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clásicos modernos

publicado el 5 de julio de 2005

Las alcantarillas de Sunset Boulevard

Tim Burton hizo con ‘Ed Wood’ en 1994 el mismo ejercicio que realizó diez años antes con el horroroso chucho de su cortometraje ‘Frankenweenie’ (1984): resucitar un monstruo y contar a través de sus ojos una bella historia. Pero ese ficticio ejercicio de reciclaje adquiría en el personaje de Ed Wood una dimensión desconocida por Burton hasta el momento: brindar una segunda oportunidad, una prórroga, al peor realizador de la historia y dicho sea de paso, rendir un sentido tributo al oficio de director de cine.

Lluís Rueda | La filmografía de Tim Burton está repleta de personajes marginales, inadaptados como Pee-Wee, Batman o Eduardo Manostijeras, seres inocentes instalados en un mundo competitivo y cínico que el realizador retrata desde la mirada del monstruo.

Esos frescos de realidad a través de los ojos del diferente son precisamente el particular mundo de pesadilla para el que el director de Burbank (Los Angeles) ha sabido aplicar su talento como dibujante reconvirtiendo esta faceta en un instrumento básico para la creación de espacios y decorados singulares. Burton puede contarse entre los pocos directores contemporáneos a los que podríamos atribuir la etiqueta de artista sin que ese adjetivo quedase adscrito exclusivamente a su talento como realizador. Sus películas tienen una identidad propia que van más allá del lenguaje cinematográfico, cada plano en ellas es como un barracón de feria en el que adentrarse para recorrer con calma y degustar los detalles.

Como un arquitecto alucinado, un caricato de las vanguardias, el realizador juega a estirar y a arrugar los esquemas del expresionismo, se apropia de los aspectos más lisérgicos del pop, introduce el elemento gótico en la comedia costumbrista y como un excéntrico científico crea fantásticos inventos mecánicos para maravillar al niño que él ha soñado como espectador. Ese es el sentido de su obra, una constante búsqueda en los márgenes de lo contracultural, que mediante un proceso de depurado reciclaje nos plantea una realidad subjetiva sutilmente tamizada por una iconografía común para todos. Burton nunca ha obviado la cultura popular; el pop como herramienta para abarcar cualquier discurso por escabroso que pareciese a priori.

Como un arquitecto alucinado, un caricato de las vanguardias, el realizador juega a estirar y a arrugar los esquemas del expresionismo, se apropia de los aspectos más lisérgicos del pop, introduce el elemento gótico en la comedia costumbrista y como un excéntrico científico crea fantásticos inventos mecánicos para maravillar al niño que él ha soñado como espectador.

Ya desde sus comienzos el director de Big Fish dio una gran importancia a la puesta en escena en sus trabajos, por encima de cualquier otro aspecto el realizador confiaba en atrapar al espectador mediante el impacto visual, y películas como La gran aventura de Pee-Wee (Pee-Wee´s Big Adventure, 1984) eran un catálogo de bocetos a desarrollar en el futuro, un álbum de cromos sobre el que derivar otras historias. Y en eso ha consistido la carrera del director, en una particular evolución estética y visual que nos ha legado obras maestras como Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, 1990); blokbusters insuperables como Batman Vuelve (Batman Returns, 1992) o divertidas comedias negras como Bitelchús (Beetlejuice, 1988). Pero fue en 1994 cuando Burton decidió dar un giro formal a su carrera como director renunciando a alguno de sus característicos sellos de identidad realizando una película de bajo presupuesto, con decorados realistas y personajes históricos por la que casi ninguna de las grandes productoras con las que había trabajado quiso apostar. Pero hubo una, la Disney, la misma productora donde un Burton adolescente comenzó a hacer sus pinitos como dibujante y a soñar con el futuro. En 1976 ganó una beca para asistir al Instituto de Artes de California (Cal Arts), fundada por Walt Disney. Se trataba de un programa que el estudio había creado el año anterior para preparar a futuros animadores.

El proyecto de Ed Wood era una gran oportunidad para el realizador de deshacerse de ciertos tópicos vertidos en el pasado, como aquel que se refería a él como un excelente diseñador de decorados sin talento para dirigir actores. Tras el éxito de Batman Vuelve y la película de animación Pesadilla antes de Navidad (Tim Burton´s Nightmare before Christmas, 1993), dos obras que dejaban el listón muy alto a nivel creativo, Burton se desnudó de todo barroquismo formal y decidió adaptar un guión de Larry Karaszewski y Scott Alexander sobre la figura del considerado peor director de la historia del cine: Edward D. Wood Jr.

La idea de substituir a la alienada Norma Desmond por el Drácula de las películas de terror de la Universal, Bela Lugosi (un personaje real atrapado en un mundo de ficción hasta el mismo día de su muerte), ofrecía la posibilidad de substituir el glamour del Hollywoood dorado por las alcantarillas de la serie Z.

