publicado el 22 de noviembre de 2013
Pau Roig | El cineasta mexicano prosigue su particular y a todas luces innecesaria revisión con visos de homenaje del cine de género más de serie Z que de serie B que conformó su adolescencia cinéfila con la continuación de ese chiste terriblemente malo que fue Machete (Id., 2010), puesta en largo de un vistoso falso tráiler incluido en la edición completa de Grindhouse (Id., 2007). Machete kills incide plenamente, pues, en las características tanto formales como narrativa del primer título sin otro objetivo que ofrecer una pretendidamente trepidante mezcla de géneros, elementos y referencias (acción, thriller policial, comedia negra, espionaje, ciencia ficción) que no tiene otra razón de ser que su asumida pero gratuita condición de divertimento: el guión, si es que merece tal calificativo, carece por completo de rigor o de sentido y se articula a tal fin a partir de un frenético, histérico bombardeo de luchas, persecuciones, explosiones, asesinatos sangrientos y muertes estúpidas. Viejas glorias en horas bajas en el Hollywood actual como Mel Gibson y Martin Sheen se prestan más aburridos que encantados a la propuesta, parodiando algunos de sus papeles más recordados al lado de breves y anodinas intervenciones de Cuba Gooding Jr., Antonio Banderas o la temible Lady Gaga, entre otros; la cinta se toma aún menos en serio a sí misma que la primera entrega, es cierto, pero adolece de idénticos problemas de concepción y realización: la acumulación no justifica per se un metraje que a base de homenajes forzados, reiteraciones y subrayados chuscos se alarga hasta prácticamente las dos horas cuando con ochenta y cinco minutos el tema ya debería haber quedado finiquitado –las muertes por decapitación por las aspas de un helicóptero se suceden casi sin cesar, por ejemplo–, ni la deliberada artificiosidad del conjunto, al borde de la parodia cafre en no pocos momentos, le exime de tratar con algo más de tacto temas tan terribles y candentes en la actualidad como el racismo, la inmigración ilegal en la frontera entre Estados Unidos y México o la miserable lacra del narcotráfico, relegados casi a la condición de anécdota al lado de los delirios de grandeza de un empresario de la industria armamentística que quiere destruir el mundo conocido sólo para obtener aún más beneficios.