publicado el 21 de junio de 2007
Pau Roig | INSCRITO AL PRINCIPIO DE SU CARRERA EN LO QUE LA CRÍTICA LLAMÓ EL “NUEVO CINE ALEMÁN” junto a cineastas mucho más reconocidos como Volker Schlöndorff, Michael Verhoeven o R. W. Fassbinder, la carrera de Ulli Lommel (nacido en Zielenzig, 1944) fue degenerando rápidamente hacia los terrenos del cine de serie B y serie Z más comercial y casposo. Instalado en los Estados Unidos desde finales de los setenta, realizaría, por ejemplo, uno de los filmes de terror más demenciales de los años ochenta, Satanás, el reflejo del mal (Boogeyman, 1980).
Casi treinta años después, las cosas no han cambiado demasiado, exceptuando el hecho de que ahora Lommel ya no engaña a nadie: estrenada directamente en dvd en todo el mundo, La Dalia Negra es una de las peores películas de terror producidas en lo que llevamos de siglo. Por muchos motivos, principalmente dos. El primero, por la desfachatez y la cara dura con la que intenta aprovecharse del éxito y la repercusión del filme homónimo de Brian de Palma (basado a su vez en la novela de James Ellroy), estrenado muy poco tiempo antes, sin proponer ninguna idea nueva y aún menos interesante. El segundo, tan importante o más que el primero, por la abierta incompetencia con la cuál está realizado: Lommel utiliza el crimen sin resolver de la actriz Elizabeth Short, conocida como “La dalia negra”, ocurrido en 1947, como una simple excusa para intentar construir un psycho thriller de serie Z (no hay más letras en el abecedario) que no se atrevería a firmar ni el mismísimo Jesús Franco.
Más de la mitad de metraje se reduce a los brutales asesinatos que cometen un grupo de tarados que aparentemente buscan una actriz idéntica a Short, mostrados con todo lujo de detalles y haciendo gala de un terrible mal gusto: instalados en una especie de prisión abandonada, los asesinos descuartizan todos los cuerpos, bailan con sus miembros y finalmente los esparcen por la ciudad a plena luz del día, sin que nadie vea ni sospeche nada. Las penosas investigaciones de la policía de la ciudad ocupan el resto del metraje –uno de los agentes encargados del caso lo resuelve simplemente conectándose a Internet... consultando siempre la misma página, y otro se pasa el día borracho en el mismo bar–, hasta el punto que el filme parece haber sido rodado en dos o tres días sin guión y utilizando a personas de la calle que cometieron el error de pasarse por alguna de las dos únicas localizaciones en las que se desarrolla la trama.