publicado el 22 de noviembre de 2013
Una de las últimas travesuras del director japonés Takashi Miike es esta adaptación de la novela "Aku no Kyoten" ("Lesson of the Evil") de Yusuke Kishi sobre un profesor psicópata que seduce, manipula y finalmente asesina a sus alumnos de instituto. Según explicó el mismo Miike en Sitges, tuvo que readaptar la edulcorada primera versión del guion que llegó a sus manos para ceñirlo de nuevo a la violenta historia original de la novela. Miike eliminó del libreto cualquier atisbo de esperanza y mantuvo los elementos más sangrientos de esta falsa historia de adolescentes en apuros.
Marta Torres | A pesar de que hay quien la ha comparado con Battle Royale (Batoru rowaiaru, 2000), la película donde un grupo de escolares se enfrentaba a muerte entre sí por la supervivencia, el verdadero protagonista de Lesson of the Evil no es un grupo de adolescentes sino un remedo de la sociedad japonesa enfrentada a su ángel exterminador: Hasumi Seiji, un joven profesor obsesionado con manipular a sus jóvenes alumnos. La película presenta una estructura fracturada en dos mitades, como la psique de nuestro protagonista y en consonancia con uno de los filmes más inquietantes de Miike, Audition, con quien guarda un leve parecido.
En la primera mitad se nos presenta como el profesor preferido de sus alumnos aunque, como en todas las películas de Miike, hay algo que no acaba de cuadrar del todo. Esta primera parte es una pausada inmersión en la personalidad de Hasumi, desde la plácida superficie de su aula, donde es todo bondad e inteligencia, hasta la oscura habitación donde lleva a sus alumnas favoritas. También existe una fractura clara en el resto de los personajes de la historia. El instituto, que al principio se presenta como un espacio diáfano y normal, reproduce todos y cada uno de los vicios y estereotipos de la sociedad japonesa, tráfico de influencias y de exámenes, mentiras, estupidez, acoso escolar y obsesión por las jovencitas inmaduras.
Quizá sea por este motivo, por la nula empatía que nos producen los adolescentes acosados y su papel de marionetas de una sociedad enferma, que la segunda parte de la película, una cacería de violencia y sangre, se parezca más a un espectáculo de sadismo que a otra cosa. Siguiendo con la metáfora que nos plantea Miike ya desde el título, si el instituto de la primera mitad del filme representaba todas las miserias de nuestro mundo, los 50 minutos de carnaval sangriento y despiadado que le siguen no son más que el infierno que nos espera.