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publicado el 15 de febrero de 2007

Terror rural sin malas intenciones

Marta Torres | Después de mucho esperar, ya está aquí el primer largometraje de Koldo Serra, el autor del premiadísimo cortometraje El tren de la bruja, ganadora entre otros premios de un Méliès de Oro y uno de Plata al mejor cortometraje europeo de género fantástico. La joven promesa del cine español, que había de recoger el testigo de manos de Jaume Balagueró o Paco Plaza, ha escogido para empezar su carrera cinematográfica en serio un thriller de terror rural y aires setenteros ambientado en un lugar indeterminado en el norte de España.

La película ha sido producida por Iker Montfort y Filmax y reproduce punto por punto las características de muchos de los proyectos de la productora catalana: un reparto internacional, encabezado en esta ocasión por Gary Oldman y Aitana Sánchez Gijón, un joven director de talento (como Jaume Balagueró en Los sin nombre o Paco Plaza en El segundo nombre); un estilo comercial y clasificable dentro de los cánones del género y una buena (si no brillante) factura técnica. A esto se añade un tratamiento algo simplista de los elementos accesorios del filme para facilitar su exportación internacional, como el lugar o la época en la que se desarrolla la acción y que no pasan de ser meros decorados exóticos.

El bosque de sombras es una historia escrita por el mismo Koldo Serra y por Jon Sagalá inspirada más o menos claramente en Deliverance, una cinta de 1972 del realizador John Boorman.

El bosque de sombras es una historia escrita por el mismo Koldo Serra y por Jon Sagalá inspirada más o menos claramente en Deliverance, una cinta de 1972 del realizador John Boorman. Deliverance es una espeluznante exploración de la violencia centrada en un escenario rural donde la alienación y la soledad acaban por derivar en un odio ciego hacia todo aquello que nos es ajeno. Filmada a pleno sol, con un estilo directo, sucio y naturalista, la cinta de Boorman se convirtió en un síntoma de la sociedad estadounidense de los años setenta: descarnada, brutal y asesina, al tiempo que era capaz de construir para el espectador unos personajes creíbles y sólidos, traspasados por pasiones humanas reales.

El guión de Bosque de Sombras plantea también una situación de desencuentro, que acaba desembocando en violencia, entre una comunidad rural, ignorante y atrasada (personificada en cuatro hermanos de un pueblo del norte de España) y un grupo de turistas de ciudad (dos parejas inglesas con ganas de cambiar de aires). Sin embargo, la cinta de Koldo Serra no tiene la fuerza plástica ni argumental de la cinta de Boorman. Se trata de un thriller blando, lento y, salvando un par de secuencias y algunas buenas intenciones, no pasa de ser un mero ejercicio de estilo.

Koldo Serra quiere llevar demasiado lejos su justificación de la violencia, lo que la convierte en otra cosa, demasiado racionalizada para ser real.

Las buenas intenciones consisten en querer justificar las razones de ambos grupos y explicarlas en función de una serie desdichada de malos entendidos; y en huir de las típicas dicotomías entre buenos y malos que suelen estar en la base de este tipo de películas. El problema básico de esta apuesta se encuentra en la endeblez de los personajes protagonistas (a pesar del esfuerzo de Lluís Homar o Gary Oldman en hacer creíbles sus personajes) y un guión que acaba por convertir estas buenas intenciones en un thriller soso que quiere quedar bien con todo el mundo. Koldo Serra quiere llevar demasiado lejos su justificación de la violencia, lo que la convierte en otra cosa, demasiado racionalizada para ser real. En otras palabras: al filme de Koldo Serra le sobran corsés y le falta "mala leche".

Hay, eso sí, un par de secuencias de buen cine en el filme, a lo que se añaden algunas ideas visuales interesantes que realzan la soledad sombría de los bosques y sus destartaladas casas abandonadas. En una de estas secuencias, Gary Oldman es invitado por un grupo de aldeanos armados a recorrer el bosque con ellos. El protagonista y sus acompañantes caminan juntos, se hablan, se mienten y se vigilan cortésmente en la soledad de los bosques en una secuencia brillante que el realizador alarga hasta el límite y que para los más cinéfilos, recuerda a El autoestopista de Ida Lupino, toda una joya del juego del gato y le ratón. Quizá el único momento de suspense de todo el filme. La otra escena consiste en un plano estático en el que el director observa de forma desapasionada el abuso sexual al que se ve sometida una de las mujeres protagonistas. En ambas secuencias, la película se deja estar de corsés argumentales y pone todos sus recursos cinematográficos al servicio de dos situaciones terriblemente reales.


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