publicado el 29 de septiembre de 2010
Edward L. Cahn (1899–1963) fue uno de los más prolíficos realizadores de la serie B y la serie Z estadounidense de la década de 1950 y llegó a firmar más de ciento veinte títulos de los géneros más diversos en poco más de treinta años, siendo especialmente recordado por sus incursiones en el horror y la ciencia ficción, como La criatura (The she creature) y Cadáveres atómicos (Creature with the atom brain), de 1956, La mujer vudú (Voodoo woman), Zombies of Mora Tau e Invasion of the saucer men, de 1957, ¡El terror del más allá! (It! The terror from beyond space, 1958) o Invisible invaders (1959). The four skulls of Jonathan Drake nunca ha conseguido el estatus de culto de la mayoría de estas producciones pero vista desde la distancia que otorga el tiempo brilla como una de las más estrambóticas realizaciones de una época irrepetible.
Pau Roig | Edward L. Cahn nunca fue ni probablemente será considerado un autor, a duras penas se le conoce como un artesano aplicado e impersonal y ni siquiera ha alcanzado la popularidad y el reconocimiento (para bien o para mal) de cineastas coetáneos como Ed Wood o Bert I. Gordon, aunque su obra empieza a ser reivindicada de manera lenta pero decidida en los últimos años. Los motivos para su revisión son numerosos y variados, aunque quizá el elemento que más llame la atención sea el carácter precursor de algunos de sus filmes, o su particular tenacidad a la hora de abordar temas y mitos poco recurrentes en el momento de su realización, más propios del horror clásico que de la ciencia ficción (nos encontramos casi al final de la edad dorada de las monster movies o películas de monstruos). No hablamos sólo de It! The terror from beyond space, fuente de inspiración directa de los guionistas Dan O’Bannon y Ronald Shussett para el libreto de Alien, el octavo pasajero (Alien, Ridley Scott, 1979), ya que es probable que George A. Romero y John A. Russo tuvieran en mente Zombies of Mora Tau e Invisible invaders, más la segunda que la primera, cuando rodaron La noche de los muertos vivientes (Night of the living dead, 1968). Aunque la falta de presupuesto y los apretados calendarios de rodaje a los que tuvo que hacer frente repercutieron (inevitablemente) en los resultados finales de sus películas, hay algo en el cine de Cahn, quizá casual o puramente intuitivo, que ejerce de puente o bisagra entre dos concepciones de abordar el género, reflejo aún titubeante del paso de un clasicismo ya en franca decadencia (las producciones sobrenaturales de las décadas de 1930 y 1940) a la renovación que el horror experimentará, de manera especial a partir del filme de Romero, hacia parámetros más viscerales y menos inocentes. The four skulls of Jonathan Drake es quizá el título en el que la especie de forcejeo entre estas dos concepciones se revela en todo su esplendor: al adoptar la estructura de las producciones centradas alrededor de la figura de un mad doctor o científico loco aglutina parte de los tópicos y elementos recurrentes de muchas películas de la época, pero al mismo tiempo propone una historia sobrenatural –variante maldiciones familiares– de un exotismo y una virulencia sin parangón en esos años, ni siquiera comparada con las producciones de la Hammer Film en Gran Bretaña.
La frase “El mal hecho por los hombres perdura tras su muerte”, extraída del Julio César de William Shakespeare, ejerce de leitmotiv del original guión firmado en solitario por Orville H. Hampton (1917–1997) [1] e inspirado de manera sorprendente en la tradición y la mitología del pueblo amazónico de los Shuar (llamados “jíbaros” por los conquistadores españoles), habitantes de las selvas del Ecuador y Perú con una gran afición por la práctica del Tzanta, un ritual de connotaciones místicas a través del que momificaban y conservaban las cabezas de sus enemigos a la vez como talismán y como trofeo de guerra. Extinguidos tiempo atrás y prácticamente olvidados por el mundo, los Shuar siguen bien presentes en la memoria de la familia Drake: un antepasado suyo, propietario de un establecimiento mercantil en el Alto Amazonas, fue víctima de la terrible maldición del brujo de la tribu tras masacrar sin piedad a los responsables del asesinato de un agente suizo que trabajaba a sus órdenes. Desde entonces, todos los varones de la familia han muerto de un ataque al corazón a los sesenta años de edad y sus cuerpos han aparecido decapitados poco después de manera misteriosa; pasado el entierro, las calaveras de los difuntos –tres hasta la fecha, de ahí el título original– han aparecido por arte de magia en la cripta familiar. La acción empieza precisamente con la muerte aparentemente natural del penúltimo varón Drake (Paul Cavanagh, 1888–1964); su hermano Jonathan constatará con horror que ha corrido la misma suerte que sus antepasados cuando abra el ataúd y constate que el cuerpo no tiene cabeza. Sólo los espectadores han sido testigos de las evoluciones de Zutai (Paul Wexler, 1929–1979), una especie de zombie de gran altura y larga cabellera cuya boca está cosida con unos largos hilos que le cuelgan por encima de la boca a modo de grotesco bigote: es el criado / esclavo de un eminente médico / arqueólogo de oscuras intenciones, el Dr. Emile Zurich (Henry Daniell, 1894–1963), cuya verdadera identidad no será revelada hasta los instantes finales del metraje. Después de asesinar a Kenneth lanzándole una pequeña flecha envenenada con curare, Zutai ha cortado su cabeza sin ser visto y la ha entregado a su maestro para la fabricación de la tzantza correspondiente en el laboratorio secreto del sótano de su caserón. La visualización de este largo proceso (dividido en varias etapas, se calcula que duraba hasta seis días) es ciertamente sobrecogedora y de una truculencia inaudita para la época, aunque la mayor parte de su poder de fascinación / convicción reside en el excelente trabajo de maquillaje y efectos especiales de Charles Gemora [2]: Zurich separará con cuidado pero con una facilidad pasmosa la piel del cráneo, la coserá y tras rellenarla con un extraño líquido la introducirá en una enorme olla de agua hirviendo para reducir su tamaño.
