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publicado el 13 de abril de 2011

Las cosas en su sitio

Pau Roig | Wes Craven siempre será recordado por Pesadilla en Elm Street (Nightmare on Elm Street, 1984), título fundamental –para bien y para mal– del cine de terror de los últimos treinta años. El resto de su filmografía, incluida la burda, por no decir estúpida tetralogía iniciada con Scream, vigila quien llama (Scream, 1996), no está ni por asomo a la altura de su película más completa y popular; abundan en ella bodrios infumables como Bendición mortal (Deadly blessing, 1981), La cosa del pantano (Swamp thing, 1982) o Amiga mortal (Deadly friend, 1986), sin olvidar Un vampiro suelto en Brooklyn (Vampire in Brooklyn, 1995) o Música del corazón (Music of the heart, 1999), títulos que dan cuenta de las terribles limitaciones, más narrativas que técnicas, es cierto, de un cineasta imitativo sin nada especial que contar al que Almas condenadas pone definitivamente en su sitio.

La película supone no sólo el regreso de Craven al horror sino también a la dirección cinematográfica, de la que llevaba apartado más de cinco años tras los merecidos fiascos de Vuelo nocturno (Red eye) y La maldición (Cursed), estrenados en el 2005; supone igualmente su primer guión escrito en solitario para la gran pantalla en prácticamente veinte años, en concreto desde La nueva pesadilla de Wes Craven (Wes Craven’s New nightmare, 1994). Esta serie de casualidades nada casuales pueden (y deberían) dar a entender que Almas condenadas es un proyecto personal, una suerte de ejercicio de autoafirmación creativo y económico pensado como un aperitivo de la cuarta entrega de Scream, vigila quién llama, pero nada más lejos de la realidad. Tras un complicado proceso de postproducción en el que se decidió su conversión a tres dimensiones –no contemplada en un principio–, su estreno en Estados Unidos fue un fracaso tan estrepitoso de crítica y público que su exhibición en el resto del mundo se ha retrasado: si no hay contratiempos, en España llegará el 10 de junio, casi dos meses después de Scream 4, aunque si esta última no responde a las (exageradísimas) esperanzas depositadas en ella es probable que se acabe estrenando directamente en dvd. Las razones que explican el impresionante batacazo del filme son numerosos; la mayoría de ellos, de hecho, están ya implícitos en el posterior rodaje de la cuarta entrega de las andanzas de Ghostface: Craven y el otrora afamado guionista Kevin Williamson buscan desesperadamente repetir el éxito que desde hace prácticamente una década no han conseguido ni juntos ni por separado; la maquinaria de la cada vez más ignorante y ridícula industria de Hollywood los empuja a recorrer una y otra vez caminos ya conocidos por el gran público, a repetir una fórmula agotada que mira hacia el pasado en lugar de tomar buena nota de los nuevos caminos emprendidos por el horror en los últimos años. Esto es, en resumidas cuentas, Almas condenadas: un refrito cobarde, desganado y anacrónico de las ideas, los recursos y elementos que han elevado a Craven a una categoría, la del especialista en el género (decir “maestro” sería una barbaridad), que le viene más que grande.

La cinta, es cierto, tiene un arranque vigoroso que, pese a su falta de originalidad, se cuenta entre lo mejor que ha filmado el realizador en toda su carrera, e incluso parte de una idea no del todo desdeñable que podría haber dado pie a un cómic más divertido que terrorífico, no necesariamente paródico. La trama de Almas condenadas gira alrededor de “Los siete de Riverton”, cinco niños y dos niñas que nacieron prematuramente la misma noche en la que un asesino esquizofrénico apodado “El destripador”, Abel Plenkov (Raúl Esparza), fue capturado por la policía y desapareció sin dejar ni rastro después del accidente de la ambulancia que lo llevaba al hospital. Ecos de la franquicia iniciada con La noche de Halloween (Halloween, John Carpenter, 1978) sobrevuelan los primeros minutos de metraje, rodados y montados con un endiablado sentido del ritmo y un vigoroso sentido del suspense, unas virtudes que desaparecen por completo cuando la acción se traslada a la actualidad, dieciséis años después de la tragedia: la policía interrumpe una ceremonia con visos de farsa que los estudiantes de la ciudad han ido celebrando año tras año para alejar el espíritu malvado del Destripador, ya que según cuenta la leyenda el asesino no tenía múltiples personalidades sino múltiples almas, que se reencarnaron en cada uno de los bebés prematuros. Es el momento de presentar a los diferentes protagonistas, a cuál más burdo y estereotipado: el principal es Bug (Max Theriot, de risible parecido al temible Justin Bieber y que a sus veintitrés trata de aparentar quince), un chico introvertido y extraño que a diferencia de todo el mundo –incluidos los espectadores– ignora su verdadera identidad; es el hijo del Destripador, nacido milagrosamente tras el asesinato de su madre y criado desde entonces por su tía May (Jessica Hecht). El resto de los siete lo conforman su mejor amigo, Alex (John Magaro), un chico gamberro y desaliñado maltratado por su padrastro alcohólico; Penélope (Zena Grey), una fanática religiosa que más que una adolescente parece la madre paranoica de Carrie (Id., Brian de Palma, 1976); Jay Hay (Jeremy Chu) y Jerome (Denzel Whitaker), que aportan el necesario toque multicultural al reparto y por ello no tienen ningún peso en el desarrollo de la acción (¿qué puede esperarse de una propuesta en la que el villano de turno tiene nombre búlgaro y está interpretado por un actor de origen latino?); Brittany (Paulina Olszynski), en penúltimo lugar, es la típica chica guapa y tonta del Instituto que nunca hace caso al protagonista, ignorando que es el amor de su vida, mientras trata sin demasiada convicción de librarse del acoso del último de los siete, Brandon (Nick Lashaway), el recurrente “chuloputas” cachas y sin cerebro que pulula siempre por cualquier buen instituto norteamericano que se precie. Ninguno de los siete personajes tiene vida propia ni el menor interés, aunque Brittany y Brandon se llevan la palma al seguir siempre al pie de la letra directrices de la chica que verdaderamente corta el bacalao en la escuela, Fang (Emily Meade), tres años mayor que ellos y vestida / disfrazada con los atuendos y el maquillaje pseudogótico con el que Hollywood discrimina a los personajes poco o nada frecuentables.