El director de Batman siempre había buscado historias para llevar a la gran pantalla con las que pudiera sentir cierta empatía y el guión de Ed Wood ponía en su camino una historia de perdedores que malvivían a la sombra de la gran industria hollywoodiense, lo que suponía una oportunidad inmejorable para poner patas arriba la idea del sueño americano, y por qué no decirlo, también de ajustar algunas cuentas con la industria.

La posibilidad de recrear el sórdido mundo del Hollywood de los cincuenta en una comedia plagada de trágicos personajes se ajustaba perfectamente al discurso alternativo de Burton; iconos populares como Bela Lugosi tratados desde el punto de vista de la tragicomedia a buen seguro hicieron pensar al realizador en un clásico como El crepúsculo de los dioses (Sunset Boulevard, 1950) de Billy Wilder. La idea de substituir a la alienada Norma Desmond por el Drácula de las películas de terror de la Universal, Bela Lugosi (un personaje real atrapado en un mundo de ficción hasta el mismo día de su muerte), ofrecía la posibilidad de substituir el glamour del Hollywoood dorado por las alcantarillas de la serie Z, y de esa manera profundizar sobre las miserias de una profesión, la de actor, que casi siempre, erróneamente, va asociada a una mítica poco realista.

Por otro lado, Ed Wood suponía un alter ego perfecto para Burton, los ojos del monstruo a partir de los cuales deformar la realidad, y como el protagonista de Eduardo Manostijeras, este Edward Wood Jr. solo podía tener el rostro del actor Johnny Depp. La siguiente decisión fue rodar la película en blanco y negro, para así retratar mejor el espíritu de la época, y después contar con el compositor Howard Shore para la banda sonora en sustitución de su inseparable colaborador desde los inicios, Danny Elfman, con el que por entonces mantenía algunas diferencias. Esto suponía otro de los cambios más radicales, un cambio más simbólico que rupturista, pues Shore que ya había demostrado un talento excepcional en los filmes de David Cronenberg, aplicó su música a la imaginería burtoniana de un modo tan brillante que pocos echaron de menos a Elfman.

El reparto se completaría con Martin Landau como Bela Lugosi, Sarah Jessica Parker y Patricia Arquette como primera y segunda novia de Ed Wood, y entre la pandilla de freaks que acompaña a Wood en sus andanzas encontramos a Jeffrey Jones (como el futurólogo Criswell), Bill Murray (la locaza Bunny Breckendridge), Lisa Marie (la presentadora de origen finés Vampira) o George "The Animal" Steele (como el luchador profesional reconvertido en actor Tor Johnson) por citar algunos de los más destacados.

El filme de Tim Burton se centra en los comienzos de Ed Wood como director, tras combatir en la segunda guerra mundial se traslada a Hollywood con la idea de emular la carrera de su venerado Orson Welles. Pese a las negativas obtenidas, Wood nunca pierde la esperanza, y su inquebrantable vitalidad, contagiosa, le lleva a reunir a un grupo humano de lo más peculiar con el que creará algunas de las consideradas peores películas de la historia del cine. El filme se centra en el rodaje de tres de ellas: Glen or Glenda (1954), Bride of the Monster (1955) y Plan 9 from Outer Space (1959).

La escasez de medios, y el nulo talento de Wood hacen que ciertas secuencias de esas películas, tratadas por Burton con especial cariño, constituyan en si mismas auténticos gags visuales, y ese distanciamiento respetuoso del director a la hora de reinventar el pasado (una especie de complicidad con el propio Ed Wood) refuerzan sobremanera la idea de autenticidad de las mismas. El resultado plástico es sorprendente, el exquisito trabajo de fotografía de Stefan Czapsky da una dimensión wellesiana a una puesta en escena que intenta recrear un caos subjetivo desde la perspectiva ordenada y pulcra de la mirada de Burton, y ese es el acierto, la voluntad del director de dar una segunda oportunidad a todo ese material, de darle lustre. La paradoja está ahí, Burton recrea el rodaje de algunas de las peores películas de la historia y su particular interpretación convierte ese material en una auténtica obra maestra de la comedia moderna.

Ese pequeño milagro fílmico nos muestra el estrecho margen entre lo que puede ser una medianía o una gran obra; en tiempos en que se reivindica la cultura basura [1]como la auténtica panacea del underground, esta obra de Tim Burton disecciona como pocas el asunto y nos muestra la fuerza del humor absurdo entendido como arte subversivo. El resultado no tiene paliativos, las películas de Ed Wood vistas hoy tienen una fuerza atrayente innegable, el caos y el horror técnico que suponen para el espectador hacen de ellas un producto realmente hipnótico (una especie de estupefaciente similar al que proponen ciertos programas de TV etiquetados como basura).

