boto

film malade

publicado el 15 de noviembre de 2012

A contracorriente

La ópera prima del director de fotografía Raúl Artigot (nacido en Zaragoza en 1936) constituye uno de los casos más extraños de la historia del cine español. Producida en el momento de máximo apogeo del llamado “fantaterror”, fue prohibida por la censura franquista por motivos que aún hoy cuestan de entender y nunca conoció exhibición comercial en España. La mención especial que recibió en su proyección en el Festival Internacional de Sitges de 1973 y su posterior estreno en Estados Unidos –fue rodada originalmente en inglés (The witches mountain)– no hicieron más que aumentar su estatus de obra maldita y su leyenda negra; su visión en la actualidad, a la espera de una (urgentísima) edición en dvd, responde con generosidad a las expectativas y esperanzas depositadas en ella durante tantos años de ostracismo e injusto olvido.

Pau Roig |

Auspiciada por una productora recién creada que nunca más volvería al género, Azor Films, El monte de las brujas probablemente estaba destinada a revolucionar el cine de terror español de la época, marcado en buena media por las epopeyas pedante-narcisistas del actor –y futuro realizador– Jacinto Molina / Paul Naschy, de gran éxito en el extranjero, pero con demasiadas pocas obras verdaderamente relevantes, entre las que podríamos citar Pánico en el Transiberiano (1972) y Una vela para el Diablo (1973) de Eugenio Martín, Ceremonia sangrienta (1973) y No profanar el sueño de los muertos (1974) de Jorge Grau, o ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976). Igual que hará de forma coetánea el director gallego Amando de Ossorio con el primer título de su tetralogía dedicada a los caballeros templarios –La noche del terror ciego (1972)–, el filme de Raúl Artigot aboga de forma rotunda por un terror autóctono, perfectamente identificable y reconocible por los espectadores españoles tanto por el tono como por la forma, y se aleja de forma bastante rotunda de los dos principales referentes principales del “fantaterror”, las producciones de la compañía Universal de la década de 1940 y las películas de horror gótico de la productora británica Hammer Film de las décadas siguientes.

Exceptuando algunas de las posteriores realizaciones de Ossorio – sobretodo El ataque de los muertos sin ojos (1973), El buque maldito (1974) y La noche de las gaviotas (1975)–, y dejando de lado aislados ejercicios político-suicidas –con perdón por la expresión y aunque sean tan contundentes como Una vela para el Diablo– y obras tangencialmente relacionadas con el género, caso de la obra maestra de Pedro Olea El bosque del lobo (1970), pocos filmes españoles posteriores a la segunda mitad de la década de 1970 se hundirán en la rica tradición folklórica y fantástica hispana, aún absurdamente menospreciada, prefiriendo explotar la conjunción entre sangre y sexo (aunque más pensando en la versión internacional que en la española) y con las producciones de factura anglosajona en el punto de mira.

Vista desde la distancia del tiempo pero sin olvidar su contexto particular, El monte de las brujas se postula así, firme y orgullosa, como una producción no sólo rabiosamente personal, sino también a contracorriente del horror imperante ayer y hoy: sin apenas diálogos y localizaciones exteriores en los Picos de Europa (Asturias), Talamanca del Jarama, San Martín de la Vega, Hortaleza, Alameda de Osuna y Madrid –aunque la acción transcurre en un lugar indeterminado–, con sólo dos protagonistas y tres secundarios que aparecen en pantalla pocos minutos, el filme trata más de insinuar que de explicitar, intenta y en muchos momentos consigue apuntar un horror innombrable que se oculta en la(s) montaña(s) del título, un Mal ancestral que se extiende / demoniza el paisaje en el que se oculta y a todos sus habitantes, sin más explicaciones, sin subrayados innecesarios, casi también sin escenas de impacto.

