publicado el 12 de marzo de 2012
Marta Torres | John Carter es casi el abuelo de las aventuras espaciales que aúnan planetas exóticos, espada y brujería, y que más tarde se conocería bajo el nombre de Space Operas. El personaje, un veterano de la Guerra de Secesión que viaja astralmente a Marte, fue creado por Edgar Rice Burroughs en 1917 en una serie de novelas ambientadas en el Planeta Rojo, la más extensa y famosa después de su obra más conocida, Tarzán de los monos. A pesar de su éxito, personajes similares aunque bastante posteriores como el capitán Buck Rogers o Flash Gordon, creados en 1928 y 1932, respectivamente, tuvieron pronto su adaptación en series o películas. No pasó lo mismo con John Carter, que ha sido el último en tener su traslación el cine, -aunque estuvo a punto de convertirse en un filme animado en los años treinta. En consecuencia, el personaje de Burroughs era una perita en dulce por explotar, una tentación a la que sucumbió Disney confiando en un proyecto producido por uno de los gerentes de Pixar. El resultado podía ser terrible o una delicia, aunque ha resultado ser otra cosa muy distinta.
Quizá por este motivo, había detrás del estreno de John Carter demasiadas expectativas. Se trataba de la adaptación de todo un clásico de las aventuras espaciales puesta en manos de un genio de la animación que se enfrentaba a su primera película con actores reales, Andrew Stanton, uno de los puntales de Pixar y director de maravillas como WALL·E batallón de limpieza. Además, participaba en el proyecto como guionista Michael Chabon, autor de una extraordinario relato, Las fabulosas aventuras de Kavalier y Clay, que indaga en la esencia misma de los superhéroes de los años treinta. La película, sin embargo, dista mucho de ser una fábula reflexiva acerca de las historias de ciencia ficción tradicionales, como puso serlo WALL·E o una caricatura desmitificadora o irónica del material original, lo que nos hacía intuir Chabon. Muy al contrario, John Carter es una celebración de lo pulp hecha desde la falsa inocencia de un mito recién nacido, un John Carter con muchas posibilidades aún por explorar, esperamos, en futuras películas (Lo que no es imposible dado que ésta es la adaptación de la primera novela de Burroughs sobre el héroe: Una princesa de Marte). Aunque también es una celebración del puro entretenimiento, del montaje con sentido y del movimiento sin pausa…
Sin embargo, tampoco nos encontramos con una película palomitera al uso. Aunque la película puede recordarnos a las nuevas entregas de Star Wars o El Príncipe de Persia (hecho más atribuible a Disney que a otra cosa) hay en John Carter algunas fugas siniestras muy de agradecer entre tanto oropel dorado: los recuerdos de la guerra de secesión, los hombres de negro y su desapegada afición al mal, los métodos educativos de algunos extraterrestres o algunas escenas de batalla hipertróficas bajo los acordes de Michael Giacchino, como la que enfrenta a John Carter contra un ejército entero pasado de vueltas, ponen el subtexto adecuado de mala leche para que la película sea un divertimento más adulto del que parece a simple vista.