boto

estrenos

publicado el 19 de abril de 2013

Males endémicos

Un mal filme no tiene por qué ser necesariamente un desastre. Sostener esta idea (quizás algo obvia) es el único asidero al que podemos agarrarnos para poder analizar un filme tan plúmbeo, manido e irregular como Oblivion, de Joseph Kosinski, una obra de ciencia ficción que, aunque no cae en el despropósito, puede causar cierto hastío en los espectadores más acostumbrados al género. Escasamente original y demasiado convencional para lograr la excelencia, su buena factura técnica y algún hallazgo aislado la apartan del ostracismo que quizás debiera. No obstante, su estreno puede servir de guía para analizar otros aspectos del género actual, como a continuación se expondrá.

Juan Carlos Matilla | Como ya debe saber cualquier aficionado al fantastique, la acción del filme se sitúa en el año 2073, 60 años después de que la Tierra fuese atacada por unos agresivos extraterrestres: los carroñeros. A pesar de que se ganó la guerra, el planeta quedó inhabitable debido al arsenal nuclear utilizado y a la destrucción de la Luna, por lo que todos los seres humanos fueron evacuados a Titán. Una pareja de ingenieros, Jack (Tom Cruise) y Victoria (Andrea Riseborough), son los últimos hombres que la habitan, encargados de extraer los recursos vitales del planeta. Su misión consiste en patrullar diariamente los cielos y aplacar los esporádicos ataques de los carroñeros supervivientes. Hasta que un día Jack rescata a una joven astronauta (Olga Kurylenko) a la que cree haber conocido en el pasado y así comienza a sospechar de la veracidad de todo lo que ha experimentado hasta entonces.

¿Lugares comunes u homenajes al pasado? Desde luego, la sinopsis del filme no revela ningún detalle novedoso y, por desgracia, la visión completa del mismo acaba con toda posibilidad de encontrase con algo original. La obra no es más que una reelaboración poco vistosa de muchas referencias a la tradición de la ciencia ficción, realizada con un estilo henchido en recursos redundantes, un metraje excesivo y un tono grandilocuente. Sin duda, nada de esto invita a reflexionar sobre el filme pero lo que es indudable es que Oblivion comparte muchos elementos con cierto paradigma del cine fantástico actual y es ahí donde se pueden extraer puntos de análisis más interesantes que los puramente intrínsecos al filme. De todo ello, hablaré en el siguiente estudio.

El (d)efecto Nolan

A pesar de que en los últimos años el género de la ciencia ficción, tanto en su vertiente distópica como postapocalíptica, ha dado grandes películas (como Looper, Dredd, Chronicle, El origen del planeta de los simios, Melancolía, Nunca me abandones o El atlas de las nubes, todos ellos magníficos títulos que han convertido al género de la sci-fi en el más interesante de todos los vinculados al fantastique actual), lo cierto es que también ha albergado una preocupante tendencia a cultivar un cine de recursos huecos y artificiosos que está amenazando seriamente el altísimo nivel que el subgénero ha alcanzado últimamente.

Sin ánimo de ofender a sus partidarios, he bautizado esta corriente como heredera del estilo de Cristopher Nolan porque, a pesar de los evidentes hallazgos del cine del director británico, la verdad es que el rotundo éxito de sus filmes sobre Batman además de Origen (filmes bellos, espectaculares y bien armados pero también de metraje dilatadísimo, discutible vehemencia de tono y con cierta tendencia al retruécano narrativo y visual), creo que ha evidenciado la presencia de algunos vicios del cine fantástico contemporáneo, malos hábitos que, de alguna manera, el cine de Nolan encarna a pesar de que ha intentado sublimarlos (con resultados no siempre brillantes, aunque siempre interesantes). Es decir, a pesar de que no sea el responsable directo de dichas irregularidades, creo que el cine de Nolan ha patentado un cierto estilo a la hora de enfocar el género, que ha sido muy imitado por otros filmes y que puede tomarse como una guía para indagar algunas constantes poco atractivas de la ciencia ficción actual. Por tanto, que no se me indigne nadie, ya que si cito a Nolan no es tanto para criticar su cine (que tiene evidentes atractivos), sino para usarlo como motivo de
análisis.

