publicado el 20 de septiembre de 2005
El subgénero de las casas encantadas ha sido uno de los lugares comunes más habituales del cine de horror mundial. Cineastas como Roger Corman, Jack Clayton, Tobe Hooper, Peter Medak o Takashi Shimizu han sido algunos de los cultivadores más señalados de esta corriente. Pero, sin lugar a dudas, el director que marcó el canon de este género fue el estadounidense Robert Wise con su excelente ‘The Haunting’ (1963), revolucionario filme de fantasmas al que dedicamos uno de los títulos de la sección Delicatessen del mes. Todo un clásico a redescubrir.
Juan Carlos Matilla | Como muy acertadamente recogió el especialista cinematográfico Ricardo Aldarondo en un brillante ensayo (1), la figura de Robert Wise siempre ha despertado muchos recelos en gran parte de la crítica. Su difícil ubicación dentro de la política de los autores, con su sempiterna división entre autores y artesanos, ha provocado que sea un cineasta ciertamente incómodo de defender o atacar sin más. Montador de Orson Welles y director de atractivos filmes de serie B en sus inicios, su carrera desembocó en grandes (y, en general, poco destacadas) superproducciones que le dieron fama mundial pero que dificultaron su situación ante la prensa especializada. Al igual que otros directores como André De Toth o Richard Fleischer, Wise siempre ha sufrido cierto desdén por parte de los historiadores de cine (lean los comentarios que han vertido a lo largo de su carrera críticos como José María Latorre, Miguel Marías o Carlos García Brusco) quienes, negándole la condición de autor, lo han marginado a la categoría de artesano fílmico más o menos interesante. Cierto es que su obra no posee unos elementos unificadores claros que permitan hablar de discurso personal pero también es verdad que la etiqueta de artesano no le hace plena justicia ya que parte de su obra (la enmarcada dentro de la corriente del fantastique) sí que atesora una evidente coherencia amén de un atractivo artístico indudable.
Al igual que en Suspense (The Innocents, 1961) de Jack Clayton, The Haunting es un filme de horror que enfoca el tratamiento de lo sobrenatural a partir de la descripción de la neurosis de una de sus protagonistas mediante la adopción de un tono eminentemente ambiguo. Si en el filme de Clayton, la institutriz encarnada por Deborah Kerr ponía en evidencia su frustración sexual a partir de la visión de unos macabros espectros, en la obra de Wise la insatisfacción vital de Eleanor es el motor de su percepción extrasensorial.
Al margen de su itinerante carrera por los más diversos géneros (peplum, musical, melodrama, drama pugilístico, etc.), en el ámbito de cine fantástico Wise siempre se caracterizó por ser un cineasta amante de la planificación elegante y las tramas humanistas y ambiguas, además de adoptar ciertos riesgos de estilo (aunque bastante calculados). Dentro de su corpus de obras adscritas al fantastique destaca sus expresionistas colaboraciones con Val Lewton (The Curse of Cat People, 1944, y El ladrón de cadáveres, 1945), sus reconocidos filmes de sci-fi (Ultimátum a la Tierra, 1951, La amenaza de Andrómeda, 1971 y Star Trek, 1979) y, sobre todo, sus dos acercamientos al horror sobrenatural desde perspectivas naturalistas y psicoanalíticas (el filme que nos ocupa y la brillante y muy olvidada Las dos vidas de Audrey Rose, 1977).
Basada en la novela de Shirley Jackson The Haunting of Hill House (que ella misma adaptó a la gran pantalla), The Haunting gira en torno a la maldición de una abandonada mansión de Nueva Inglaterra, Hill House, construida en el siglo XVIII por un excéntrico millonario. Maldecida por el trágico fallecimiento de todos sus moradores, la leyenda negra de la mansión llama la atención de un especialista en fenómenos paranormales, el doctor John Markway (personaje interpretado por Richard Johnson), quien reúne a un grupo de personas sensibles a lo sobrenatural para realizar un experimento de percepción entre los muros de la casa. El grupo lo forman la delicada Eleanor (Julie Harris), la desafiante Theo (Claire Bloom) y el heredero de la casa, el incrédulo Luke (Russ Tamblyn). Pronto, la casa comenzará a desvelar sus secretos, que parecen estar íntimamente ligados a la angustia vital de Eleanor.
Al igual que en Suspense (The Innocents, 1961) de Jack Clayton, The Haunting es un filme de horror que enfoca el tratamiento de lo sobrenatural a partir de la descripción de la neurosis de una de sus protagonistas mediante la adopción de un tono eminentemente ambiguo. Si en el filme de Clayton, la institutriz encarnada por Deborah Kerr ponía en evidencia su frustración sexual a partir de la visión de unos macabros espectros que simbolizaban su sensualidad escondida, en la obra de Wise la insatisfacción vital de Eleanor, malograda por los largos años de atención a su enferma madre, es el motor de su percepción extrasensorial. Ella necesita vivir, sentir la realidad circundante y su sed de experiencias se materializa en su poder de sugestión. Eleanor no llega a experimentar verdaderos encuentros con lo oculto sino que requiere de ellos para poder darse una segunda oportunidad en la vida. Este matiz, claramente psicológico, se resuelve (al igual que en Suspense) mediante la ambigüedad. Nunca sabremos si lo que ha sucedido entre las paredes de la mansión Hill ha sido del todo real o producido por la enfermiza imaginación de la joven. Así, la fantasmagoría de Wise se acerca a la narrativa sobrenatural de escritores como Henry James (autor del relato en el que se basó Suspense, Otra vuelta de tuerca), narrador especializado en representar los fenómenos espectrales como consecuencia de la melancolía vital del ser humano.
