publicado el 26 de noviembre de 2013
Midnight X-treme
Diez títulos configuraban este año la sección (teóricamente) más gamberra y pasada de vueltas del festival de Sitges, prácticamente imposible de seguir si tenemos en cuenta que se proyectaban de madrugada y en muchos casos en maratones traídas por los pelos al lado de películas de otras secciones –aunque no de “Mondo macabro”, conformada por los títulos más demenciales de filmografías geográfica y técnicamente alejadas de la occidental, reducida este 2013 a la mínima expresión con un solo título impropio de tal deshonor, Gritos en la noche (Jesús Franco, 1961), que debería haber sido programado a una hora menos intempestiva y con los honores que pese a todo merece su recientemente fallecido realizador–. Igual que en los años anteriores, los siete títulos que el Profesor Legendre y sus cada día más desengañados discípulos tuvieron la desdicha de visionar, más allá de su asumida condición de producciones de serie B y de su creciente apuesta por el humor (más burdo que negro, dicho sea de paso), no destacan en ningún sentido y de ninguna manera, aunque tampoco es excusa para que el jurado de la sección galardonara una de las comedias menos divertidas y menos frescas vistas en mucho tiempo en el festival.
1. 100 bloody acres (Cameron y Colin Cairnes, 2012): nada nuevo bajo el
sol
La ópera prima de los hermanos australianos Cameron y Colin Cairnes fue vendida antes de su proyección con varias y tramposas afirmaciones –el propio festival la definía como “la mejor comedia desde Zombies party”, sin ir más lejos– que acabaron resultando no ser verdad, aunque el jurado de la sección no se enterara y le acabara otorgando un premio que no merecía bajo ningún concepto. 100 bloody acres hace gala en primer lugar de un guión manido y previsible hasta decir basta, probablemente inspirado en la ridícula pero más divertida El motel del infierno (Motel hell, Kevin Connor, 1980), con dos granjeros medio retrasados que utilizan carne humana para elaborar un fertilizante que está adquiriendo fama internacional a pasos agigantados. Presenta, en segundo lugar, un tratamiento de personajes y situaciones que en lugar de remitir al casi siempre fascinante fantástico australiano, o en su defecto a las producciones estadounidenses de la década de 1970 (no deberíamos estar muy lejos del llamado “American gothic”, en efecto) o al humor típicamente británico de los principales artífices del filme anteriormente citado, Simon Pegg y Edgar Wright, remite a los más odiosos tics del horror adolescente típicamente yanqui (los protagonistas son dos chicos y una chica que forman un idiota triángulo amoroso: resulta difícil, por no decir imposible, dilucidar cuál es el más estúpido), mezclado además, sin en el menor rubor, con influencias mal asimiladas de algunas las realizaciones más populares de los hermanos Joel y Ethan Coen. Remata el desaguisado, en tercer y último lugar, una realización plana y sin nervio alguno, incapaz de suscitar en los espectadores una triste sonrisa o una risa histérica y de dotar la narración de algún tipo de atmósfera, con un tratamiento paródico de los efectos especiales sangrientos que acaba por anular casi por completo su ya de por sí mermado potencial de humor negro. 100 bloody acres es tonta, tremendamente aburrida y carece por completo de la frescura y la originalidad que nos habían prometido, aunque esto último podría obedecer más a una estrategia
comercial destinada a vender el máximo de entradas posibles (y de paso para seguir tomando el pelo de críticos y demás personal acreditado del festival) que a los abundantes deméritos de la producción en sí.
