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publicado el 6 de mayo de 2016

La venganza de Jane

Lluís Rueda | Tras la esperadísima Los odiosos ocho (The Hateful Eight, 2015) de Quentin Tarantino han ido goteando en la cartelera un puñado de westerns tan estéticamente añejos como poco estimables. Algunos, como Slow West (Jonh MaClean, 2015), demasiado miméticos con cierta naturaleza autocontemplativa a la manera del cine de los hermanos Cohen, otros como Bone Tomahaw (S. Craig Zahler) mutados en cine fantaterrorífico y necesaria cult movie. Incluso hemos tenido un western, El renacido (The Revenant, 2015), reinando en los Oscars en la mejor versión del casi siempre cargante Alejandro González Iñárritu. Pues cabe decir que El Renacido es tan western como Las aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson, 1972), filme capital de Sydney Polack al que le debe todo su aliento jacklondiano, si me permiten el palabrejo.

Lo último en llegar ha sido La venganza de Jane, un western correcto que apunta muchos detalles interesantes pero que concreta con cierta mediocridad lo bueno que apunta en el primer tramo del metraje. Con Jane (Natalie Portman) convertida en heroína a la manera de la Bárbara Stamwyk de Encubridora (Rancho Notorius, 1952) de Fritz Lang, o de Joan Crawford en Jonnhy Guitar (Id., 1954) de Nicholas Ray, el filme orquestado por Gavin O'Connor fija su estrategia en clásicos como el citado Johhhy Guitar o Raíces profundas (Shane, 1953) de George Stevens. La sinopsis es preclara: Jane, casada con un peligroso forajido que es perseguido por una banda despiadada ha de afrontar la protección de lo que queda de su familia con la ayuda de otro pistolero erigido en figura fantasmal e impecablemente interpretado por un rudo Joel Edgerton. Poco a poco el espectador va evidenciando que entre Jane y éste pistolero, de nombre Dan, existe un vínculo del pasado y quizá sentimental. Como vemos es una premisa harto repetida en el western clásico norteamericano, pero la diferencia es que lo que en aquellos filmes era una sugerente tensión sentimental a tres bandas, creada por el individuo que irrumpe en el rancho, aquí se convierte en una batería de flashbacks relamidos sobre los que el director sustenta la mecánica y el argumento de su personal O. K. Corral. El contraste entre el relato del pasado, casi un universo evocado y perfecto, con la cruda y polvorienta realidad malogra el espíritu de una película que pudo ser más espléndida por lo no mostrado que por la evidente sobreexposición de subrayados.

El contraste entre el relato del pasado, casi un universo evocado y perfecto, con la cruda y polvorienta realidad malogra el espíritu de una película que pudo ser más espléndida por lo no mostrado que por la evidente sobreexposición de subrayados

Pero éste es un mal crónico en muchas cintas actuales que apoyan sus bisagras en el corte clásico, la impertinente manera de sacrificar el intelecto del espectador convirtiendo en fuegos de artificio lo que pudieron ser insondables pasajes del pasado expresados en una mirada, un gesto, o la caricia de una prenda. Por lo demás, el filme resiste esos inconvenientes gracias a unas acertadas interpretaciones y destellos de pura pólvora. Otra baza a tener muy en cuenta es el magistral porte de Ewan McGregor como villano de la función.

En resumen, un western que apetece y satisface si uno aparca su sentido crítico y se deja llevar por la línea discursiva le guste más o menos. Tiroteos no van a faltar.


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