Los más sorprendente de un filme de las características de The Haunting es que, a pesar del abuso de mecanismos tan poco cinematográficos como la presencia de continuas voces interiores del personaje de Eleanor o los largos y teatrales diálogos, el filme se sustenta en otros recursos del todo visuales como la magistral concepción del scope, los elaborados encuadres y el inteligente y rico tratamiento de los espacios asfixiantes que funcionan como contrapunto al devenir psicológico de Eleanor. En la película de Wise parece que subyacen dos filmes del todo antagónicos (uno heredero de una narrativa más literaria y otro puramente cinematográfico) pero la pericia en la mise en scène del autor de Helena de Troya disuelve esta dicotomía en favor de su valía como obra plenamente cinematográfica, en la que las imágenes son los principales mecanismos narrativos (y no las líneas de diálogo), usadas no sólo como meras ilustraciones. Esta primacía del elemento visual se hace evidente en algunos portentosos momentos como por ejemplo el plano picado de Eleanor observando su imagen reflejada al entrar en la mansión Hill (símbolo de la enfermiza relación que va entablar con el edificio) o el sobrecogedor plano (filmado con un travelling hacia atrás) durante la primera experiencia paranormal de las protagonistas en el que Eleanor queda sumergida en la más absoluta oscuridad (figura que funciona como avance del dramático final del filme). Detalles que junto a otros como el uso de los efectos sonoros, los objetivos deformantes o los ángulos forzados, otorgan al filme la condición de obra visualmente barroca aunque de narrativa firme.
Otra de las claves artísticas del filme radica en su revolucionario tratamiento escénico. Los espacios angostos y los escenarios lóbregos son filmados desde un punto de vista subjetivo y alejado de los tratamientos objetivos y goticistas clásicos. El espacio es el reflejo del mundo interior de Elenaor y Wise lo filma con el mismo extrañamiento que siente la muchacha ante ellos.
Otra de las claves artísticas del filme radica en su revolucionario tratamiento escénico. Los espacios angostos y los escenarios lóbregos son filmados desde un punto de vista subjetivo y alejado de los tratamientos objetivos y goticistas clásicos. El espacio es el reflejo del mundo interior de Elenaor y Wise lo filma con el mismo extrañamiento que siente la muchacha ante ellos: mediante el uso de elementos deformantes y amplificadores (como la profundidad de campo, los grandes angulares y las extremas angulaciones de cámara). Como muy bien ha señalado el crítico Hilario J. Rodríguez, el tratamiento escénico de The Haunting abraza la plena modernidad ya que, según sus propias palabras, “la cámara deja de plantear inquietud a base de establecer relaciones extrañas en el plano (…) y pasa a marcar el colapso de la escritura clásica con un hincapié en los efectos distorsionantes. (…) El punto de vista objetivo cede ante la subjetividad que trae la modernidad al cine” (2). Así, The Haunting entra como miembro de pleno derecho al selecto club de filmes de horror de la década de 1960 (como El fotógrafo del pánico, de Michael Powell, Repulsión o La semilla del diablo, ambas de Roman Polanski) que renovaron el género a partir de la adopción de las innovaciones narrativas de los nuevos cines. La esencial modernidad del filme radica en que el horror ya no se sustenta en la mera exposición de lo siniestro sino que lo verdaderamente ominoso se encuentra en el modo en que son mostrados los motivos fantásticos. Así, el concepto de fantastique de estos filmes está íntimamente ligado al lenguaje fílmico que utilizan ya que lo fantástico también es una cuestión de estilo y no sólo de contenido.
The Haunting ha ejercido una poderosa influencia en el cine de horror posterior tanto en el género de casas encantadas (con El resplandor, de Stanley Kubrick, a la cabeza, un filme que respira el mismo clima hipnótico y ambiguo de la obra de Wise) como en la trayectoria de algunos cineastas en particular, caso de Tobe Hooper, ferviente admirador de The Haunting. Pero, para bien o para mal, los dos principales filmes que se han inspirado directamente en la película de Wise han sido La leyenda de la casa del infierno (The Legend of Hell House, 1973), de John Hough y The Haunting. La guarida (The Haunting, 1999), de Jan de Bont. La primera de ellas es casi un remake no confeso de The Haunting, realizado a partir de una novela de Richard Matheson. Interesante pero en exceso formalista, este thriller de horror se acaba ahogando en sus propios desmanes visuales ya que prácticamente no hay un plano que no esté subrayado por una lente deformante o un ángulo forzado. A pesar de sus errores, su visión resulta más reconfortante que el filme de Bont, remake (este sí) oficial de The Haunting, que comete todos los errores que sorteaba Wise en su obra magna. Si en el The Haunting original primaba la sugestión visual, el tono reflexivo y el ritmo contenido, en la horrible The Haunting. La guarida reina la vulgaridad estética, el infantilismo y el más vacío de los planteamientos, defectos comunes en el ámbito del actual cine comercial estadounidense, una cinematografía a años luz de la maestría visual de la obra del recuperable Wise.