publicado el 2 de febrero de 2012
Marta Torres | Los filmes de supervivencia en paisajes inhóspitos y nevados son casi un subgénero cinematográfico con recursos, tradición y marca de estilo propio. La cosa, (John Carpenter), Camino a la Libertad (Peter Weir) o incluso Las aventuras de Jeremiah Johnson podrían decirse abuelas, madres o primas hermanas del filme que nos ocupa, Infierno blanco, una historia de supervivencia que enfrenta a un grupo de hombres contra sí mismos y contra una manada de lobos feroces, sólo que El Infierno Blanco (The Grey en su versión inglesa) es bastante más sucinta, nihilista y abstracta que las arriba mencionadas.
Se trata de la primera película con pretensiones de Joe Carnahan, realizador conocido hasta ahora por imitar sin gracia el estilo de Tarantino en Ases calientes y por dirigir una puesta al día de El Equipo A en la gran pantalla. Infierno Blanco, que ha sido producida por Ridley Scott, Toni Scott y Liam Neeson (que interpreta al protagonista en la película) y se basa en un relato breve de Ian MacKenzie Jeffers (Ghost Walker), explica la historia de un grupo de hombres que trabajan al norte de Alaska en una compañía petrolífera, si bien centra el foco en uno de ellos, John Ottway (Liam Neeson), un cazador de lobos solitario con el corazón roto e impulsos suicidas. En su viaje de vuelta a casa, el avión que les transporta sufre un aparatoso accidente que les deja incomunicados en medio de una extensa llanura congelada, rodeados de cadáveres y justo en medio del territorio de caza de una manada de lobos.
En esta tesitura, el grupo decide seguir a Ottway y viajar hacia el sur, mientras los lobos y el frío les van menguando más deprisa que despacio. Infierno blanco, por tanto, recupera todos los estilemas del grupo humano enfrentado a un enemigo atroz, un tema que, además de emparentar la película con el western, es muy querido por realizadores como Howard Hawks o John Ford, aunque en este caso esté más cerca de John Carpenter en La cosa, con la que comparte el aliento mortal del ártico y la soledad invencible que evoca la nieve, casi una metáfora perfecta de la muerte. Con todas comparte el gusto de enfrentar a unos hombres con otros en un entorno hostil y explorar los distintos caracteres que componen el grupo y cómo estos se enfrentan a una situación de vida o muerte.
La película se sirve de una estructura lineal, sin sorpresas (si exceptuamos un final potente aunque algo apresurado) para reivindicarse como un interrogante, que no panfleto, sobre la naturaleza del hombre y el sentido de la vida y la muerte. Podría decirse que Infierno blanco es una pregunta honesta a un dios inexistente que, afortunadamente, no trata de responder.
Sin embargo y más allá de su devoción por lo existencialista, el filme brilla en los momentos más pegados a las sensaciones, secuencias con un matiz oscuramente fantástico, como la genial escena donde se aparecen las oscuras siluetas de los lobos, más parecidos a criaturas fantasmales que a seres de este mundo, o terroríficamente perturbadoras, como cuando la cámara se pasea lentamente por el avión poco antes del accidente, entre los vahos de los pasajeros durmientes. Los miedos terrenales, la naturaleza, los lobos, el bosque adoptan entonces la forma de formidables enemigos atávicos contra los cuales no hay más salida que la lucha sincera de un hombre solo.