publicado el 20 de junio de 2008
Marta Torres | La serie B es una excelente batidora de ideas. Lejos de las ínfulas autorales del cine independiente, otorga tanto a cineastas y productores como al público un espacio suficientemente amplio para experimentar, mezclar y remezclar géneros y contenidos propios y ajenos. Son constantes de este tipo de producciones el bajo presupuesto, la copia, el bastardismo estético y la relajación moral, lo que al contrario de lo que pudiera parecer, crea un clima estupendo para cierta creatividad libre y azarosa que recicla, engulle y recrea a su manera las formas estereotipadas del cine más convencional. La serie B, además, busca como su hermano mayor (la serie A) el éxito comercial, aunque sea mediante la venta de DVDs, si bien su menor coste hace rentable experimentos dirigidos a públicos minoritarios, de aquí que sea habitual su tendencia hacia el cine de género y los 'exploits'. De esta papilla creativa surgen a veces destellos interesantes, monstruos infumables o auténticas maravillas (Detour de Edgar G. Ulmer o todo el cine negro de serie B de comprendido entre 1930 y 1950 serian un buen ejemplo de ello), aunque las más de las veces se trate de simples producciones alimenticias dirigidas a paladares hechos a la cantidad y no a la calidad.
El visitante de invierno es un ejemplo de las contradicciones de este tipo de cine que en España se conoce no como serie B sino como cine de bajo presupuesto. El filme se encuentra a medio camino entre la serie Z, el exploit, la remezcla, las ambiciones comerciales y ciertas ínfulas de autor más cercanas a la sensibilidad de un fan curtido en los videoclubs. La película que nos ocupa es una coproducción catalano-argentina dirigida por Sergio Esquenazi, joven realizador con un par de largometrajes de terror realizados para el mercado estadounidense. La génesis del filme nos remite tanto a la serie Z como al cine independiente. El guión lo escribió el mismo director en cinco días y la película se rodó en 28, la producción es sencilla aunque resultona. Excepto un par de escenas donde fallaron los efectos especiales digitales (el After Effects no lo puede todo), el filme tiene el suficiente empaque para hacerse pasar por un thriller de terror al uso y venderse en el mercado internacional [1], que era el objetivo prioritario de Cinemagroup, principal productora de la película; aunque en ciertos momentos se nos ponga en la cara la sonrisa condescendiente de quien está viendo el trabajo de un colega estrenado en un centro cívico.
La película es una batidora de referencias de todo estilo y época. Mediocre si se toma en serio, encantadora si nos ponemos a su altura, el filme desarma por su absoluta candidez hacia los filmes que recrea, copia o reinventa. El armazón de la historia podría ser La ventana indiscreta (Rare Window, 1954) de Alfred Hichcock, si no fuera porque recuerda más a su remake Disturbia (Id., 2007) de D. J. Caruso con fugas espirituales a todo tipo de filmes de psicópatas asesinos, thrillers sobrenaturales a lo Balagueró o Amenábar, incluso recuerda a La reencarnación de Peter Proud. Lo interesante de lo que nos propone Esquenazi es la absoluta descomposición de los filmes y las escenas en las que se inspira: el director corta y pega sin pudor con absoluta seriedad una escena de hospital que nos remite directamente a La noche de Halloween o a Argento, y compone tanto apariciones fantasmales del asesino venidas directamente del cine oriental como secuencias en una caravana en medio del bosque que tanto podrían ser de Viernes 13 como de Las colinas tienen ojos. La película es un filme de terror sin ironías, para adolescentes serios e incomprendidos que mezcla el 'vouyerismo' con la psicopatía y la reencarnación. Un cóctel no del todo indigesto servido con el estilo subrayado y efectista del autor novel en busca de discurso propio. Gustará bastante a los fans del horror de brocha gorda e intenciones transparentes.