Y, ¿sobre qué aspectos quiero llamar la atención del lector de este texto a partir del legado de Nolan? Si observamos algunos títulos recientes del género (algunos mejores que otros, aunque ninguno brillante) como El libro de Eli, Destino oculto, In time, Desafío total, Prometheus o Aurora, entre una larga lista, observamos que poseen algunas características comunes que parecen heredadas del cine de Nolan pero, a su vez, están deformadas, intensificadas y falseadas. Todas ellas son obras que parten de una tradición previa a la que rinden homenaje (ya sea una cinematografía concreta, una corriente de la sci-fi o un filme previo); asimismo, todas versan sobre la disgregación de la memoria o de la identidad humana en un mundo de imágenes postapocalípticas o de secuencias distópicas, además de tomar la dilatación y la acumulación como formas narrativas, buscar la explicitación continúa de los enigmas del relato, abusar del subrayado como figura retórica y asumir el artificio como un modo de estructurar el relato además de adoptarlo como una forma de enfocar el mundo (barroca y vehemente a la vez).

Pues bien, Oblivion asume sin decoro todos estos vicios de manera que, en mi opinión, se ha convertido en la máxima encarnación del espíritu imitador del cine de Nolan: es una obra que versa sobre los vericuetos de la memoria y los laberintos que debe recorrer el héroe para recuperar su identidad fragmentada (como en Memento, Origen o la saga Batman); además, parte de una vasta tradición de la ciencia ficción a la que rinde homenaje, gran parte de ella compartida por Nolan (de 2001 a la ciencia ficción estadounidense de la década de 1970, pasando por Solaris o The Matrix); asimismo, el entramado narrativo de Oblivion se basa en la superposición de forzados círculos que se van cerrando de forma morosa hasta terminar con una revelación algo melosa (exactamente igual que en Origen); se dan continuos subrayados que explicitan en exceso el contenido enigmático del filme (al igual que en los títulos de Nolan), como si se temiese que el espectador se pudiese perder ante el puzzle narrativo y para evitarlo se le diesen todas las piezas bien dispuestas (esto resulta evidente, sobre todo, en la conclusión de Oblivion, cuando unos continuos flashbacks explican con exasperante minuciosidad pasajes obvios para cualquier espectador avezado); y por último, combina el exceso artificioso y barroco con el gusto por el detalle (de hecho, lo único en verdad atractivo del filme es la abundancia de metonimias visuales, es decir, pequeños objetos que desvelan sentidos ocultos y universales: una foto desconocida que señala una relación imposible, una infusión que se enfría como motivo de muerte, un juguete roto como señal de un pasado perdido, etc.), todo ello bañado por una enorme gravedad en el tono (amplificado por una sinfonía atonal e hipertecnificada, y unas panorámicas asépticas realizadas con grandes angulares).

La tradición y la esclavitud

Al margen de estos vicios que la emparentan con otros filmes actuales, otra de las características de Oblivion más señaladas por los especialistas ha sido su naturaleza de filme que recoge una serie de referencias, guiños y homenajes a otros títulos del pasado. Es, por tanto, una película consciente de pertenecer a una tradición fílmica previa a la que quiere homenajear. Sin ánimo de ser exhaustivo, las referencias más obvias pueden ser las siguientes: el sueño recurrente en blanco y negro en el que el protagonista se obsesiona por una mujer remite al celebérrimo inicio (y también final) de La jetée, de Chris Marker (retomado por el Terry Gilliam de 12 monos); los fallos en la memoria del protagonista son una herencia de la obra de Philip K. Dick (tanto en sus novelas y relatos como en las adaptaciones fílmicas que se han realizado); la existencia de zonas imposibles de cruzar y de un visión nihilista y depurada de la ciencia ficción remite a los filmes de Andrei Tarkovsky (Solaris y Stalker); los espacios postapocalípticos recuerdan a los filmes de género estadounidenses de la década de 1970 (encabezados por El planeta de los simios); la visión de las hordas enemigas que desvelan otra verdad oculta a los personajes recuerda a Richard Matheson y su obra Soy leyenda (y, claro está, a su adaptación El último hombre… vivo); la presencia de ciertos iconos y enfoques (como la nave alienígena, los espacios geométricos, el alcance metafórico, etc.) remiten, por supuesto, al 2001: Una odisea del espacio de Stanley Kubrick; y, por último, el engaño conspiranoico a toda una humanidad revelado hacia el final del metraje es similar al de una amplia lista de obras: desde Cuando el destino nos alcance hasta The Matrix. Sin duda, la lista podría ampliarse con muchas más citas, aunque creo que estas son las más evidentes que se pueden reconocer.

