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publicado el 31 de mayo de 2012

Cuestión de fe

Pau Roig | Primera producción norteamericana del tándem formado por los directores suecos Måns Mårlind y Björn Stein, La sombra de los otros se estrena en España con más de dos años de retraso y meses después de su siguiente realización, Underworld: El despertar (Underworld: Awakening, 2012), y casi cuatro años después de haberse empezado a rodar. En un momento poco o nada proclive para las producciones de terror sobrenatural más o menos ambiciosas –veintidós millones de dólares de presupuesto, ni más ni menos–, la película sorprende en un principio por su condición de sugerente collage de ideas y referencias (del thriller psicológico a los filmes sobre posesiones demoníacas, pasando por el cine de psicópatas), aunque no tarda en poner sobre la mesa un discurso progresivamente tendencioso y reaccionario en defensa de los más reprobables valores del ultracatolicismo estadounidense.

La siempre estimulante presencia de Julianne Moore en un papel que parece escrito a su medida y su impecable acabado técnico y formal diferencian positivamente el filme del grueso de producciones relacionadas con el género propuestas por la industria de Hollywood en estos años, cada vez más torpes y escasas; exceptuando la absurda fiebre de los remakes de filmes anteriores de éxito mayúsculo o relativo, de hecho, podría afirmarse que el horror ya no cuenta para nada entre las prioridades de los grandes ejecutivos de Hollywood, a excepción, quizá, del ala más conservadora / retrógrada de los grandes estudios; lo corroboran filmes tan penosos como El rito (The rite, Mikael Håfström, 2011) o Devil inside (The devil inside, William Brent Bell, 2012) con su ridícula defensa ciega de la religión católica (con todo lo que ello conlleva) y del poder redentor de la fe cristiana y, al mismo tiempo, con su advertencia de los peligros indecibles que aguardan a todos aquellos que se niegan a creer en Dios o reniegan de él: por más nimio o insignificante que sea su pecado, todos los descreídos y los pecadores acabarán ardiendo para siempre en las llamas del infierno. El problema de La sombra de los otros, o depende de cómo se mire su virtud, radica en el hecho que durante prácticamente la primera mitad de metraje la cosa funciona, y casi nos atreveríamos a decir que funciona muy bien: a la solvencia del reparto y a la elaborada estética del conjunto hay que sumarle una puesta en escena poco o nada efectista y de gratos ecos clásicos, que prima con acierto la baza del suspense antes que el susto efectista y renuncia a la temible moda de la cámara en mano y del montaje sincopado que está ahogando el horror en los últimos años. Junto con el aplicado trabajo de dirección, dominado de principio a fin por un tratamiento del color –frío, apagado, cada vez más oscuro– decisivo a la hora de crear la indispensable atmósfera de desasosiego, cierto es que la mayor parte del mérito de estos casi diríamos que espléndidos primeros sesenta minutos recae en el guión de Michael Cooney; igual que hacía en su trabajo más recordado hasta la fecha, Identidad (Identity, James Mangold, 2003), el guionista demuestra conocer a la perfección los mecanismos de creación de suspense y de intriga, dosificando a la perfección la información que se nos va dando con cuentagotas pero sin grandes alardes, sin pretenciosidad. Partiendo de una premisa poco menos que fascinante –la investigación de una reputada pero descreída psiquiatra forense alrededor de un supuesto caso de desdoblamiento múltiple de personalidad, enfermedad que ella misma afirma que no existe porque no se ha podido documentar ninguna prueba concluyente al respecto–, Cooney ofrece en un principio (casi) todo lo que cualquier buen aficionado al terror en particular y al cine en general debería esperar de una cinta de estas características: madurez, concisión expositiva y una bien medida y gratificante renuncia a los más trillados recursos y lugares comunes del género, algo de lo que no pueden presumir, ni mucho menos, tanto las citadas realizaciones de Håfström y Brent Bell como la mayoría de propuestas terroríficas que llegan hasta nuestra cartelera.

