publicado el 10 de enero de 2014
Desde Ashes of time, un wuxia que enervó los ánimos del público por sus planteamientos novedosos, que Wong Kar-wai no tocaba el cine de género. Para el director era un material envenenado con el que se llevaba singularmente mal después de escribir docenas de guiones adocenados para la industria de Hong Kong en su juventud. Sin embargo, aquí tenemos The Grandmaster, un producto de artes marciales, un género genuinamente hongkonés que es, quizá, una forma de reconciliarse con su pasado y encontrar el equilibrio entre su vocación de cineasta heredero de Godard y Antonioni con su naturaleza de autor de éxito internacional y, al menos con este trabajo, carne de multisalas. En la película, repleta de citas filosóficas sobre las artes marciales, un maestro ordena a su discípulo que hay que mirar atrás para seguir adelante. Bien, pues Won Kar-wai lo ha hecho. The Grandmaster es un ajuste de cuentas tanto con su propio legado como con la historia de su país, a la vez que una clave para construir su cine de ahora en adelante.
Marta Torres | The Grandmaster es la producción más cara de Wong Kar-wai hasta la fecha y seguramente la que más se ha dilatado en su ejecución, ya que fue anunciada en el año 2008. Un tiempo demasiado largo incluso para los plazos de Wong, dado a los rodajes interminables y casi improvisados que convierten a sus películas en entes orgánicos difíciles de controlar. Como en sus anteriores filmes, Wong ha participado en la producción de la película y ha contado con un equipo de afines, encabezado por el actor Tony Leung, el compositor Shigeru Umebayashi, autor de la banda sonora de Deseando amar (2000), y del director de fotografía Philippe Le Sourd, un recién llegado que encaja como un guante en el universo visual del director, barroco y delicado al mismo tiempo. La idea original de la película, como indica su título, hace referencia a Ip Man, maestro de artes marciales en la técnica Win Chun, nacido en 1893 en el sur de China, exiliado a Hong Kong después de la victoria del partido comunista y maestro de Bruce Lee. Pero las películas de Wong, como ya hemos dicho antes, son productos de múltiples facetas y esta historia mutante sobre el devenir del tiempo, el amor inalcanzable y la profundidad de los legados no es una excepción. Además, y como para enfatizar su carácter de película aún en movimiento y sujeta a mil interpretaciones, el director ha construido tres filmes diferentes –la versión china, la europea y la estadounidense, cada una con sus metrajes, matices e intenciones propias en un alarde de montaje que convierte el filme en un ser con vida propia [1].
A esto contribuye el hecho de que la película está construida a retazos, a la manera de instantes robados al devenir de la historia. En este sentido, la cámara de Wong, y la excelente fotografía de Le Sourd, parecen adoptar el papel de la luz que ilumina algunos recuerdos y deja otros en la oscuridad. Será el montaje el que extraerá luego significados al poner una escena junto a otra, convirtiendo un momento fugaz, aunque sea en medio de una pelea, en una declaración de amor. Como en toda su filmografía, el amor inalcanzable es parte indisoluble del filme de Wong. En este caso, en la forma de Gong Er (Zhang Ziyi), la hija de un maestro en artes marciales que reta a Ip Man a una pelea que el director convierte en un descubrimiento íntimo de la pasión amorosa y que el montaje (la memoria) se encarga de amplificar a lo largo de la vida de ambos.
Esta importancia del detalle, de lo fugaz, trasciende la historia de amor para impregnar toda la película. De esta forma, una mano apoyada en el hombro de su esposa puede revelar el final de una relación o unos labios pintados de carmín, insinuar una sutil condenación. Se mezclan en The Grandmaster la pasión y la muerte, la memoria y el olvido, que Wong ve como algo líquido (la lluvia omnipresente, los charcos donde se reflejan las banderas de las tropas invasoras japonesas, un entierro en un paisaje nevado o la nieve en la que entrena una joven Gong Er, como si fuera un recuerdo congelado en el tiempo). Sin embargo y frente a este devenir líquido, que podría simbolizar el paso implacable del tiempo o la muerte, la película está repleta de múltiples referencias al fuego, siempre visto como un elemento cálidamente humano (la luz que enciende la esposa de Ip Man para esperarle, las referencias a alimentar el fuego que hace un maestro de las artes marciales, la vela encendida que Gong Er asimila a la voluntad de su padre, el juramento de la propia Gong Er…), como si Wong Kar Way equipara el legado de un arte milenario, el Kung Fu, a la necesidad de mantener encendida la memoria de un instante amoroso minúsculo, fugaz e imprescindible.