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publicado el 8 de diciembre de 2006

Entre 'Los Munsters' y 'la famila Trapp'

Lluís Rueda | La irreverencia artística del realizador japonés Takashi Miike no conoce límites, no contempla la palabra autocensura y, sobre todo, parece adscrita a esa máxima que reza: lo importante es que hablen de uno mismo aunque sea para mal. Todo parece indicar que existen varios Miike que convergen en uno mismo, su discurso es plenamente coherente con su propensión al artificio y a la mixtura genérica. A propósito de su condición ultraviolenta encontramos a un hacedor de cartoons salvajes a la manera de Ichi de Killer (Koroshiya 1, 2001) o Dead or Alive: Hanzaisha (1999); también en su obra hallamos el rastro de un artesano capaz de facturar horror sugestivo con cierta intensidad incendiaria, el ejemplo lo hallamos en Audition (Ôdishon, 1999) o Llamada Perdida (Chakushin ari, 2003). En su faceta más canalla y juguetona topamos con un creador de pseudo-blockbusters, que las más de las veces apunta a una versión lisérgica de Tim Burton, tal y como se desprende de un filme como The Great Yokai War (Yôkai daisensô, 2005), extraña mezcla entre el universo de Tod Browning y los shows televisivos de Jim Henson. Miike es un realizador capaz de introducir en un cuento infantil a un dios que parece inspirado en las Tortugas Ninja o de inventar superhéroes como Zebra Man, que jamás será una franquicia seria dada su marcada condición contracultural.

Más cerca de esta última tendencia desinhibida que de la autoría narcisista, pero no menos ácida, de Big Bang Love Juvenile A (46-okunen no koi, 2006) (último trabajo estrenado en España) se halla La felicidad de los Katakuri, remake de una comedia negra surcoreana The Quiet Family (Choyonghan kajok, 1998) de Ji-woon Kin que en el 2001 Miike rodaría junto a cinco títulos más. La felicidad de los Katakuri es una broma elefantiásica en clave musical que debe tanto a las geniales excentricidades humoristas de los británicos Monty Phyton como al clásico musical de Robert Wise Sonrisas y Lágrimas (The Sound of Music, 1965).

Hay en esta comedia a contracorriente tal acumulación de gags que al espectador predispuesto a zamparse un menú de humor surrealista hallará un oasis de proporciones insondables. Si algo de bueno tiene el sentido del humor, bastante ganso, de este filme es que no hace excesivas concesiones a lo cafre, al chiste grueso o a la mofa facilona, aunque huelga decir que tampoco hay en él apuntes de sofisticación a la manera de la comedia clásica norteamericana.

Los Katakuri, reverso de la familia feliz y bucólica, son víctimas y protagonistas de un festival de humor freak y metalingüístico que deja a su paso cadáveres, asesinos despechados y pasajes de ópera rock tan lisérgicos que uno apenas da crédito de lo que está presenciando. Cine marciano, vodevil de frenopático o circo bizarro serían algunas de las más livianas descripciones que se nos ocurren para intentar definir este filme mutante y para mutantes. En un mundo cinematográfico donde endebles y engañosas propuestas en clave de comedia como Borat arrasan en la taquilla es de agradecer la existencia de un gran guiñol sin coartadas pseudointelectuales. Uno tiene la sensación de que Takashi Miike ha captado a la perfección, poniendo un interrogante sobre sus inmediatos referentes televisivos nipones, el espíritu de algunas series de principios de los ochenta como The Young Ones (1982-1984) o Fawlty Towers (1975-1979).

Siendo estrictos con el mérito global del filme, cabe apuntar que en ocasiones cae en excesos feístas como en esos pasajes animados tan poco digestos o en algunas capas de efectismo excesivamente televisivo (véase esos cromakey tan descuidados). Sin embargo, la voluntad paródica de Miike encuentra un terreno mucho más adecuado cuando se incentiva la iconografía tebeística, próxima al cartón piedra omnipresente en nuestra imaginería infantil catódica y a sitcoms fúnebres como The Munsters (1964-66). No pierdan detalle del guiño al videoclip Thriller de Michael Jackson, del momento karaoke a lo “Pimpinela” o de las correrías del piloto asiático de aviación que asegura ser hijo de Isabel II. Descacharrante.


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