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publicado el 10 de mayo de 2006

Juan Carlos Matilla | CONTEMPORÁNEO DE REALIZADORES COMO TOM HOLLAND, DON COSCARELLI, JOE DANTE O JOSEPH RUBEN, la carrera de Mick Garris (verdadero estajanovista del terror de serie B y las TV movies) no goza aún de ningún título encomiable a diferencia de la mayor parte de cineastas de su generación (además de los citados podríamos ampliar la lista con otros nombres como Stuart Gordon, William Lustig o Jack Sholder). Si todo ellos poseen, a pesar de sus limitaciones generales y sus derivativas carreras, algún título destacado, la filmografía de Garris (plagada de bodrios como Critters 2, Sonámbulos o las adaptaciones televisas de El resplandor y Apocalipsis) es una de las más tristes del cine de horror estadounidense de los últimos veinte años aunque su dedicación casi exclusiva al género fantástico bien hubiera merecido algún filme lo suficientemente válido como para formar parte con todos los honores de alguna antología de horror contemporáneo. Lastrada por su condición de adaptador pseudo oficial de Stephen King y por su tendencia a las soluciones visuales efectistas, su carrera llega ahora a una de sus cotas más bajas con la flojísima Viaje a las tinieblas (Riding the Bullet, 2004), nueva adaptación de una novela de Stephen King (en este caso, Montando en la bala) que, a pesar de sus ambiciosa propuesta narrativa, naufraga estrepitosamente debido a la habitual costumbre de Garris de truncar las posibilidades expresivas del autor de Maine debido a su ineficacia a la hora de crear atmósferas opresivas y soluciones inquietantes.

La novela original (primer original que King distribuyó antes por la red que por las vías comerciales habituales) es sin duda una de las peores obras del autor de El resplandor, terrible y elocuente ejemplo del declive creativo que vive su carrera en la actualidad. Insustancial remedo de sus motivos más habituales, Montando en la bala era una pésima aproximación a su mundo más personal (dramas familiares, viajes alucinados, tributos melancólicos a los iconos del pasado, pérdida de la noción de realidad y reflejo de la locura cotidiana) pero realizado sin la más mínima preocupación formal: todo en ella parecía un work in progress, un apunte de obra en curso más que una novela acaba y meditada. Pues bien, parte de este desaguisado formal se encuentra en la adaptación de Garris quien, incapaz de dotar de una mayor profundidad narrativa al relato, lo inunda de saltos temporales imposibles, trillados flashbacks y una estructura de relato iniciático y alucinado que acaba por ahogar al filme debido a su caprichosa estructura.

Aburrida road movie trufada de inauditas fugas narrativas (desde homenajes descarados a las narraciones pulp, el cinema bis o las comedias juveniles), el compromiso de Garris con el material (que no sólo ha dirigido sino que también ha escrito y producido), puede deberse a su condición de filme fagocitador de motivos narrativos del cine de horror (la iniciación a la edad madura, las pesadillas urbanas, los traumas familiares, las atmósferas fantasmagóricas), a su estructura narrativa compleja (aunque sólo en su superficie) y al habitual poso emotivo y nostálgico de la narrativa de King (omnipresente hasta en sus peores novelas). Posiblemente Garris esperaba filmar su personal tributo a las Arcadia kingiana (a la manera del Cuenta conmigo, 1986, de Rob Reiner o de Corazones en la Atlántida, 2001, de Scott Hicks) pero, paradójicamente, ha creado uno de las peores aproximaciones fílmicas a su obra.


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