Ante todo esto, nos debemos preguntar qué consiguen los responsables del filme con todo este catálogo de homenajes. Al margen del guiño, ¿qué objetivo tiene realizar hoy un nuevo filme postmoderno hecho de partes de otros títulos anteriores? En mi opinión, tiene poco sentido hacer un filme como Oblivion ya que comete el principal error de los filmes postmodernos: acabar esclavizados a una tradición previa, incapaces de zafarse de ella para erigir discursos singulares. Me explico. En la actualidad hay un gran número de autores que parten de la reflexión sobre el cine del pasado para levantar sus películas (de Miguel Gomes a Todd Haynes, de Quentin Tarantino a Rob Zombie, de Joao Pedro Rodrigues a Bertrand Bonello, de Ti West a Adam Wingard, entre otros muchos) y todo ellos asumen estos guiños fílmicos como meros motivos para explorar sus propios mundos personales a partir del cine que han amado en su vida. El homenaje es, por tanto, un eco del pasado que se transforma casi en una fantasmagoría; no es el objetivo del discurso, es solo un icono que permite reflexionar sobre el presente.

Por desgracia, Oblivion no comparte nada de todo esto. Su postura ante la tradición es otra: el director del filme se limita a imitarla sin más, sin aportar nada nuevo, solo porque le aporta la estructura narrativa que necesita y así le facilita la construcción de su obra gracias al amparo de la repetición. Aunque se le nota la pasión de querer hacer un cine fuera de tiempo, creo que, al final, la labor de Kosinski acaba siendo similar a la de un copista medieval, que recreaba los iconos en páginas miniadas por el mero placer de hacerlo y por reproducir unas formas fijadas y establecidas, que debían conservarse porque en la repetición estaba la pervivencia y también la riqueza. Por eso, el filme luce tan desvaído y con escasa fuerza, por su consciente falta de originalidad y por su evidente servidumbre (que no rico homenaje) a una tradición previa.

Autor, autor

Relacionada a esta condición de obra esclavizada a una tradición anterior, está la figura del autor amenazada por una producción de gran presupuesto. ¿Podemos considerar a Oblivion como la obra de un incipiente autor? Pues la verdad es que tenemos argumentos para defender tanto una postura negativa como positiva. Y es que, a pesar de que se trata de un idea original de Kosinski, basada en un cómic previo suyo, el filme ha acabado siendo un nuevo vehículo al servicio de una gran estrella, Tom Cruise, quien ha impuesto su figura y el tono habitual de sus obras (filmes hipermusculados sobre héroes a la deriva de sus emociones y amenazados por agentes malévolos externos y por peligrosas fugas subjetivas que acechan su identidad). De hecho, su presencia es tan masiva en la película que resulta casi paródica: el 90% de los planos del filme están protagonizados por el actor y el 10 % restante son planos subjetivos o flashbacks del mismo personaje (asimismo, como última muestra de la mitomanía de Cruise hay que apuntar que, perdón por el spoiler, la Némesis de Cruise en el filme es… él mismo, o mejor dicho, ¡cientos de copias de él mismo!).

Por tanto, la labor personal de Kosinski hay que buscarla en otros lugares. Si su anterior filme, Tron: Legacy, no era un dechado de brillantez narrativa y solo apuntaba ciertas maneras como metteur-en-scène, lo mismo se puede decir de Oblivion. Como obra definitiva es insuficiente, poco original y vendida a los intereses de una estrella, pero como borrador de lo que pudiese haber sido se intuyen algunos detalles de puesta en escena que invitan a pensar que detrás de sus imágenes hay un director que puede desarrollar cosas interesantes en un futuro: al ya mencionado gusto por los pequeños detalles se pueden señalar también otros hallazgos como el coreográfico diseño del final del filme en el interior de la nave alienígena, la explicitación de la relación de los distintos personajes a partir de los encuadres, silencios y elipsis, o la evidente elegancia de algunos planos generales que ilustran la debacle de un mundo sumido en la más absoluta de las devastaciones. Momentos atractivos que, por desgracia, permanecen ahogados en un filme pretencioso y vacuo, cuyos vicios esperamos que no se repitan en los próximos estrenos sci-fi que esperamos este año (como After Earth, Star Trek 2, Gravity, Riddick 3 o Elysium).


archivo