publicado el 15 de marzo de 2008
Blanca Vázquez |
Toda película que albergue en su interior al menos una idea sugestiva, un trasluz de ingenio o algún momento perfecto es merecedora de atención. El cine de terror, con o sin brochazos gore, es un género que está renaciendo de las cenizas de su propia saturación, y está provocando el interés de espectadores, como es mi caso, que lo miraban de refilón. Ahí están éxitos recientes como 1408, Saw , Monstruoso y los fenómenos españoles El orfanato o Rec que captan un mayor espectro de interesados. También están las que recurren al socorrido asesino en serie, a poder ser con un amplio abanico de veleidades macabras, moviéndose en los podridos callejones de los suburbios urbanos, -a los que estamos más habituados gracias a los seriales televisivos-. Si a eso añadimos la cada vez más ilimitada violencia de las bandas callejeras, el género puede abarcar un 'mix' entre thriller policial, 'psychothriller', gore noir, o terror urbano, donde no hay más monstruo que el ser humano.
Reconozco que me he acercado al cine con el expreso deseo de encontrar otros metrajes, autores, ideas, tramas con ciertas tácticas cinematográficas innovadoras, y en mi camino intuía que WaZ podía encerrar más de una sorpresa. Efectivamente, una película que ha pasado tan silenciosamente por la gran pantalla, merece un reconocimiento del espectador avispado que se arriesgado con ella. WaZ, opera prima del cineasta británico Tom Shankland asombra por la inteligencia con la que está concebida y rematada, y más si tenemos en cuenta que el realizador viene del mundo televisivo. Si bien no debería de sorprender tanto a aquellos que saben de la calidad de muchas series británicas o estadounidenses. Limpia de secuencias farragosas, no podemos, sin embargo, evitar cuestionarnos algún que otro cabo suelto que podía haberse resuelto mejor pero que, por otro lado, no contamina el conjunto.
Con estimulante originalidad Shakland nos conduce desde la mera investigación de un caso excesivamente violento (lo que puede parecen un simple trabajo policial) al miedo y la monstruosidad que es capaz de albergar el ser humano. Sin perder en ningún momento el ritmo, y con una inquieta fotografía resultado de cámara al hombro, no hay sobresaltos del espectador, pero sí encogimientos de estómago
Shankland no es un cineasta con una gran carrera a sus espaldas, no tiene placa de oro en la puerta de su camerino. A lo sumo acumula dos nominaciones a los BAFTA por dos cortometrajes y un par de premios de festivales británicos. Tampoco sus actores son unas 'star' con caprichos, aunque si estupendos profesionales que hemos visto pulular como secundarios por películas varias.
En las confluencias con el estilo de la estupenda Seven -sin llegar a la redondez ni solidez visual de David Fincher- y compartiendo pesadilla en común con la prometedora y futuro estreno The midnight meat train de Ryuhei Kitamura, a WaZ no le falta personalidad propia, inteligencia de estilo, ni inspiración temática y estructural. Para empezar la idea del guión surge del mundo de la ciencia, (real, por supuesto), la genética para ser exactos.
Con un enfoque antropológico su idea terrorífica nace a partir de la ecuación algebraica del científico George R. Price, W-Delta-Z (el WaZ del título, con la que intentaba demostrar que no existe el altruismo en los seres vivos, que no somos más que una masa de genes de herencia, sin mayor responsabilidad. Genes que no nos condicionan, por naturaleza, a proteger a nuestra mismo grupo ante el ataque externo. Es decir que no aguantamos ni un pellizco por salvar a nuestra abuelita. Hemos visto desfilar por la gran pantalla todo tipo de psicópatas jugando a ser científicos locos. WaZ se desliza por los mismos fangos, un tanto convencional al arranque. Sin embargo, poco a poco la cinta de Shakland va relacionando una aureola más personal entre el propio psicópata y sus policías-cazadores, consecuencia de una grave y violenta circunstancia pasada.
Dos son los temas principales que dan pie al análisis después de ver esta película. Lo que ya es mucho, teniendo en cuenta que la mayoría no pasan del momento de atención prestado en la sala, y a veces ni eso. El amor y hasta cuanto queremos, sería uno. Otro asunto a destacar sería el de la tortura y el ciudadano ultrajado convertido en su propio justiciero. Asuntos éstos más que controvertidos por su actualidad social y política.
Con una fotografía oscura, de tonos grises, que le proporciona una atmósfera tétrica y metálica muy determinada, junto a unos primeros planos que remarcan miradas y gestos llenos de matices comienza WaZ como una película policíaca al uso, patinando en los terroríficos suburbios neoyorquinos de violentas bandas callejeras, confidentes y policías que no hacen ascos a las drogas.
Dos policías, el duro, experimentado y recio Eddie (el sueco Stellan Skarsgard, ex actor fetiche de Lars von Trier) y la novata y valiente Helen (Melissa George) son los encargados de resolver una serie de asesinatos macabros llevados a cabo a los miembros de una de esas bandas callejeras. Desorientados en un principio por los métodos empleados, la investigación conduce irremediablemente a un hecho del pasado que tiene mucho que ver con uno de los agentes.
Con estimulante originalidad Shakland nos conduce desde la mera investigación de un caso excesivamente violento (lo que puede parecen un simple trabajo policial) al miedo y la monstruosidad que es capaz de albergar el ser humano. Sin perder en ningún momento el ritmo, y con una inquieta fotografía resultado de cámara al hombro, no hay sobresaltos del espectador, pero sí encogimientos de estómago.
Piensen por un momento que cantidad de dolor físico serían capaces de soportar para evitar la muerte de un ser querido. ¿Es el hombre por naturaleza altruista con su grupo más cercano, su familia?. Definir el comportamiento humano con una fórmula tiene, sinceramente, un cariz muy abstracto. De hecho el genetista Price acabó como una regadera, perdido entre páginas evangélicas y el desprendimiento de toda posesión material.
WaZ fue una apetecible competidora en el pasado Festival de Sitges 2007. Con un final inesperado, su estructura evita que el espectador adivine el final al poco del comienzo del metraje, y de al traste con la conclusión. Es más, el espectador permanece en la oscuridad hasta el mismo final, lo que no es moco de pago para una cinta considerada menor. El director británico ha evitado la exhibición gratuita de vísceras, que personalmente a mi me producen risa, manteniendo el clímax en una lúgubre lucha sicológica que revista a la cinta de una identidad propia. Admitamos que hay algún que otro bajón, especialmente en el desarrollo de la investigación y el poco aprovechamiento actoral del resto de compañeros policías. Así como en el uso de la música, (obra de David Julyen), demasiado evidente y molesta en ocasiones, con un efecto artificioso en muchas escenas.
Alejada del pastichismo de las habituales 'serial killers', y realizada con sobriedad, WaZ es un estimulante plato cinéfilo. Un elegante 'film noir'.