2. Battle of the damned (Christopher Hatton, 2013): Dolph Lundgren en la
tierra de los muertos vivientes
Relegado desde hace años a un discreto segundo plano de la serie B de acción en particular y de los direct-to-video en general, aunque instalado en una cómoda madurez que ya querrían para sí antiguas primeras espadas del cine de acción como Steven Seagal o Jean-Claude Van Damme, Dolph Lundgren no podía pasar por alto la fiebre o moda experimentada en los últimos años por el cine de zombies (aunque en este caso, como en tantos otros, no se trata exactamente de muertos revividos, sino de infectados por una arma bacteriológica de imprevisibles efectos secundarios). Más que un filme de terror al uso, género en el que por cierto Lundgren apenas se ha prodigado –El enviado (The minion, Jean-Marc Piché, 1998) constituye prácticamente la única excepción al respecto–, Battle of the damned es un previsible pero entretenido cóctel de acción, thriller conspiranoide e incluso ciencia ficción bélica, con un destacado papel de un implacable grupo de robots (para)militares más o menos atrofiados y fuera de control dependiendo del momento que parecen salidos del anterior filme del director, Robotropolis (2011). El desarrollo de la trama mezcla de forma tan evidente como pedestre 1997: Rescate en Nueva York (Escape from New York, John Carpenter, 1981) –el actor sueco interpreta a un mercenario enviado a una ciudad en cuarentena y plagada de infectados para rescatar a la hija de un importante empresario antes de su inminente incendio por parte de las autoridades– con La tierra de los muertos vivientes (Land of the dead, George A. Romero, 2005) –la chica en cuestión vive en un complejo turístico de lujo completamente aislado del horror del exterior y dirigido con mano de hierro por una especie de cacique apodado “El duque” (buena interpretación de David Field)–, con un dibujo plano e irritante de la mayoría de personajes secundarios (todos sin excepción perecerán de forma bastante estúpida para que Lundgren pueda escapar con la chica y, por desgracia para él, también con el prometido de ésta) y un desenlace que sacrifica la poca verosimilitud y el escaso poder de subversión que le quedaba al conjunto en aras de una espectacularidad impostada.
3. Big ass spider (Mike Mendez, 2013): nostalgia de las monster movies
La nueva película del responsable de las prescindibles The convent (El convento del diablo) (The convent, 2000) y The gravedancers (2006) se aleja del horror sobrenatural para inscribirse de forma tan modesta como intrascendente en el agotado subgénero de las 'monster movies' con insecto o animal gigante, en este caso una araña letal concebida a partir de ADN alienígena y fugada de un laboratorio de investigaciones químicas; cada pocas horas aumenta su tamaño de forma exponencial y pronto será capaz también de reproducirse, amenazando así no sólo con destruir la ciudad de Los Angeles en la que transcurre la acción sino también al mundo entero. El ejército, comandado en este caso por un Ray Wise en horas bajas y bastante aburrido, está dispuesto a todo con tal de detenerla (léase dispuesto a sacrificar todas las vidas humanas que hagan falta), aunque en un contexto prácticamente apocalíptico como el descrito los imprevistos héroes de la función serán un patoso exterminador de plagas (Greg Grunberg), un vigilante de seguridad mejicano de no demasiadas luces (Lombardo Boyar) y una soldado que parece cualquier cosa menos de élite (Clare Kramer), a la que los dos primeros deberán salvar de las garras de la araña en cuestión en lo más alto de un rascacielos a punto de ser bombardeado. Big ass spider (título que se podría haber cambiado fácilmente por otro más acertado) hace gala de unos recursos hasta cierto punto generosos o holgados para una producción de tan derivativas características –nada que ver, por suerte, con los bodrios de de ciencia ficción que pueblan la programación del terrible canal temático SyFy, por poner sólo un ejemplo–, y alterna con buen ritmo los virulentos ataques del bicho gigantesco –la brutal escena de la matanza en el parque, con todo, bebe y mucho de uno de los momentos cumbre de The host (Gwoemul, Bong Joon-ho, 2006)– con las patosas y autoparódicas evoluciones de los héroes a su pesar protagonistas, empujados por las circunstancias a hacer frente al arácnido gigante pese a no contar con los recursos ni tampoco con las ideas necesarias para salir victoriosos del envite. Mendez no pretende reinventar ni relanzar el (sub)género y hace gala de una falta de pretensiones encomiable, pero también se muestra incapaz de ir ni un milímetro más allá de lo que se espera de un filme titulado “La araña del culo grande”.
