publicado el 25 de junio de 2007
Juan Carlos Matilla | Tras el impacto generado después del estreno de la mediocre cinta Hostel (2005), de Eli Roth (cuyo notable éxito en taquillas supuso una relativa sorpresa dentro del circuito de cine fantastique), la gestación de una secuela entraba dentro de lo razonable sobre todo si tenemos en cuenta la coyuntura cinematográfica actual, incapaz de desaprovechar los beneficios que una posible franquicia en ciernes pueda ofrecer a la industria. Así, una vez evaporado el efecto sorpresa, el único aspecto interesante y novedoso que podría esperarse de Hostel 2 (2007; Hostel: Part II), de nuevo dirigida por Roth, tenía que versar sobre si la secuela podría ofrecer algún aspecto original y personal, más allá de convertirse en un mero refrito de los principales (y escasos) atractivos del filme inaugural de la saga. Pues bien, vaya por delante que, ni mucho menos, el nuevo filme brinda algún elemento de importancia que la distancie del original sino que, mas bien, la obra no es más que una descarada nueva edición (ampliada pero no corregida) del primer título.
Al igual que otros filmes cercanos en el tiempo (como El retorno de los malditos, 2007, de Martin Weisz; Los ojos del mal, 2006, de Gregory Dark; o Turistas, 2006, de John Stockwell), Hostel 2 es un filme mediocre en sus formas dramáticas y huérfano de personalidad y soluciones ingeniosas pero que, por lo menos, disfruta (al igual que el resto de títulos referidos) de un pátina de obra agresiva que encara el terror desde un prisma molesto, poco acomodaticio y propenso a la plasmación sin coartadas morales de la violencia. De hecho, todas estas obras deben valorarse hoy en día como una acertada celebración de lo insano, de lo ominoso, que destaca en una época de total asepsia en el género, cada vez más incapaz de generar una mínima inquietud. Quizás el disfrute de los motivos más epatantes de estas horror movies dependerá de los idearios éticos y estéticos de cada espectador (allá cuál con su cruz) pero no cabe duda de que la narrativa fantastique nunca debería perder la intención de sacudir a la audiencia proponiendo juegos crueles que funcionen como un espejo en el que reflejar algunos de los vicios más preocupantes del ser humano. Así, estos filmes pueden funcionar como proyecciones en clave gore de aspectos tan íntimamente ligados a la mentalidad contemporánea como el sadismo, el miedo a lo extraño (o extranjero), la despersonalización o la pérdida del contacto con la verdadera realidad que nos circunda. Otra cosa es que todas estas películas funcionen como reflexiones maduras y ricas sobre estos temas. En el caso de Hostel 2, está claro que no.
Burda acumulación de tópicos sobre el bestialismo del ser humano (muy alejada de las brillantes aproximaciones al imaginario sadiano de filmes como Las colinas tienen ojos, 2006, de Alexander Aja, Los renegados del diablo, 2005, de Rob Zombie, o Wolf Creek, 2005, de Grez McLean), el filme de Roth no funciona ni como filme de género (ya que abusa de una masiva cantidad de tópicos y clichés como la ausencia de perfiles psicológicos de enjundia, la infantilización de los diálogos o una evidente torpeza dramática) ni como obra que otorgue diversos niveles de lectura al espectador (debido sobre todo a su incapacidad por extraer algún tipo de reflexión de una dramaturgia tan leve y fastidiosa). Pero, sobre todo, la principal razón de su insignificancia es que, por encima de la mera exposición de secuencias impactantes por su crudeza, el filme hace gala de la más absoluta vacuidad. Todo se limita a un tétrico (pero bastante tontorrón) gran guiñol, sin profundidad en el horizonte y repleto de estridencias visuales. Sin estilo y sin discurso, Hostel 2 avanza de manera torpe y tediosa hasta naufragar ya no en el ridículo sino en la más absoluta indiferencia.
Además, otra de las razones del desaguisado es la ausencia de una puesta en escena verdaderamente poderosa que ayude a conformar un lenguaje maduro y otorgue personalidad al relato. Salvo algunos (escasos) momentos (como la muy conseguida escena de tortura en la que encontramos ecos de las tenebrosas fechorías de la condesa Erzhebet Bathory, el atractivo segmento de la subasta de víctimas o el interesante juego de vampirización de personalidades que se establece entre víctima y verdugo en una de las últimas secuencias del relato), todo el resto del filme respira un aire de molesto déjà vu, de insignificancia narrativa y de letargo dramático. Al igual que ocurre con algunas entrevistas de Quentin Tarantino, resulta curioso leer en las diversas declaraciones que Roth ha manifestado a la prensa que algunos de los referentes utilizados durante la gestación de Hostel 2 fueron filmes de Sergio Martino, Aldo Lado o Fernando di Leo, hacedores de algunos de los títulos más extremos del horror europeo que, a pesar de su irregularidad y escaso presupuesto, gozaban de un tono muchos más desasosegante y brutal que el filme de Roth. Quizás se deba a que había una intención narrativa detrás de ellos y no sólo una ausencia de modestia artística como en el caso de este presunto auteur de la nueva posmodernidad del cine de horror que, en lugar de adecuar su discurso a los hallazgos del pasado del género, pierde el tiempo en explicitar los guiños, citas y homenajes a un cine pretérito.