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publicado el 20 de julio de 2006

Sensación de nadar

Marta Torres | Un grupo de amigos treintañeros se reencuentran después de mucho tiempo para celebrar el cumpleaños de uno de ellos en un yate de lujo. Una vez en alta mar, deciden darse un chapuzón sin acordarse de echar la escalerilla. Quedan de esta forma atrapados en mar abierto, junto a un navío al que no pueden acceder y donde sólo se encuentra el bebé de uno de ellos. Este es el planteamiento de A la deriva, un film del director sueco Hans Horn (Easy Day, 1997) que dice estar basado en un caso real y que podría interpretarse como una exploit de Open waters, la película dirigida por Chris Kentis que animó la cartelera veraniega de hace dos años con la fúnebre historia de dos náufragos acosados por los tiburones.

Aunque parece ser que se ha buscado aprovechar el éxito en Estados Unidos de Open Water con la idea de dar un espaldarazo en taquilla a la película de Horn, ambas no son comparables ni en planteamientos, ni en atmósferas, ni en resultados. Si la primera se servía de un estilo próximo al documental para contar una tenebrosa historia sobre las últimas horas de dos buceadores perdidos en medio del océano, A la deriva se centra más en la condición humana, en detrimento de la búsqueda de atmósferas y la capacidad para generar tensión en el espectador. Si el primer filme se servía del documental y de un tono sombrío, el segundo opta por un tono colorista, que va oscureciéndose, eso sí, a medida que avanza el relato y por el abuso de un cierto efectismo al servicio de situaciones supuestamente dramáticas (imágenes ralentizadas, filtros vaporosos, montajes sincopados). Se salvan los bellísimos, y estas vez sí, dramáticos, planos de la tormenta en el mar y la secuencia final del pesquero cuando encuentra el barco a la deriva en medio del océano.

El problema de poner el acento en las tensiones personales de los protagonistas es disponer de un guión mediocre. La película abusa de situaciones tópicas y previsibles, expuestas de forma explícita y retórica, y de personajes algo encorsetados, al estilo de algunas teleseries norteamericanas, que consiguen que una situación tan intensa acabe por parecer, en ocasiones, un tanto ridícula. Sin embargo, y aunque la intención del director del filme fuera querer reflexionar sobre la fatalidad y la amistad, la película admite visiones un poco más perversas como, por ejemplo, la propia de un curioso splatter acuático, donde un singular y descerebrado grupo de amigos no deja de cometer torpezas y descuidos que les llevan a la muerte sin necesidad de que intervenga tiburón o psicópata alguno.


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