4. Hatchet 3 (BJ McDonnell, 2013): Victor Crowley, muérete de una vez
Hatchet 3 es la tercera entrega de una prescindible franquicia iniciada en el 2006 y proyectada en anteriores ediciones del festival; su principal responsable, Adam Green, firma en solitario el guión pero cede la dirección al operador de cámara de las dos entregas anteriores, BJ McDonnell, sin que pueda apreciarse, faltaría más, ningún cambio sustancial en su previsible (y previsiblemente grosera) mixtura de terror sangriento y pasado de vueltas y humor cafre y grosero. La única novedad respecto a las dos películas anteriores reside en el enfrentamiento del inmortal y monstruoso asesino de los pantanos de Nueva Orleans Victor Crowley –de nuevo interpretado por el veterano Kane Hodder y trasunto de hecho del Jason Voorhees que interpretó en numerosas entregas de Viernes 13 (Friday the 13th, Sean S. Cunningham, 1980)– con todo tipo de fuerzas de asalto gubernamentales armadas hasta los dientes, una excusa tan mala como cualquier otra para una sucesión de barbaridades que trata de desmarcarse, sin muchas ganas ni tampoco demasiado fortuna, de las tentaciones autoparódicas. Pese a una duración adecuada a la inexistencia de un guión propiamente dicho, la cinta no aporta nada al título fundacional (la segunda parte era una rápida y fácil extensión de aquél, sin más) ni puede contemplarse como una celebración desenfadada y trepidante de los principales estilemas del slasher entendido como un género que hace muchos años dejó de existir como tal; presenta, además, graves problemas de ritmo y de construcción, evidentes de entrada en el excesivo peso que tiene en el metraje una avispada periodista convencida de la existencia de Crowley (Carolina Williams) y que tratará de conseguir la exclusiva del caso persiguiendo sin tregua a la única superviviente de sus ataques (Danielle Harris).
5. Hell baby (Robert Ben Garant y Thomas Lennon, 2013): ¡Al infierno con ellos!
Firmada de forma conjunta por los multiempleados Robert Ben Garant y Thomas Lennon (actores, guionistas, realizadores, etc., el segundo debutando en la dirección de largometraje), conocidos por sus infaustos guiones de las dos entregas de la franquicia Noche en el museo (Night at the museum) iniciada por Shawn Levy en 2006, Hell baby aglutina con un tesón vergonzoso todos y cada uno de los elementos con los que nunca debería contar una comedia terrorífica (o en su defecto una parodia más o menos asumida del género): un guión ensamblado a pico y pala a partir de chistes sin gracia y
de situaciones inoperantes que se acaban repitiendo más que el ajo, por momentos diríase un cruce desaliñado y soso de La semilla del Diablo (Rosemary’s baby, Roman Polanski, 1968), Estoy vivo (It’s alive, Larry Cohen, 1974) y El último exorcismo (The last exorcism, Daniel Stamm, 2010), rematando el desaguisado unos protagonistas tan amorfos y mal dibujados que rechazan cualquier tipo de empatía o identificación por parte del respetable. Con una falsa modestia más y más indignante a medida que avanza el metraje, los propios realizadores interpretan los dos personajes a priori más jugosos de la función, dos improbables y bastante patosos sacerdotes procedentes del mismísimo del Vaticano y que fuman de forma compulsiva un cigarrillo tras otro sin que ello tenga la menor relevancia para el desarrollo de la trama; desplazados a Nueva Orleans, deberán hacer frente a la misión más difícil de sus vidas y de sus carreras: expulsar el Diablo del cuerpo de una mujer embarazada de gemelos. Las pocas ideas potencialmente interesantes de un libreto que nunca debería haber llegado a producirse son dejadas de lado nada más empezar, ningún chiste hace gracia (pero ninguno), la sangre brilla por su ausencia hasta el clímax final y las diferentes escenas, tanto las presuntamente cómicas como las teóricamente terroríficas, se suceden una tras otro sin orden, concierto, progresión dramática ni nada que se le parezca, casi como si hubieran sido concebidas a partir de las sobras de diferentes cortometrajes inevitablemente destinados al fracaso. Hell baby se erige así y por deméritos propios en la peor comedia de esta edición de Sitges, que es decir demasiado.
