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publicado el 3 de agosto de 2006

El cine al servicio de una idea

Marta Torres |
La principal baza de Zulo, el primer largometraje del joven director Carlos Martín Ferrara, consiste en llevar hasta el límite una metáfora muy simple: vivimos en un agujero oscuro, presas de nuestros temores y sometidos a leyes arbitrarias que no alcanzamos a comprender. Para escenificar esta idea, el director se sirve de una imagen igualmente simple: el secuestro físico de un ciudadano cualquiera, del cual no sabemos más que el nombre, a manos de unos captores encapuchados que apenas hablan y que se limitan a bajarle la comida a través de un agujero en el techo de la celda. Sin razones ni motivos a los que aferrarse, el protagonista se limita a luchar para no perder la cordura.

En un acto cercano al suicidio fílmico, Ferrara nos sorprende con una ópera prima valiente y difícil, de reminiscencias kafkianas, filmada con grandes dificultades técnicas a lo largo de un año en un pozo de vino de una masia de Manresa (Barcelona) y sin apenas presupuesto; con la dificultad añadida, además, de captar la atención del espectador con un único escenario y casi un único actor protagonista, un esforzado Jaime García Arija. Aunque no se trate de una idea nueva, ya se había empleado en películas tan como Haze (2005), de Shinya Tsukamoto, e incluso Cube (1997), de Vincenzo Natali, Zulo destaca por su empeño, digamos que radical, en llevar hasta el límite el juego de metáforas, con lo que la historia se desnuda de referentes y el argumento se simplifica hasta el esquematismo. Al contrario de lo que se pueda pensar, Zulo no hace referencia a ningún secuestro real. Para el director, no importa ni la vida del protagonista, ni la de sus captores, ni los motivos que le han llevado allí. Sólo importa la idea del secuestro como tal. Esta obsesión por convertir una película en una metáfora lastra precisamente su capacidad de evocación. La relación entre el material del que está hecho el filme y lo que nos quiere contar deviene demasiado clara y precisa para que la película consiga sacar a flote nuestros miedos o nos provoque algún sentimiento, más allá de una cierta angustia física buscada además por el propio director al no escatimar en imágenes que muestran la degradación del personaje.

En un acto cercano al suicidio fílmico, Ferrara nos sorprende con una ópera prima valiente y difícil, de reminiscencias kafkianas, filmada con grandes dificultades técnicas a lo largo de un año en un pozo de vino de una masia de Manresa (Barcelona) y sin apenas presupuesto

A esta visión plana y esquemática que nos ofrece el filme contribuye su incapacidad para crear una verdadera atmósfera terrorífica o claustrofóbica. Parece que el director no se haya atrevido a jugar con la paciencia del espectador ya que alterna planos cortos y naturalistas, donde el protagonista agoniza en silencio o nos muestra las llagas de su cautiverio, con largas secuencias a ritmo de videoclip, que funcionan para marcar largos lapsos de tiempo y relajar la tensión de las escenas precedentes.

Zulo es, ante todo, una arriesgada declaración de intenciones, una película que se define por lo que no quiere ser y que apuesta por una forma de hacer cine, y cine de género, casi desconocida en nuestro país. Como declaración de intenciones es intachable, como película, se ve lastrada por la magnitud de lo que proclama. [1]

  • [1] Carlos Martín Ferrara tendrá ocasión de demostrarnos qué es capaz de hacer en cine de género en su próximo trabajo. Actualmente está trabajando en una película más convencional, Suspicios Minds, un thriller psicológico que juega con los giros de guión y los saltos en el tiempo.


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