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publicado el 12 de febrero de 2006

Juan Carlos Matilla | PRODUCCIÓN REALIZADA EN 2004 PARA LA TELEVISIÓN ESTADOUNIDENSE (aunque se ha podido ver en formato cinematográfico en varios festivales especializados en género fantástico), Frankenstein (Evolution) es la nueva película del antiguo realizador de videoclips, Marcus Nispel, firmante del pletórico remake de La matanza de Texas que hace un par de años asombró a gran parte del fandom de medio mundo. Escrita por el guionista de televisión John Shiban a partir de una idea original de Dean R. Koontz, esta nueva versión del clásico de Mary Shelley supondrá una enorme decepción para todos los enamorados del original literario y para todos los que depositamos nuestras esperanzas en la carrera del debutante Nispel.

Al margen de su equivocada puesta en escena (que comentaré más adelante), el principal error del telefilme de Nispel es su erróneo punto de partida: la actualización de un mito tan atemporal como el de Frankenstein mediante la adopción de una serie de motivos narrativos más acordes con la narrativa audiovisual actual. Así, se toman elementos heredados del policiaco televisivo (de CSI a Alias), de la dramaturgia videoclipera de la MTV y de los más anodinos títulos de acción. Y este es el gran problema de este nuevo Frankenstein: revestir con los más inmundos ropajes a una de las más bellas ficciones de la literatura occidental. Frankenstein es uno de los mitos más vivos y actuales que existen y, desde luego, no necesita de una precipitada operación de estética para resultar aún atractiva entre las nuevas generaciones. Fruto de esta perversión de enfoque, surge este molesto híbrido entre goticismo de siglo XXI y apuntes presuntamente profundos (¡esos guiños imposibles a la mitología clásica!).

En cuanto a su entramado formal, la labor de Nispel es completamente desconcertante: todo el metraje del filme es una absurda oda al subrayado. Prácticamente no hay un solo plano que no vaya acompañado por un molesto efecto grandilocuente: angulaciones forzadas, gratuitos movimientos de cámara, estridentes efectos de sonido, lentes deformantes o increíbles aceleraciones de imágenes, son sólo algunos de los elementos que conforman una puesta en escena histérica, paroxística y del todo insoportable. En su anterior filme, Nispel había dado muestras de ser un cineasta con una cierta tendencia al exceso pero donde allí había tensión, nervio y sequedaz, aquí hay histrionismo, abulia y efectismo barato. Con todo, me imagino que los siguientes filmes de Nispel (el épico Pathfinder y el horror film Alice) dilucidarán si estamos ante una enésima flor de un día.


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