6. Hentai kamen / Fordidden super hero (Yûichi Fukuda, 2013): el superhéroe definitivo
La primera incursión del prolífico guionista televisivo Yûichi Fukuda en el fantástico adapta de forma más o menos fiel el escatológico manga homónimo de Keishû Andô, centrado en las penosas evoluciones de “Pantyman” (literalmente algo así como “El hombre braga”), un superhéroe pervertido que cubre su rostro con unas bragas y que constituye el inenarrable álter ego de un estudiante patoso e introvertido (Ryohei Suzuki), capaz pese a todo de cualquier cosa con tal de conseguir el amor de una estudiante que acaba de incorporarse a su clase (Fumika Shimizu). Con tan demencial punto de partida y un tratamiento prototípicamente japonés de todos y cada uno de los componentes digamos grosero-escatológicos, Fukuda trata de parodiar algunos de los más recurrentes (y en la mayor parte de los casos ya de por sí risibles) superhéroes japoneses, aunque lo hace sin acabar de dar la vuelta del todo a los tópicos y lugares comunes de los que se quería reír y con un metraje que se alarga hasta casi las dos horas en base a la repetición de situaciones y de luchas ridículas entre “Pantyman” y los distintos representantes del Mal que se cruzarán en su camino, entre ellos un profesor aplicado y a priori atento y bondadoso pero que resultará ser aún más pervertido que el protagonista; cegado de amor y como no podía ser de otra manera, “El hombre braga” acabará derrotándolo restregándole su entrepierna por la cara, tal cual… Todo aquél que no sea un fanático recalcitrante del cine japonés más pasado de vueltas y bizarro (aunque en este caso no lo sea ni mucho menos por los contenidos violentos, más bien al contrario) abandonará la sala de proyección o el sofá de la sala de estar a los cinco minutos; su programación nocturna al lado de Chimères (Olivier Beguin, 2013), producción suiza con la que no guarda la menor relación, por otro lado, es otro de los (muchos) misterios insondables de esta edición del certamen.
7. Stalled (Christian James, 2013): zombies en el lavabo de señoras
Pese a sus deficiencias y a la (casi insoslayable) impresión general de tratarse de un cortometraje alargado, Stalled es lo que más se acerca a una comedia de todas las comedias vistas tanto en Midnight X-treme como en el festival en general, modesta y consciente de sus limitaciones pero comedia al fin y al cabo, y para más señas con un característico aroma británico. Escrita y protagonizada por un cómico que hasta el momento se ha prodigado poco en la gran pantalla, Dan Palmer, parte de una premisa tan mínima como, en el fondo, ingeniosa, con un gris e introvertido operario de limpieza atrapado en el lavabo de señoras durante la celebración de una nochevieja que pronto trasmutará en apocalíptica plaga zombie. De forma inteligente, el realizador Christian James cede todo el protagonismo a Palmer, que aguanta sin problemas todo el peso narrativo y dramático de la función sobre sus espaldas (de hecho, contemplamos la acción prácticamente siempre desde su punto de vista, sin que la cámara abandone el lavabo en cuestión hasta los minutos finales) pero que, pese a todo, se muestra más inspirado en los demasiado escasos gags visuales (el momento en el que utiliza los dedos cortados de uno de los muertos vivientes como arma arrojadiza lanzándolos con un tirachinas improvisado con unos sujetadores es de antología) que en el resto. Un farragoso y a todas luces innecesario exceso de diálogos repercute de forma negativa en la consecución del ritmo adecuado para llevar a buen puerto una historia tan minimalista y hasta cierto punto delicada (por ejemplo el demasiado largo proceso de enamoramiento del protagonista con una misteriosa mujer refugiada en el lavabo contiguo y a la que nunca podremos ver el rostro), desembocando además en el tramo final hacia unos terrenos (melo)dramáticos que entran en contradicción con el tono general que el filme había mantenido hasta entonces.