Apenas han pasado quince minutos de metraje y tanto Cahn como Hampton ya han puesto sus cartas sobre la mesa, una opción que resta poder de sugestión e inquietud al conjunto pero que se revela casi como una fuerza mayor por los 68 minutos que dura en total; la mala dosificación de la información y el funcionamiento hasta cierto punto mecánico de algunas secuencias, sin embargo, pasan prácticamente desapercibidos por el espectador dado el nivel de delirio surrealista, no exento de cándida ingenuidad, que rápidamente se adueña de una trama que transcurre en apenas dos localizaciones de estudio. Desde este momento y hasta el trepidante clímax final, director y guionista centran su interés en las investigaciones del teniente de policía encargado del caso (Grant Richards, 1911–1963), que se niega a creer en la existencia de una maldición sobrenatural y que no hará casa de las advertencias de Jonathan; convertido en un auténtico erudito de las Ciencias Ocultas en su desesperado afán por evitar la misma suerte que el resto de sus familiares, el último varón Drake cuenta con el apoyo incondicional de su hija Alison (Valerie French, 1928–1990), a partir de este momento la única persona en posesión de la única llave que da acceso al mausoleo de la familia. Zutai no tardará en volver a hacer acto de presencia en la mansión de la familia, haciendo gala de una habilidad pasmosa para entrar y salir sin despertar la menor sospecha (aún más teniendo en cuenta su enorme estatura y su evidente torpeza), pero su intento de asesinar a Jonathan será impedido en última instancia por un criado; el avispado teniente no tardará en advertir en el cuello de Drake la pequeña herida provocada por la flecha de curare y tras subministrarle el antídoto al veneno conseguirán momentáneamente salvar su vida. Pero movidos por una imperturbable sed de venganza, Zutai y el Dr. Zurich no están dispuestos a rendirse, ni mucho menos: el muerto resucitado ha conseguido colocar la calavera de Kenneth Drake en el mausoleo de la familia (el hecho de que la familia disponga de un armario dispuesto para tal fin no deja de resultar involuntariamente divertido, aunque también inquietante), pero ha perdido una sandalia por el camino tras ser descubierto por un agente de policía; el siniestro médico, por su lado, penetrará en la mente de Jonathan gracias a sus poderes mágicos, –“Verás lo que yo vea, todo lo que pase por mi mente pasará por la tuya”– y conseguirá inducirle hasta el estado de coma: la alucinación en la que Drake es acosado por cuatro grandes calaveras voladoras que se acercan amenazantes hacia él es uno de los más recordados de la producción.
Mientras, el teniente Rowan ya ha empezado a dudar de la verdadera naturaleza de la maldición: la sandalia de Zutai encontrada en las inmediaciones de la mansión Drake está fabricada con piel humana y los análisis de la sustancia encontrada en una bala que acabó disparada durante la persecución del zombie arrojarán el más inesperado de los resultados: se trata de sangre embalsamada con un porcentaje mortal de curare. El policía y un médico amigo de la familia, el Dr. Bradford (Howard Wendell, 1908–1975) recurrirán entonces a uno de los mayores especialistas sobre la materia, el propio Dr. Zurich: preguntado por el veneno y por la existencia de las “cabezas encogidas”, el científico les hablará de la “cultura de la decapitación” existente en antiguas civilizaciones de América Latina y de la necesidad de cortar las cabezas de las víctimas con una hoja de bambú (si el cráneo no sufre ningún daño y “se corta como es debido, se poseerá el alma del enemigo”), aunque no les ofrecerá ninguna pista para la resolución del caso. Pero Rowan sospecha ya de la misteriosa actitud de Zurich y no dudará en investigar su pasado, llegando a una espeluznante conclusión: su nombre es el de un médico que vivió 180 años atrás del que no se habían tenido noticias desde su misteriosa desaparición. El apotesosis final de la cinta transcurre íntegramente en la siniestra residencia de Zurich, dónde coincidirán Alison, secuestrada por el médico y su criado / esclavo, Jonathan y el Teniente Rowan. El policía pondrá fin a la vida de Zutai y perseguirá a Zurich a través del bosque hasta conseguir clavarle la flecha de curare que estaba (pre)destinada a Drake: ambos héroes constatarán con horror que Zurich es en realidad el mismo brujo que lanzó la terrible maldición sobre la familia, que consiguió la inmortalidad gracias a un fluido de su invención y utilizó la cabeza del verdadero médico –cosida a su cuerpo– como tapadera. Para destruirlo definitivamente Jonathan lo decapitará y contemplará instantes después al lado del policía cómo el cuerpo del indígena se convierte en polvo; una calavera, la cuarta calavera, aparecerá de repente en el lugar en el que pocos segundos ocupaba su cuerpo.
FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA
EUA, 1959. 68 minutos. B/N. Dirección: Edward L. Cahn Producción: Robert E. Kent, para Vogue Pictures Guión: Orville H. Hampton Fotografía: Maury Gertsman Música: Paul Dunlap Dirección artística: William Glasgow Montaje: Edward Mann Intérpretes: Eduard Franz (Jonathan Drake), Valerie French (Alison Drake), Grant Richards (Teniente Jeff Rowan), Henry Daniell (Dr. Emile Zurich), Lumsden Hare (Rogers), Howard Wendell (Dr. Bradford), Paul Wexler (Zutai), Paul Cavanaugh (Kenneth Drake).