A un paso de la sobreactuación pero sin llegar a caer nunca en ella, el protagonista de Match point (Id., Woody Allen, 2005), Jonathan Rhys Meyers, otorga a su difícil personaje la suficiente credibilidad y el indispensable misterio como para atraer poderosamente la atención de los espectadores: ¿se trata de un loco inofensivo, de un psicópata trastornado capaz de asimilar la personalidad de personas fallecidas tiempo atrás en misteriosas circunstancias o simple y llanamente está poseído por el Diablo? Tras la excelente presentación de los protagonistas, las cada vez menos creíbles investigaciones emprendidas por la doctora Cara Harding apuntan progresivamente hacia la tercera opción, sin duda alguna la más inquietante de todas. El escepticismo inicial del personaje, la implacabilidad de su razonamiento científico y la seguridad que demuestra tener en sí misma (aunque sea un poco a trompicones) pronto empezarán a tambalearse, no así sus fervientes creencias religiosas, de las que deberá sacar fuerzas para evitar que el Mal que oculta / representa su paciente acabe destruyendo a su familia –su hija y su padre: su esposo murió en un accidente tiempo atrás–, contaminando su confortable realidad inmediata. Epicentro ineludible de cualquier producción terrorífica que pueda considerarse como tal, la confrontación entre esta realidad, fundamentada en este caso el rigor analítico y el materialismo de la ciencia y la medicina, y la amenaza terrible que se cierne sobre ella, es tan torpe y, aún peor, está tan mal resuelta que hace que nos preguntemos repetidas veces cómo es posible que La sombra de los otros nos hubiera enganchado tan rápida y fácilmente. A diferencia de lo que era de prever, todo en el filme va encaminado no hacía el clímax final de rigor –en este caso una decisiva batalla entre el Bien y el Mal resuelta a partir de la torpe y absurda acumulación de clichés de cualquier producción sobre posesiones demoníacas de rebajas–, sino a una impostura discursiva, con perdón por la expresión, que no admite discusiones y en la que la sutileza y la ambigüedad no tienen cabida; no se trata de especular sobre la naturaleza, las consecuencias o las implicaciones de un Mal que puede perfectamente entenderse en un sentido absoluto, ni siquiera de generar una duda razonable o una determinada sensación de inquietud o desasosiego en los espectadores: Cooney, y con él Mårlind y Stein, están tan absolutamente convencidos de la necesidad de creer en Dios y de la obligación de cualquier persona sensata de buscar refugio en la religión católica que acaban convirtiendo el filme en un delirante panfleto de propaganda cristiana y, aún más allá, en una advertencia de inequívocos visos fascistas hacia todas aquellas personas ateas o agnósticas que por su falta de fe están a un paso de ser abducidas / poseídas e incluso destruidas por el Maligno. La doctrina propugnada por La sombra de los otros puede o no puede gustar, en efecto, o se puede estar más o menos en desacuerdo con ella: lo verdaderamente indignante de una propuesta de primera línea de estas características es el tramposo, indignante camino utilizado para propagarla.

    FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA:
    EUA, 2010. 112 minutos. Color. D: Måns Mårlind y Björn Stein P: Emilio Diez Barroso, Neal Edelstein, Darlene Caamano Loquet y Mike Macari, para Macari-Edelstein Films / IM Global / Shelter Productions G: Michael Cooney F: Linus Sandgren M: John Frizzell D.P.: Tim Galvin D.A.: Jesse Rosenthal E: Steve Mirkovich I: Julianne Moore (Cara Harding), Jonathan Rhys Meyers (David / Adam / Wesley), Jeffrey DeMunn (Dr. Harding), Frances Conroy (Sra. Bernburg), Nathan Corddry (Stephen Harding), Brooklynn Proulx (Sammy), Brian A. Wilson (Virgil), Joyce Feurring (La bruja).


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