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publicado el 13 de junio de 2008

Con permiso de la víctima

Marta Torres | El cine se ha enfrentado en incontables ocasiones a la adaptación a la gran pantalla de casos sonados de asesinato, en su mayor parte luctuosos. Para hacerlo, se ha optado por múltiples soluciones y puntos de partida con resultados desiguales que van desde Criaturas celestiales (1994), una aproximación personal y onírica, de naturaleza fantástica, a las profundidades no necesariamente oscuras de una mente trastornada, a la fallida, por simplista, Ted Bundy (2002). La amplia gama de tonalidades abarca también el documental costumbrista o trillers al más puro cine negro en el que el asesinato sirve al director para descomponer la realidad mítica de un lugar o una época (La Dalia Negra, Hollywood Land).

An American crime se acerca a uno de los crímenes más horrendos e inexplicables de los que guarda expediente la justicia estadounidense. Sucedió en Indianápolis en 1965 y tuvo como víctima a una joven de 16 años, Sylvia Likens, torturada hasta la muerte por Gertrude Baniszewski, sus hijos y un grupo de vecinos adolescentes amigos de éstos. Los padres de Sylvia, feriantes, la habían dejado junto a su hermana Jenny al cuidado de la señora Baniszewski tres meses antes a cambio de 20 dólares al mes. Getrude Baniszewski, de 37 años, asmática, separada, madre de 7 hijos y con graves problemas económicos, torturó a la joven durante semanas e instigó a sus hijos y amigos a hacer lo mismo. Su teoría era que la niña merecía un castigo ejemplar por ladrona, mentirosa y “prostituta”. El caso levantó pasiones en su día y fue considerado como el asesinato más atroz cometido contra una sola persona en el estado de Indiana (Estados Unidos).

Tommy O’Haver, hasta ahora autor de comedias ligeras como Ella. Encantada (2004), conoció el caso en 1985 cuando leyó en la prensa que la asesina Gertrude Baniszewski había abandonado la prisión. Era por entonces un estudiante de la escuela superior y acababa de leer la novela “El señor de las moscas” (William Golding, 1954), un libro que pone de manifiesto lo poco que separa nuestra vida civilizada de la vida salvaje, con lo que no pudo evitar establecer semejanzas con el caso Likens. Al igual que ocurría en el libro, la familia Likens casi al completo había perdido contacto con la realidad y se había ensañado con un ser indefenso sin mostrar remordimientos de ninguna clase. En este caso, el ser humano había traspasado la frontera de lo inconcebible.

De aquí que la intención de O’Haver sea retratar esta transición y mostrar cuan cerca está la perversidad humana de la superficie de nuestra vida cotidiana. Para conseguirlo, el director ha optado por una solución visual y narrativa a medio camino entre las texturas realistas y la sugerencia dramática. A pesar de estar construida en base a las declaraciones que se efectuaron en el juicio, el film se aleja del tono documental o del thriller judicial (aunque posee elementos de ambos géneros) para acercarse a los mecanismos habituales de un filme de terror. En este aspecto, podría compararse a las premisas que guiaron la adaptación a la gran pantalla de otro caso real, la muerte de Anneliese Michel, en El exorcismo de Emily Rose (2005) de Scott Derrickson. Ambos filmes también comparten una primera parte excelente, donde el horror penetra poco a poco en la vida cotidiana de una adolescente seguida de un final donde este in crescendo terrorífico se pierde por los desagües de lo políticamente correcto. An American Crime parece no poder superar el momento en que se aleja la ambigüedad y el horror se vuelve explícito, hecho que se produce cuando Gertrude Baniszewski, una escalofriante Catherine Keener, cruza definitivamente la frontera de la insania y condena definitivamente a la joven Sylvia (interpretada con mesura por Ellen Page, actriz vista en Hard Candy y Juno).

Pero la decisión más discutible del tratamiento que nos propone Tommy O’Haver se encuentra en el punto de vista escogido. En una elección que tiene más consecuencias morales que estéticas o narrativas, el filme An american crime escoge a la víctima como narradora de su propio asesinato. Este subterfugio moral forzado por el guión, y que, repito, no tiene más consecuencias en el filme que una voz en off al principio y al final de la película y un par de escenas escapistas, tiene la extraña virtud de dar carta blanca al director para contarnos un crimen horrible sin faltar al rígido corsé de lo políticamente correcto. Esta decisión, tomada seguramente con la mejor de las intenciones, convierte un filme más que interesante y bien rodado en una aproximación cobarde al mal que intuimos en algunos fragmentos y que se desarrolla justo en los márgenes de lo que nos muestra O'Haver.


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