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publicado el 13 de mayo de 2011

Una vuelta de tuerca a 'Frenético'

Marta Torres | Sin identidad es la historia de un hombre que no existe. También es el último encargo que solventa con nota Jaume Collet-Serra, el director catalán afincado en Los Ángeles que ya puntuó muy alto con La huérfana y se está especializando en el difícil negocio de hacer películas originales con las ideas de otros. En el caso de Sin identidad, además, las autorías son múltiples e intrincadas.

La película es una apuesta personal de sus productores Joel Silver (Sherlcok Holmes) y Leonard Goldberg (Los ángeles de Charlie) que pusieron en marcha la adaptación de la novela La doble vida de Marvin Harris del famoso escritor francés, Didier Van Cauwelaert, obsesionado por retratar a personajes desplazados de su entorno. Sin embargo, la historia empieza casi como un guiño nostálgico a Frenético (de Roman Polanski) con algo del héroe injustamente perseguido de Con la muerte en los talones de Alfred Hitchcock. Un maduro doctor en biología (Liam Neeson) llega a Berlín con su mujer para asistir a una conferencia. Sufre un accidente, entra en coma y, tras unos días en el hospital, regresa al hotel para descubrir que hay otro Marvin Harris ocupando su lugar. Las similitudes con el filme de Polanski llegan tan lejos que la película incluye incluso a un grupo de misteriosos perseguidores y a una atractiva mujer “fuera del sistema” que le ayudará a intentar recobrar su vida. Hasta aquí, el filme actúa como un placentero Deja vú, un territorio conocido y revisitado muchas veces donde campan a sus anchas las conspiraciones políticas, los asesinatos, los engaños y los espías. ¡Cómo echamos todos de menos los buenos thrillers del pasado!

Pero esto es sólo un espejismo. El sólido esquema argumental del thriller sobre el personaje perseguido se va resquebrajando a medida que avanza la película, a pesar, y aquí está el acierto, y quizá la “autoría” del director, de que el filme está dirigido siguiendo a pies juntillas este esquema. Sin embargo, hay fisuras y huecos por donde se cuelan otras realidades: estamos en el año 2011 y no sirven los esquemas de hace 30 años. Una de las escenas clave de la película tiene lugar en el apartamento de un antiguo espía de la Stassi, un viejo achacoso rodeado de reliquias de la Guerra Fría de las que se siente orgulloso. En aquella habitación sentimos algo de lo que tuvieron que ser las películas de espías, el cine de la ciudad separada por un muro y, sin embargo, también sentimos su decadencia. El hálito de una historia muerta, de un cine que debe reinventarse para seguir contando historias y que utiliza para ello, precisamente, la forma y el contenido de este cine.

Sin identidad lo hace. Sea por valentía o por casualidad, la película da un paso más allá y reformula su propia historia sin romper del todo el mecanismo que la hace funcionar. En este aspecto, se parece más en esencia a lo que formulaba Polansky o Hitchcock: se trata de profundizar en el engaño, de dar hasta tres vueltas de tuerca sin que el edificio se venga abajo.

Collet-Serra suele ser un hombre de pocas palabras, al menos en las entrevistas, pero tiene un talento natural para dar forma cinematográfica a las obsesiones y a la vida interior de sus personajes sin que la película navegue o pierda ritmo, Sin identidad debe parte de sus aciertos (además de a un buen guión) a la pericia de su director, capaz de dar fuerza narrativa al rompimiento de un espejo o a un plano a través de una ventana o unos ojos entrecerrados. Sin identidad siempre nos presenta una realidad filtrada, vista a través de algo o alguien, como si quisiera avisarnos de su propio engaño, muy consciente de que hace cine a través del cine.

No quiero terminar la crítica sin recordar a Frank Langella. Aunque la película no les convenza o se sientan traicionados en alguna medida por su (des)apego a las formas clásicas, la aparición del actor en el filme bien merece pagar la entrada.


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