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publicado el 6 de octubre de 2005

El refugio de la serie B

Juan Carlos Matilla | Para los nostálgicos del cine, un filme como Vuelo nocturno (Red Eye, 2005), dirigido por el realizador estadounidense Wes Craven (aún tenemos reciente la decepción que supuso su penúltimo filme Cursed), puede ser una nueva muestra de la absoluta desnaturalización y banalización que en la actualidad sufre la añorada categoría de “cine de serie B”, un subtipo de producción que durante la época dorada de Hollywood aportó algunas de las miradas más personales y radicales del cine americano. Si en aquellos filmes la falta de presupuesto se suplía con unas admirables dosis de arrojo conceptual y visual, ahora algunos de los elementos visuales y escenográficos de aquel cine se han convertido en meros clichés argumentales que otorgan una cierta pátina de autenticidad a filmes muy acomodaticios y para nada creativos, alejados de cualquier discurso de autor como el que puedan tener obras de cineastas como, por ejemplo, Tim Burton o Paul Verhoeven (dos autores que sí han sabido readaptar a su universo las constantes de la serie B sin traicionar su espíritu). En los últimos años hemos podido ver muchos ejemplos de estos falsos productos de serie B como Última llamada (Phone Booth, 2002), de Joel Schumacher, Celllular (2004), de David R. Ellis, o Misteriosa obsesión (The Forgotten, 2004), de Joseph Ruben. Ahora se suma a la moda (aunque en verdad fue uno de los pioneros en aplicarla) el decano del filme de horror estadounidense, el mediocre Wes Craven, con este modesto (y paupérrimo) thriller de acción y suspense ambientado en un avión, un producto de entretenimiento de evidentes apuntes claustrofóbicos que se beneficia del excelente trabajo de los intérpretes y de un reducido metraje.

Sin dejar de ser una nueva muestra del convencional estilo narrativo del Craven de los últimos años, Vuelo nocturno contiene un buen número de excelentes momentos del todo inesperados. En particular, cabe reseñar algunas secuencias rodadas en el interior del avión (en las que Craven muestra un eficaz aunque tremendamente clásico manejo del plano-contraplano y una controlada construcción del tempo narrativo), algunas agudas ideas de guión (como el hitchcockiano personaje de la anciana entrometida o las simpáticas fugas humorísticas ambientadas en el hotel) y, sobre todo, la sobresaliente escena del bar del aeropuerto en la que, mediante el uso de unas breves (y ambiguas) líneas de diálogo y una certera planificación (cada vez más “cerrada” si se me permite este adjetivo poco académico), consigue un elevado clima de tensión aparente, de turbación apenas perceptible en una primera visión, una siniestra sensación de plácida sugerencia inaudita en el cine del creador de Las colinas tienes ojos.

Estos aciertos del filme pueden hacer pensar a más de uno que la carrera de Craven está llegando a un punto de inflexión a partir del cual supere los graves errores de la saga de Scream. De hecho, la naturaleza atípica del filme dentro de su carrera: un modesto trhiller que perfectamente se podía haber rodado para la televisión; y su genuino aire de serie B, pueden ser elementos de peso que justifiquen esta presunta evolución consciente del cine de Craven. Pero, en mi opinión (y aunque desee lo contrario), el aire rutinario que respira la mayor parte del metraje de Vuelo nocturno, su tendencia a la reiteración y los subrayados, sus excesivos guiños cinéfilos, sus efectivos trucos de montaje y ese horrible final que no colaría ni en el más polvoriento de los slasher de la década de 1980, nos retrotraen a los peores errores estilísticos de un creador que, a excepción de la magistral Pesadilla en Elm Street, siempre se ha mostrado como un cineasta incapaz de narrar en imágenes de una forma rica e imaginativa, más allá de las convenciones comerciales habituales y el lenguaje más pulcramente ortodoxo. En resumen, una obra torpe completamente integrada en los márgenes creativos más habituales del cine de Craven.


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