Igual que en Pesadilla en Elm Street y la saga Scream, vigila quién llama los personajes adultos (y las situaciones adultas, en el buen sentido del término) no tienen ninguna relevancia a lo largo de un desarrollo que pasada la media hora inicial se reduce al acoso de un sanguinario psicópata enmascarado que irá eliminando uno por uno a “Los siete de Riverton” nadie sabe muy bien cómo ni por qué. Como en los dos títulos citados, tampoco la policía pinta prácticamente nada en el descubrimiento de la verdadera identidad del asesino, una sorpresa final que no es tal porque Craven juega la baza de la ambigüedad como un fin en sí mismo y acaba por no decantarse por ninguna de las posibles soluciones: ¿el asesino es el verdadero Destripador, que ha vuelto del Más Allá o ha regreso del recóndito lugar en el que ha estado escondido dieciséis años porqué no tenia nada más que hacer, o se trata de alguien que se hace pasar por él? La rápida sucesión de muertes violentas, filmadas de manera sorprendentemente poco efectista viniendo de quién vienen, y la sucesión de pistas falas y arbitrariedades que pueblan la trama (los constantes paralelismos entre el asesino y el Cóndor de California, “guardián de las almas” según la tradición, las visiones sobrenaturales de Bug, incapaz en todo momento de cambiar su anodina expresión de “¿Qué hago yo aquí?” y “¡Dios mío! ¿Qué me está pasando?”), en nada contribuyen a mantener el interés de unos espectadores atrapados en el interior de un mecanismo que conocen a la perfección y que no depara la menor sorpresa, aunque sí descacharrantes dosis de humor involuntario que parecen insinuar que Craven debería haberse dedicado a la comedia. Tras conocer su verdadera identidad, Bug será víctima de una brutal paliza en el pasillo de su casa a manos de su hermana(stra) Fang –el parentesco entre ambos personajes no se revela hasta casi el final y es uno de los giros sorpresivos mejor llevados del guión, aunque luego no sirve para nada–, tras la cuál a su madre / madrastra no se le ocurrirá otra cosa que preguntarle “¿Cómo está tu hermana?”. La estupidez manifiesta de los diálogos, de hecho, es una constante a lo largo de un filme que podía haber pasado por una nueva entrega de Scary movie (Id., Keenen Ivory Wayans, 2000) si su máximo responsable no se la hubiera tomado tan en serio: “No está bien que nos estemos matando entre nosotros todo el tiempo” le dirá Alex a Bug tras conocer la muerte de cuatro de sus compañeros de instituto, aunque la mejor conversación entre los dos amigos viene poco después: “¿Quieres beber algo?”, pregunta Bug; “¿Tienes matarratas?”, pregunta Alex, que obtiene como respuesta “Lo siento, se nos ha acabado”. Más adelante, cuando Alex parece estar convencido que su compañero es el asesino, intentará tranquilizarlo diciéndole “Yo tampoco soy un ángel, he matado a mi padrastro esta noche”. El largo clímax final transcurre íntegramente en el interior de la casa de Bug y explicita hasta el paroxismo la sucesión de sin sentidos y estupideces, hasta entonces más o menos tímida, que constituye el verdadero meollo de Almas condenadas, llegando a sus puntos culminantes con la estúpida muerte del detective de la policía encargado de resolver los asesinatos y, más aún, con la desternillante aparición de Jerome malherido en el armario de la habitación de Bug (a Craven seguramente se le olvidó eliminarlo antes).

    FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA:

    EUA, 2010. 107 minutos. Color. Dirección y guión: Wes Craven Producción: Wes Craven, Anthony Katagas y Iya Labunka, para Rogue Pictures / Relativity Media / Corvus Corax Productions Fotografía: Petra Korner Música: Marco Beltrami Diseño de producción: Adam Stockhausen Montaje: Peter McNulty y Todd E. Miller Intérpretes: Max Thieriot (Bug), John Magaro (Alex), Denzel Whitaker (Jerome), Zena Grey (Penelope), Nick Lashaway (Brandon), Paulina Olszynski (Brittany), Jeremy Chu (Jay), Emily Meade (Fang).


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