publicado el 22 de octubre de 2012
En la rueda de prensa posterior a la proyección de Antiviral, Brandon Cronenberg aseguraba que nada tenía que ver él ni su obra con su padre, el aclamado director David Cronenberg, que fue máximo exponente cinematográfico, junto con Kiyoshi Kurosawa o el artista H.R. Giger, del terror corporal y la ciencia ficción hecha carne. Sin embargo, su primera película reflexiona precisamente entorno a los postulados de la nueva carne, que su progenitor empezó a fijar en películas como Vinieron de dentro de o Videodrome. En Antiviral, Brandon Cronenberg da un paso más allá, teoriza sobre la creación de su padre y le fabrica una filosofía y hasta una religión cuyos dioses son los famosos, y sus demiurgos, los expertos en ingeniería genética.
Marta Torres | Antiviral nos plantea un futuro muy cercano, tan próximo que parece una realidad alternativa a la nuestra, donde es posible para los fans compartir los mismos virus y enfermedades que han sufrido sus ídolos en una suerte de comunión a través de la sangre y las cicatrices corporales. La idea se le ocurrió a Brandon Cronenberg durante una enfermedad infecciosa en la que se puso a pensar en que el contagio es una manera muy íntima de relacionarse con otras personas, pensamiento que tiene la virtud de unir la trascendencia religiosa con el materialismo científico.
En el mundo de Antiviral es posible, incluso, comerse literalmente a un ídolo, puesto que su carne se reproduce en tanques especialmente preparados y la unión con los “dioses” toma la forma más material posible: ellos forman parte concreta de la carne de sus adoradores, pueden ser comidos e ingeridos y sus virus e infecciones pueden ser sintetizados y adaptados a otros cuerpos. Aunque lo más importante es que esta adoración puede convertirse en dinero que capitalizan unas pocas empresas farmacológicas y un submundo formado por el mercado negro donde los piratas se dedican a hackear virus ajenos empleando su propio cuerpo.
El protagonista de Antiviral es un de estos personajes, un joven gris, empleado en una empresa que vende infecciones, que se dedica al contrabando de virus. Mórbida, enfermiza y elegante, la película transita entre el blanco aséptico de las grandes corporaciones médicas hasta los bajos fondos de un mundo consumista y desequilibrado. Antiviral es una película que busca confrontar la blancura de un quirófano con la agresividad de la sangre, la crudeza de lo que explica con la frialdad de una narración casi científica, la religiosidad de un mundo amoral con la trascendencia de la carne, convertida por fin en un objeto maleable en poder de intereses financieros. Brandon Cronenberg ha hecho una película “política”, algo irregular en algunos momentos pero absolutamente certera en su calculada puesta en escena.
Sin embargo, las posibilidades que plantea Cronenberg en Antiviral van incluso más allá cuando apunta la posibilidad de trascender la muerte a través de la carne. El consumismo alcanza entonces la esencia de lo vampírico; ¿no es acaso el vampiro la quintaesencia del materialismo? Después de la muerte sólo hay carne y sangre… y un hambre voraz. Brandon Cronenberg fue reconocido por el festival como mejor director nobel por esta película.