publicado el 25 de noviembre de 2016
Explicaba Nicolas Winding Refn en una entrevista que The Neon Demon nació de una imagen. Precisamente la imagen con que da comienzo la película: Jesse (Elle Fanning) tumbada en un diván como una muñeca adolescente vestida de azul con el cuello cubierto de sangre carmesí. La imagen, que en sí misma ya une dos ideas potentes: la belleza y la muerte, es solamente una representación. Jesse está en su primera sesión fotográfica en Los Ángeles, donde ha acudido en busca de fama y dinero (“soy bella, y puedo hacer dinero con ello”) y en el proceso conocerá depredadores mucho más ambiciosos. Sin embargo, The Neon Demon no se ajusta a esta idea en absoluto o, más bien, se ajusta de forma muy imperfecta: hay grietas, imágenes desdobladas, extraños símbolos… La niña inocente devorada por el star system de la moda solamente es un marco cómodo que nos permite ajustar la mirada a un discurso crítico convencional pero me temo que es también una representación, en este caso a cargo del director de la película. Tanto la primera sesión de una Jesse ensangrentada como la película en sí son un ritual de paso; para Jesse representa su entrada a Los Ángeles, para el espectador es el primer atisbo que nos permite intuir un símbolo e imaginar el verdadero significado del demonio de neón del título.
Marta Torres | The Neon Demon está construida alrededor de un concepto inasible: la belleza; y de su parte más oscura: el vano intento por poseerla. Por este motivo, el director ha situado la acción en un mundo narcisista, paranoico y cerrado; absolutamente obsesionado por la belleza y la juventud. Sus protagonistas son fantasmas en busca de atención (sólo existo si me miras, como decía la canción) y todos buscan poseer “eso” intangible que hace brillar a Jesse por encima de los demás. En palabras del diseñador de moda que descubre a Jesse: la belleza no lo es todo, es lo único. Este mundo encantado, más hiperrealista que surreal, nos muestra una realidad donde las apariencias son la explicación última del mundo. La fiesta donde llevan a Jesse la primera noche es casi una representación perfecta del infierno, la maquilladora que se prenda de Jesse, una mórbida Jena Malone, es un depredador que conoce todos los códigos de la belleza y la muerte. Los símbolos son tantos, tan simples y tan potentes, que parecen sacados de un cuento de terror gótico: la mítica de Los Ángeles, el hambre omnipresente, el predador, el instinto, el sexo, la muerte y por encima de todo, ese símbolo triangular que parece dominar cada fotograma y que nos reta a descubrir su significado. Soy bello, distante y estoy fuera de tu alcance, parece decir.
Este mundo encantado, más hiperrealista que surreal, nos muestra una realidad donde las apariencias son la explicación última del mundo.
Pero si el contenido es inasible, simbólico, la forma está tan estructurada como un acto litúrgico. Toda la película es un drama en tres partes que empiezan y acaban con un ritual de transformación. Decíamos que el filme empieza con un sacrificio incruento en el que se unen la belleza y la muerte. Imposible no pensar en Argento y su bella Suspiria al ver esta imagen, y va ligando sucesivamente otras imágenes, como sets de decorado o estaciones en un via crucis… vemos a Jesse en su primera sesión con un famoso fotógrafo, en la que un escenario dolorosamente blanco será testigo de una violación tan violenta como simbólica; vemos a Jesse transformándose en el demonio del título en lo que sería la representación abstracta de un pase de moda pero que tiene más de ritual satánico que de otra cosa… a pesar de su apuesta por enseñarnos la piel reluciente de las cosas, la estructura última de la película es la elipsis. No hay diseños, ni desfiles propiamente dichos, ni verdaderas sesiones de fotos, la violencia se intuye, ni siquiera aparece en pantalla la culminación de la historia. Al igual que su protagonista, la película se muestra esquiva, nos da el peor escenario posible y nos pide que imaginemos. Porque la belleza, como la pureza o el mal, no puede representarse. Nicolas Winding Refn ha edificado un hermoso ritual en torno al más terrorífico de los vacíos: las profundidades de la vanidad humana.