidad que dirige, en colaboración con el Archivo Cinematográfico Coreano.

Marta Torres | Considerada por los críticos del país como una obra fundamental en la cinematografía coreana, el filme se presentó en el Festival de Cine Asiático de Barcelona (BAFF 2010) como una película de cine negro y como un denso thriller psicológico. Sin desmerecer la primera apreciación, The Housemaid sorprende más por su absoluto dominio de lo postmoderno, es decir: por su manejo de la cita, la referencia pop, la mezcla de estilos y por su desacomplejado punto de vista sobre el cine made in Hollywood, del cual mezcla géneros y estilos sin pudor. Desde las escaleras de Psicosis (1960, Alfred Hitchcock) hasta el plano subjetivo del vaso envenenado de Sospecha (1941, Idem) o la alargada sombra de Rebeca (1940, idem) … todo en The Housemaid parece encauzado a desmenuzar los entresijos del cine noir y extraer de él una mirada oscura y desengañada sobre el género humano, la sexualidad o el matrimonio y servirlo al espectador en forma de broma cruel o sátira excesiva a la manera de lo que haría un poco más tarde Robert Aldrich en ¿Qué fue de Baby Jane? (1962). Este contraste entre forma y contenido está favorecido también por una cierta distancia postmoderna entre el autor y su obra. Si el filme noir ya se caracteriza por un cierto distanciamiento irónico respecto a lo que se narra, en la película, el director toma la distancia adecuada para convertir en comedia negra un drama desatado. El resultado es un filme para nada pudoroso y hasta chocante: un retrato a trazo grueso de las aspiraciones domésticas de la sociedad coreana y de las grietas –sexuales, criminales – que la atraviesan.

Una mirada más profunda a la génesis de la película, y al pasado de su director, Kim Ki-Young, ofrece algunas pistas al respecto: para empezar el director estaba más que familiarizado con el cine estadounidense a raíz de su trabajo como director de obras propagandísticas a sueldo de Estados Unidos durante la guerra de Corea. A este sustrato hay que añadir su amor por los melodramas, al principio de su carrera, que derivarían en la década de los sesenta en thrillers psicosexuales, como la misma The Housemaid, y que en los setenta tomarían caminos aún más bizarros en filmes como The insect woman (1972). Por otra parte, la película fue producida en un momento dulce de la historia coreana, justo cuando la sociedad de este país asiático disfrutó de una efímera libertad de expresión en los dos años que duró la llamada segunda república, entre 1960 y 1962. Durante este corto periodo de tiempo, los cineastas coreanos escaparan al control de la autoridad para desarrollar trabajos más atrevidos o experimentales.

The Housemaid toma un punto de partida habitual en el cine noir: la infidelidad, y la sitúa en un escenario también habitual en los thrillers y las películas de terror: la casa, el hogar, el habitualmente seguro ámbito doméstico. Un atractivo compositor, marido y padre de familia, cede a sus impulsos y se acuesta con la criada una noche que su mujer está en casa de sus padres. La muchacha, una explosiva mezcla entre chica de barrio obsesionada y mujer fatal con una morbosa afición por las ratas, el arsénico y el tabaco, le arrastrará a él y a toda su familia al asesinato y a la ruina en una historia que nada tiene que envidiar a Atracción fatal (1987, Adrian Lyne). Sin embargo, lo que en principio pudiera parecer un material ad hoc para un denso drama psicológico o un thriller, se convierte en manos de su director, alternativamente, en un ejercicio de estilo casi expresionista y en una broma macabra que adopta la forma de una peligrosa (para el marido y los hijos) lucha de gatas entre la mujer y la amante. Para hacerlo aún más descacharrante, el director añade un falso matiz moralista para alertar sobre los peligros de las aventuras carnales entre hombres maduros y jovencitas, postura que cuesta tomar en serio debido al cinismo que destila la película y a su tono exagerado y satírico.

The Housemaid describe con una considerable dosis de ironía el camino entre la normalidad burguesa y el abismo del deseo, la venganza, la infidelidad y el crimen, y lo hace con el desparpajo del Almodovar más desatado o el Buñuel más desinhibido. Anticipándose a lo que se mostrará en El Ángel exterminador (1962), en que una extraña maldición impide que los invitados a una fiesta puedan abandonar la casa a pesar de no haber impedimentos a la vista, los protagonistas de The Housemaid parecen buscar su propia perdición, a veces hasta límites fuera de toda lógica, mientras enarbolan las convenciones sociales como armas de doble filo, vacían en balde frascos de veneno o ejercitan el noble arte de la manipulación más grosera en un tour de force doméstico que reconcilia los trapos de cocina y la máquina de coser con Barbara Stanwyck. Una delicia que no deja títere con cabeza.

Un remake en Cannes

Coinicidiendo con la puesta al día del filme original de 1960, el director coreano Lim Sang-soo (President´s last bang, The old garden) presenta en la sección oficial del festival de Cannes 2010 un remake de The Housemaid adaptado a los nuevos tiempos. La película situa la acción en el seno de una familia acomodada.

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