publicado el 21 de abril de 2011
Diego López | Cuando el realizador estadounidense Wes Craven dirigió la primera entrega de Scream en 1996, quizás, sin darse cuenta, volvía a dar alas a un género —subgénero, para otros—: el slasher, un cine que había vivido una época de esplendor a principios de los años ochenta y que, por desgracia, antes de finalizar dicha década bajaba la persiana.
Craven, con aquel magnífico film cuya secuencia inicial (protagonizada por Drew Barrymore) ya podemos considerar antológica, resucitaba un género algo olvidado e iniciaba una saga que vendría acompañada de dos entregas más: una segunda parte, bastante correcta, realizada al año siguiente, y una destartalada tercera película ya en el año 2000.
Sin embargo, la saga Scream no sería la única. Sé lo que hicisteis el último verano (1997), con dos entregas más en 1998 y 2006 —estas dos últimas, olvidables— también logró hacerse un hueco entre los fans del slasher. Lógicamente, aparecieron otras, que también decidieron subirse al carro: Leyenda urbana (Urban legend, 1998) de Jamie Blanks, con dos entregas posteriores en 2000 y 2005, y Secuestrando a la Srta. Tingle (Teaching Mrs. Tingle, 1999), dirigida por Kevin Williason, guionista de la saga Scream y de la primera entrega de Sé lo que hicisteis el último verano.
Algunos de esos títulos serían los últimos coletazos del resurgimiento del slasher ya que, a partir de entonces, el éxito de la película The ring (1998) y derivados, sumado a la saga Saw, que daba comienzo en 2004, acapararían gran parte de la cartelera cinematográfica. Sin embargo, faltaba por llegar una corriente que todavía está muy vigente. Los remakes, para bien o para mal, han desempolvado algunos clásicos de dicho género, tales como Halloween (Id., 1978) de John Carpenter, Viernes 13 (Friday the 13th, 1980) de Sean S. Cunningham o la menos conocida Siete mujeres atrapadas (The House On Sorority Row, 1983) de Mark Rosman, entre otros. Craven y Williason, viendo que todavía tenían capacidad y potencial para recuperar la saga, pusieron manos a la obra y se embarcaron en esta cuarta entrega, aprovechando, de alguna manera, ese revival y el fanatismo que aún suscitan las sagas (sólo hay que ver lo bien que sigue funcionando la franquicia Saw con siete películas estrenadas entre 2004 y 2010).
Entrando ya en materia, lo cierto es que poca confianza me inspiraba la cuarta película. Por un lado, el trailer no auguraba nada bueno; por el otro, Craven, en horas bajas, lejos de sus grandes propuestas de los años setenta y ochenta, con unos últimos films que pasaron sin pena ni gloria (La maldición [Cursed, 2005] y Vuelo nocturno [ Red eye, 2005]), estos últimos años, se ha decantado más por la tarea de productor de remakes de antiguos films suyos (véase Las colinas tienen ojos [The Hills Have Eyes: Remake, 2006], realizada —y superada— por Alexandre Aja y La última casa a la izquierda [The Last House on the Left, 2009] de Dennis Iliadis). Si a eso le sumamos el desastre que fue Scream 3 hace ahora once años, poco tenía a su favor… Pero, como buen maestro que es, al igual que en las otras entregas, junto al excelente guionista Kevin Williason, ha sacado lo mejor de cada uno y ha firmado un título que, desde ya, se me antoja de imprescindible.
Scream 4 es un film actual, donde han sabido combinar perfectamente las nuevas tecnologías (ya sea en el terreno cinematográfico como en la vida diaria de los más jóvenes), la parodia —con esmero y respeto— del cine de terror actual y sus remakes (“Stab” da buena cuenta de ello) y diferentes —y acertadas— referencias a títulos emblemáticos del género. Así, el último episodio, por ahora, cumple su máximo objetivo: entretener y ser a la vez un film fresco, novedoso, sangriento, con cierta dosis de intriga y una interesante complicidad con el espectador ávido de cine de terror. Pero vayamos por partes.
Ya desde su inicio, el tándem Craven/Williason, nos muestra cómo la saga ficticia “Stab” (una especie de eje para los jóvenes protagonistas del film a la hora de ir abriendo vías de investigación) va a ser un punto de apoyo para todos, incluidos los espectadores, que irán observando cómo esa saga bien podría ser Scream y se verán arrastrados de la comedia al terror en un abrir y cerrar de ojos. Cabe destacar, ya que hablamos de “Stab”, el inteligente y divertido protagonismo que adquiere en el tramo inicial de la película. Muy acorde con los hechos que iremos viendo más adelante en el film. Igual de importante será el elenco de actores, apoyado por las viejas glorias de la primera entrega. Repiten los necesarios Neve Campbell, David Arquette y la exuberante Courteney Cox (también la voz de Ghostface interpretada por Roger Jackson en su versión original).
Campbell, relegada a un segundo lugar debido a la entrada de jóvenes actrices que acapararán gran parte de la trama, no acaba de desenvolverse muy bien en su rol; su interpretación y su papel en los sucesos más relevantes están algo descuidados y de alguna manera, su retorno a Woodsboro con un libro bajo el brazo sobre los sucesos acontecidos años atrás, ahora es una reputada escritora, son un conducto importante de la trama. Por el contrario, Cox se despliega estupendamente, con mucha soltura y tablas. Por su parte, el sheriff Dewey (Arquette) vuelve a ser el mismo tipo divertido, atormentando y confundido por todo lo que sucede a su alrededor. El resto del reparto, en el que se vislumbra mucho rostro joven y nuevo, cumple perfectamente su cometido.
La selección y composición de la música, donde repite Marco Beltrami, es otro gran acierto. Cumpliendo, y muy bien también, su entrada en escena.
Aunque cabe destacar el trabajo de Craven tras la cámara, también el de su montador Peter Mc Nulty, mucho le debe a su guionista Kevin Williason, capaz de trazar, magistralmente y con mucho ingenio, una trama que bien puede parecer ya muy repetitiva pero que logra llevarnos por una espiral de terror y auto-parodia con cortesía —eso sí— durante sus 110 minutos de duración.
Ágil con el humor y brutal con la violencia, esta cuarta entrega está a la altura de las dos primeras películas de la saga (mejor olvidar la tercera). Craven vuelve a demostrar que, rodeado de un buen equipo, puede seguir regalándonos joyas en bruto desde la factoría de Hollywood, lugar donde cuesta cada vez más ver buenas películas de terror. Siendo el panorama independiente el que nos regala los títulos más interesantes en estos últimos años. The house of the devil (Ti West, 2009) y The violent kind (The Butcher Brothers, 2010) son una muestra de ello.