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publicado el 29 de abril de 2011

Caperucita Rosa

Alberto Romo | El archiconocido cuento protagonizado por una niña a la que todos conocen como Caperucita Roja, ha sido objeto de infinidad de estudios que han acomodado a la vivaz infante en el diván para extraer las más variadas interpretaciones de inspiración freudiana. La mayoría de estas elucubraciones se basan en la primera versión impresa del cuento, obra de Charles Perrault, valiéndose de sus chocantes alusiones lascivas (cfr.: Caperucita Roja entra desnuda a la cama donde le espera el lobo...). Este componente erótico estaba prácticamente ausente en las primeras narraciones orales en las que aparece el popular personaje -bien que éstas contaban con un mayor grado de truculencia y crudeza-, y fue muy suavizado/censurado en la recatada versión de los hermanos Grimm publicada por primera vez en 1812. Sin embargo, los Grimm añadieron un final en el que Caperucita Roja y su abuela se enfrentan al asedio de un segundo lobo hasta que acaban sin contemplaciones con su vida y, lo que es más importante, sin recurrir a la ayuda de ningún intrépido varón. Éste especie de epílogo, de insospechadas (para la época) connotaciones casi feministas, fue olvidado con el paso del tiempo y escamoteado en impresiones posteriores. Y es que la lenta solidificación del cuento en el inconsciente colectivo, se ha ido moldeando por los principios morales y valores sociales de las épocas sucesivas.

En Caperucita roja (Red riding hood, 2011), lujosa adaptación cinematográfica con vocación de blockbuster del célebre cuento de hadas, no aparece acreditada autoría literaria alguna -a diferencia de otras operaciones comerciales similares como Blancanieves: la verdadera historia (Snowwhite: A Tale of Terror, 1997)-, tal vez porque su guionista David Johnson selecciona, combina, amplifica o transgrede a conveniencia pasajes, claves e interpretaciones de las diferentes versiones escritas y orales, y los hace pasar por un filtro más o menos personal. Si fuera música, sería una especie de mashup, pero no confeccionado a partir de diferentes temas como es la norma, sino de versiones de una misma canción. Así, encontramos en la película una estrecha complicidad femenina transgeneracional entre abuela, madre e hija, que apunta hacia la transmisión de unos saberes ancestrales con lo que las mujeres cooperan para lidiar con un poder masculino salvaje, brutal, lupino, y que recuerda al mencionado final del cuento de los hermanos Grimm; una libidinosa Caperucita Roja (cautivadora Amanda Seyfried) en pleno despertar sexual decidida a explorar libremente su sensualidad; su atracción/curiosidad por el bosque, símbolo del inconsciente y lo prohibido; o ciertas alusiones a tabúes como el incesto, la pedofilia o la zoofilia, legado de las versiones más remotas y siniestras del relato.

Tan prometedoras premisas invitarían al optimismo si no fuera porque estamos en el siempre proceloso terreno de las majors de Hollywood, comparable a un amenazador bosque que deben atravesar las nobles ideas mientras tratan de no ser deboradas por acechantes lobos con corbata. Valga recordar que con ingredientes similares a esta Caperucita roja, Neil Jordan realizó la inolvidable En compañia de lobos (The company of wolves, 1984), un film tan inquietante como sugerente. Lamentablemente, tras visionar esta Caperucita Roja, lo único inquietante que encontró en el film este humilde servidor, fue el hecho de comprobar cómo una propuesta tan prometedora sobre el papel ha acabado convertida en un film tan fallido; y me temo que solamente sugiere la inclusión de burdos tejemanejes perpretados por gerentes, productores o responsables de marketing en aras de la máxima rentabilidad comercial del producto. El tono tenebroso y bizarro que exigía una historia tan abocada a lo telúrico y lo inconsciente no asoma ni remotamente; su lugar lo ocupa una puesta en escena ampulosa, presidida por un vacuo esteticismo que coquetea sin rubor con el kitsch en no pocas ocasiones, y aderezada con veleidades estilísticas de toda clase.

La directora de este desatino, Catherine Hardwicke, se limita a reutilizar la exitosa receta de la saga Crepúsculo - de la que dirigió su primera entrega-, diseñada con el único objetivo de atraer a las salas de cine público apenas pubescente que, no en vano, es el predominante. El goticismo videoclipero, los galanes con apariencia de modelos de ropa juvenil, el terror descafeínado o el romanticismo edulcorado vuelven a hacer puntual acto de presencia, todo ello envuelto en un aroma a loción contra el acné y ensartado en una trama que recurre al clásico whodunit y que avanza a golpe de pista falsa a cual más tramposa. ¿Quién es el asesino? ¿Quién es el lobo? ¿A quién le importa? Probablemente los verdaderos villanos de esta función, los hombres lobo más astutos y peligrosos, no aparecen hasta muy avanzada la proyección -una vez que los títulos de crédito finales empiezan a correr-, ocultos bajo el oscuro pelaje de algún esotérico departamento relacionado con la mercadotecnia. Se trata de los mismos personajes de poco fiar que intentan hacernos creer que Caperucita Roja de Catherine Hardwicke es una reformulación adulta del cuento de hadas homónimo, cuando en realidad está mucho más cerca de ser una versión teen de En compañía de lobos de Neil Jordan o, lo que es más insensato, la infantilización de un cuento para niños. Definitivamente esta Caperucita no es del color de la sangre o la pasión, sino de un empalagoso rosa pastel.


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