Artigot prima en todo momento la atmósfera, más y más desasosegante a medida que se acerca a un desenlace que se adivina fatal, sacando un provecho extraordinario a las limitaciones espacio-temporales autoimpuestas por el guión firmado por él mismo junto a Juan Cortés, Félix Fernández y José Truchado. A diferencia de la obra de Ossorio, no obstante, y pese a contar con una pareja protagonista de cierta enjundia [1], El monte de las brujas sería víctima, probablemente involuntaria y propiciatoria, de la censura franquista; el propio director, que había afirmado en numerosas ocasiones que todo fue culpa del productor del filme y de un único desnudo femenino (¿?), explicaba hace poco tiempo en una entrevista las causas que llevaron a El monte de las brujas a sufrir la terrible condena del ostracismo: “La producción no estaba en buenas manos y había unas chicas que tenían que aparecer vestidas con unos tules y unas gasas para una toma que grabábamos de noche. Estas chicas pidieron más dinero por ser el rodaje nocturno, pero el jefe de producción, que era un tarugo, se negó a pagarlo. Entonces estas chicas cogieron y llamaron a un amigo suyo que era policía, fueron a una comisaría y denunciaron a la película diciendo que las querían hacer rodar desnudas, cosa que era mentira. La denuncia se cursó y cuando yo estaba montando la película aparecieron unos inspectores de la Dirección General de Cine exigiendo ver el copión. Era la época de las dobles versiones, e incluso yo rodé la película en inglés por la posibilidad de ventas al extranjero que existía. Había por ello dos montajes; el destinado al exterior, en el que en una escena salía Patty Shepard con el pecho al aire y en otra una gata que, al convertirse en bruja, aparecía desnuda tras la transformación; y el español, en el que en estas secuencias las actrices estaban vestidas. Al revisar los inspectores los dos copiones se percataron de esos planos y, a pesar de que las chicas que nos habían denunciado no aparecían desnudas por ningún lado, el Ministerio decidió castigar a la película con la máxima pena que había entonces, que era privarla de protección, lo que la convertía en inestrenable” . En activo desde mediados de la década de 1960 con el deseo de convertirse en realizador, Artigot vería de esta manera truncada su carrera y sólo dirigiría dos largometrajes más y ya sin relación con el género, Cabo de Vara (1978) y Bajo en nicotina (1984).

Las comparaciones con las producciones de Amando de Ossorio no son casuales ni gratuitas, más bien al contrario: aunque la filmografía del realizador gallego, lastrada siempre por la escasa elaboración de sus guiones, obedecía mucho más a las reglas de la explotación comercial entonces en boga en Europa, comparte con El monte de las brujas no sólo su apuesta por la tradición terrorífica española, sino también determinados recursos de dirección y puesta en escena: mucho menos sutil que Artigot, Ossorio primaba muchas veces el efectismo y la sangre a la efectividad y la atmósfera, pero no se puede negar que tanto La noche del terror ciego como sus tres continuaciones tratan, con mayor o menor fortuna, de atrapar al espectador con una atmósfera sobrenatural que resulta cercana y reconocible pero al mismo tiempo terriblemente ominosa, que se hunden en las raíces de nuestra propia historia y de nuestras tradiciones, lejos, muy lejos de la fantasmagórica visualización de la Transilvania del Conde Drácula o de países lejanos, en muchos casos imaginarios u imaginados, en los que se desarrollaban la práctica totalidad de las ficciones fantásticas de principios de la década de 1970.

Puede hablarse, en consecuencia, de la voluntad de universalizar el (aparente) localismo de partida de sus ficciones terroríficas, un esfuerzo mucho más difícil y meritorio de lo que puede parecer a simple vista y del que un cineasta tan dotado para el género como el británico John Gilling saldría terriblemente escaldado poco tiempo después [3]. Artigot y Ossorio comparten también una original o como mínimo peculiar manera de abordar / entender la banda sonora de sus filmes: si en la tetralogía de los caballeros templarios el director gallego utilizaba los fúnebres cantos gregorianos compuestos por Antón García Abril como leit motiv de las andanzas de sus diabólicos personajes, otorgando a no pocas escenas un aire alucinado netamente sobrenatural, Artigot va un paso más allá en El monte de las brujas, convirtiendo la propia banda sonora, compuesta por Fernando García Morcillo en su mayor parte a partir de inquietantes cantos femeninos en latín, en un elemento generador de inquietud tanto para los espectadores como para los propios personajes: tras conocer a la misteriosa Delia (Patty Sheppard) y acercarla hasta su casa para que recoja sus cosas para emprender un viaje a las montañas, el fotógrafo Mario (Cihangir Gaffari) será presa del pánico al oír unos misteriosos cánticos femeninos que en un principio parecían sólo formar parte de la banda sonora. Este recurso, tan sorprendente como efectivo, se repetirá un par de veces a lo largo del metraje, llegando a su punto culminante, decisivo, en la celebración del ritual de las brujas, casi al final. De forma insidiosa pero implacable, el viaje de la pareja hacia el monte de las brujas del título se revela como un descenso (ascenso) a los infiernos, como una travesía hacia unos conocimientos terribles ocultos por el paso del tiempo pero que extienden sus mortíferas garras hasta lo más profundo de la sociedad moderna, representada por el anecdótico pero decisivo personaje interpretado por una exuberante Monica Randall (esposa o exnovia de Mario, qué mas da: el hecho de no saber prácticamente nada de ella la hace mucho más inquietante). Todo en el filme, de la fotografía de Ramón Sempere y Fernando Espiga a la banda sonora, del montaje a la puesta en escena, va encaminado hacia la creación de inquietud, a mostrar la creciente oscuridad que se cierne sobre la joven pareja a medida que van ascendiendo (descendiendo) hacia un lugar perdido en un tiempo oscuro a punto de resucitar con una fuerza imparable.