Secuencias de rodaje reinterpretadas por Tim Burton como la de Bela Lugosi luchando contra un gigantesco pulpo de goma a las orillas de un lago en plena madrugada o las de el interior de una supuesta nave espacial consistente en una cortina y dos sillas dan muestra de lo expuesto anteriormente: Ed Wood es un adorable vehículo que nos conduce hacia las entrañas del más puro y desnudo surrealismo. En el capítulo de las interpretaciones habría que destacar en primer lugar al veterano Martin Landau, su capacidad de mimetismo con el actor húngaro Bela Lugosi es absolutamente deslumbrante. Landau retrata a un Lugosi anciano y politoxicómano que encuentra en Wood una nueva oportunidad para volver a trabajar; el patetismo que rezuma el actor húngaro, su decadencia y su ternura, ganan mayor fuerza al recordar el icono del poderoso Drácula que un día interpretara a las órdenes de Tod Browning en 1931. El trabajo de Landau supuso un merecidísimo Óscar de la academia al mejor actor de reparto, un premio que sin duda reconfortaría al mismísimo "no muerto" Bela Lugosi. Con el personaje del mítico actor húngaro, Burton, rendía un sentido homenaje a un género, el terror, con el que siempre se había sentido identificado y de paso tributaba de la manera más hermosa posible a otro de los iconos del cine de su niñez. Recordemos que ya hizo lo propio con la figura de Vincent Price en su emotivo papel de padre-científico en Eduardo Manostijeras.

Pero si la interpretación de Landau fue excelente, no lo fue menos la de Johnny Depp, brillante en su caracterización de Ed Wood; vitalista, neurótico, apasionado, leal, sensible, incomprendido y tan monstruo como cualquiera de los protagonistas que pueblan la particular galería burtoniana. Un monstruo ideal para el que Burton ejerce de demiurgo. Como un Caligari calculador, Burton utiliza la mirada del maldito, del excluido, para retratar las miserias del género humano. Johnny Depp es posiblemente el mejor actor de su generación, su técnica gestual y su capacidad de improvisación hacen de él un todoterreno que brilla especialmente en la comedia (posiblemente el género más complejo).

Landau retrata a un Lugosi anciano y politoxicómano que encuentra en Wood una nueva oportunidad para volver a trabajar; el patetismo que rezuma el actor húngaro, su decadencia y su ternura, ganan mayor fuerza al recordar el icono del poderoso Drácula que un día interpretara a las órdenes de Tod Browning en 1931.

El Ed Wood creado por Depp paradójicamente supone el personaje más íntegro de la carrera como director de Tim Burton. Un personaje que por primera vez asume su diferencia y afronta el mundo real con la cara bien alta: reivindica su derecho a ser diferente, a llevar ropa interior de mujer, a utilizar jerseys de angora y a rodar lo que a él le venga en gana, y en cierto modo su pequeño triunfo se consuma al ser aceptado tal cual por su segunda novia Kathy O´Hara (Patricia Arquette) en una preciosa escena en el túnel de una atracción de feria de "La casa del terror".

El tratamiento del realizador hacia la figura de Wood es siempre respetuoso, en ningún momento pretende ridiculizarlo. Si algo en este filme parece caricaturesco se halla precisamente en la pulcra puesta en escena de los rodajes que Ed Wood llevó a cabo. Los platillos volantes colgados de hilos, las cruces del cementerio de cartón o los imposibles diálogos de Lugosi están recreados tal cual se dieron en sus filmes. Este biopic no es más que un tributo, un respetuoso y bello homenaje al oficio de director, un fuera de campo que nos muestra las entrañas de la serie Z fundiendo feísmo y nostalgia sin rubor; toda una declaración de principios.

El filme fue un fracaso de taquilla, pero debido a su bajo presupuesto, la factoría Disney no sufrió pérdidas importantes. En cambio, la crítica se rindió de inmediato ante la obra maestra que había perpetrado Burton con las piezas de un particular desguace sentimental. El realizador estadounidense había hecho su película más desnuda, más impersonal desde el punto de vista de la producción artística, y en cambio había concretado como nunca su particular discurso (la eterna reivindicación del outsider) en un puñado de personajes marginales que alimentaban sus sueños a través de la fantasía de la gran pantalla. Al igual que el mismo Burton esos personajes amaban la pequeña parcela de libertad que suponían sus películas; adoraban el cine más allá de cualquier ambición personal.

Ed Wood es uno de los homenajes más bellos nunca realizados a la figura del director de cine y en mi modesta opinión supone la mejor película hasta la fecha de la carrera como realizador de Tim Burton.

  • [1] Cultura basura, bibliografía recomendada: Mondo Buldog, Madrid, Temas de Hoy; autor, Jordi Costa
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