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publicado el 16 de abril de 2006

Juan Carlos Matilla | DEBUT EN LA DIRECCIÓN CINEMATOGRÁFICA DEL PRESTIGIOSO ilustrador alemán Andreas Marschall (responsable del artwork de algunos de los principales grupos de metal del mundo), Tears of Kali. Las crónicas sangrientas (Tears of Kali, 2004) fue un filme que recibió cierta atención y algunos tímidos halagos en varios festivales especializados como la Semana de Cine Fantástico de San Sebastián o el Fantasy Film Festival de Bruselas, donde fue galardonada con el Méliès de plata a la mejor película europea de género fantástico. Y lo cierto es que una vez contemplada la cinta, no entiendo como un filme tan insulso, pretencioso y con una narrativa tan torpe haya podido llamar la atención del fandom.

Al igual que sucedía con la reciente Marebito (2004) de Takashi Shimizu, el filme de Marschall parte de ciertos motivos de las mitologías orientales (en este caso de la tradición hindú) para desarrollar un relato de horror que pretende ofrecer una relectura de ciertos subgéneros contemporáneos del terror (en el caso del filme de Shimizu, el cine de horror nipón y en el filme de Marschall, el splatter alemán). Así, Tears of Kali. Las crónicas sangrientas se sumerge en el lado más tenebroso del panteón hindú para dar forma a un truculento tratado sobre la perversión y la corrupción del ser humano, cuyos despojos son mostrados con toda la crudeza posible.

A primera vista, la intención de Marschall resulta interesante: unir la demonología oriental con la paranoia de las sectas ocultistas para realizar un filme que se separe de la excesiva fisicidad del splatter germano (subgénero al que sin duda pertenece). Lo malo es que para levantar tal premisa echa mano de los peores desmanes visuales: montaje sincopado, ángulos forzadísimos, movimientos de cámara injustificados, estridentes efectos de sonido y una absoluta falta de ingenio narrativo. Todo un catálogo de subrayados inútiles y balbuceos visuales.

A todo esto, la cinta adolece de un increíble tono de pastiche difícil de disfrutar por su heterogeneidad y arbitrariedad: increíbles referencias al spaghetti western, enésimas revisitaciones de los efectos más característicos del cine de horror oriental, descarados saqueos del estilo de Sam Raimi y derivados, motivos procedentes de los filmes estadounidenses de terror bíblico (de El exorcista a La profecía), la consabida contundencia del gore alemán e, incluso, anoréxicas set-pieces de puro horror que pretenden mirarse en el espejo de los filmes esotéricos de Darío Argento.

En resumen, un mal filme que, como único aspecto a resaltar, demuestra la huella que el cine de Jaume Balagueró poco a poco va dejando en el actual cine de horror europeo. Al igual que en la reciente El internado (Saint Ange, 2004), de Pascal Laugier, aspectos tan reconocibles del cine del autor de Darkness como la combinación de texturas visuales, los inesperados efectos de montaje acompañados por sonidos estridentes, los escenarios ruinosos y enfermos, la presencia de un pasado maldito que supura entre los escondrijos de la realidad aparente o la visión casi metafísica del Mal, son perceptibles en Tears of Kali. Las crónicas sangrientas. Lástima que Marschall se haya olvidado de reproducir el máximo atractivo de la obra de Balagueró: su capacidad para generar inquietud y su dramaturgia basada en la recreación de una permanente atmósfera de amenaza, aspectos que hubieran dotado al filme de una mayor enjundia narrativa y de un acertado tono sobrenatural.


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