publicado el 1 de marzo de 2020
La ópera prima de José Luis Montesinos, Premio Goya por el cortometraje El corredor, es un thriller de mecánica impecable, buen pulso y carácter. Personalidad en la plasmación de las situaciones y buen hacer en el tratamiento de los espacios opresivos de la casa protagonista, una especie de limbo simbólico en el que la heroína protagonizada por Paula del Río heroína debe afrontar las amenazas desde su silla de ruedas. El campo de batalla es su propia inmobilidad, un perro afectado de rabia que acecha y la culpa por el fallecimiento en el pasado de su hermana gemela en el accidente de coche que la dejó postrada.
Lluís Rueda |
Del filme cabe destacar la maestría con que su director maneja las fases de conflicto, en la que las cuerdas en cajones y puertas pueden salvar la vida de la protagonista y como insufla una tensión sostenida durante los 87 minutos de metraje. Los ecos indisimulados a películas como Cujo (1983, Lewis Teaghe) sobre la famosa novela de Stephen King o, muy especialmente, a Atracción diabólica (Monkey Shines. George A. Romero,1988), son preclaras. Quizá en esta última con más plástica que contenido, en tanto su protagonista va en silla de ruedas y su enemigo íntimo es un primate con el que ha experimentado a voluntad. El filme arranca con decisiva voluntad de crear una atmósfera asfixiante y apoya su arranque en una interpretación sólida y ejemplar como la de Miguel Ángel Jenner, el padre de la protagonista que debe luchar contra la actitud autodestructiva de la joven –que apunta a una inmediata y dolorosa redención–, y cuya inesperada desaparición abrirá para ella la puerta de un pequeño infierno personal.
De poner en cuestión algo en este magnífico conjunto para una película sin ínfulas, valiente, honesta y con el terror psicológico como eje vertebrador, serían esas secuencias oníricas o ensoñaciones en las que el fantasma o recuerdo de la hermana fallecida toma demasiado protagonismo y acaso con un desparpajo poco sugestivo. Pero esa decisión no es tan alarmante si nos atenemos a las modas imperantes y a la mecánica de una película en que la planificación de las secuencias de horror lo son prácticamente todo y el conflicto humano no es más que un catalizador que oxigena por momentos y hace declinar un tanto el tour de force que representa Cuerdas.
Esta reformulación sagaz y disfrutable de Sola en la oscuridad (Wait Until Dark. Terence Young, 1967), otro de esos clásicos en los que la propuesta de Montesinos se mira con el respeto del debutante, viene a reconciliarnos con un cine de género autóctono que antepone la honestidad y oficio a los subterfugios autorales mal concebidos y peor perpetrados. Estamos ante una buena película que traslada el concepto de cine de supervivencia a los registros del horror psicológico de manera que uno se concede una sesión que funciona como la antesala de un buen giallo, sin serlo, de un comedido slasher sin matarife. Cuerdas incomoda desde la inmovilidad de su protagonista, la soledad, el confinamiento y la pérdida de la orientación espacio-temporal con recursos mínimos, fotografía impecable y sin acumular secuencias gratuitas ni gestos innecesarios de cara a la galería. Especial atención al momento conductos de aire en el techo, cuando menos es más todo funciona mucho mejor. Muy recomendable.