Más allá de cierto esquematismo a la hora de establecer la progresión dramática (Mario abandona o pierde a Delia, la reencuentra, se vuelven a separar / perder y así sucesivamente), El monte de las brujas presenta además originales hallazgos tanto argumentales como de puesta en escena, hasta cierto punto impensables para una producción de la década de 1970; con la sutileza como arma, Artigot utiliza los detalles aparentemente más insignificantes como una amenaza terrorífica de primer orden: el ulular del viento, los agrestes paisajes montañosos, sumidos en una tétrica calma que no hace presagiar nada bueno, la presencia de un gato negro que quizá no debería estar allí, la caída abrupta de la niebla…

Al realizador aragonés tampoco la falla el pulso a la hora de abordar el horror de una manera más directa, más frontal, aunque en un inaudito manejo del suspense nunca acaba de explicitarlo del todo, no lo subraya, dejando que cobre su forma definitiva en la mente del espectador. Como ejemplos, la procesión de mujeres enlutadas con la que Mario se topará durante un atardecer lúgubre mientras realiza un reportaje fotográfico en un pueblo fantasma que no está tan abandonado como parece (representación de “La Güeste”o “Santa Compaña”, la peregrinación nocturna de almas en pena que recorren los caminos en busca de los vivos próximos a fallecer), los misteriosos “remedios caseros” que prepara en la cocina de su casa de piedra la anciana que vive en el lugar o, más especialmente, el recurso a la propia profesión del protagonista: tras revelar sus últimos carretes, Mario y Delia observarán con horror cómo en las imágenes de parajes desiertos y casas deshabitadas aparecen las mismas mujeres vestidas de negro de la siniestra procesión… Son momentos que preparan el aquelarre del (falso) clímax final, con las brujas, ahora jóvenes y atractivas y vestidas con camisones blancos, bailando como posesas en medio de la naturaleza siguiendo los designios de una música extraña y enloquecida que no parece de este mundo; la propia Delia parece participar de la fiesta / celebración, pero igual que ha hecho a lo largo del metraje, Artigot corta abruptamente la secuencia sin que el espectador sepa o pueda llegar a entender lo que ha pasado: en el mismo estado de shock se encuentra Mario; solo, desamparado y aterrorizado, conseguirá conducir de vuelta hasta su casa sólo para descubrir que el Mal del que trataba desesperadamente de huir siempre lo ha tenido completamente atrapado.


  • [1]. Nacida en Carolina del Sur en 1945, Patty Sheppard se trasladó a vivir a España a los dieciocho años, dónde pronto empezó a trabajar como modelo publicitaria. De manera casi paralela a su boda con el actor Manuel de Blas, en 1967, iniciaría una carrera cinematográfica que la llevaría a convertirse rápidamente una de las principales “musas” del terror español gracias a sus papeles en Los monstruos del terror (Hugo Fregonese y Tulio Demicheli, 1970), La noche de Walpurgis (León Klimovsky, 1970) y La tumba de la isla maldita (Ray Danton y Julio Salvador, 1973) y su asombroso parecido con la actriz británica Barbara Steele. Cihangir Gaffari, por su lado, era un actor de origen turco (aunque nacido en Francia) que haría carrera en Europa trabajando en producciones de los géneros más comerciales bajo los seudónimos de John Gaffari y John Foster. Sus dos únicas incursiones en el terror, no obstante, son el título que nos ocupa y Las poseídas del demonio (Les démons, Jesús Franco, 1972).

  • SUBIR.

  • [2]. Entrevista de José Luis Salvador Estébenez para “La abadía de Berzano” (Abril de 2012). Puede leerse completa en este enlace: http://cerebrin.wordpress.com/tag/dossier-el-monte-de-las-brujas/.

  • SUBIR.

  • [3]. Hablamos de La cruz del Diablo (1975), producción española coescrita por Jacinto Molina / Paul Naschy a partir de relatos de Gustavo Adolfo Bécquer y protagonizada por Ramiro Oliveros, Adolfo Marsillach y Carmen Sevilla, que constituye uno de los mayores fiascos del terror español de esa década.

  • SUBIR.

    FICHA TÉCNICO-ARTÍSTICA:
    España, 1972. 84 minutos. Color. Dirección: Raúl Artigot Producción: Azor Films Guión Raúl Artigot, Juan Cortés, Félix Fernández y José Truchado Fotografía: Ramón Sempere y Fernando Espiga Música: Fernando García Morcillo Montaje: Pedro del Rey Intérpretes: Patty Shepard (Delia), John Gaffari [Cihangir Gaffari] (Mario), Mónica Randall (Carla), Víctor Israel (El propietario del hostal), Luis Barboo, María Eugenia Calleja, Ana Farra, Carmen Herrera.


archivo