publicado el 9 de enero de 2009
Lluís Rueda | Este que les habla lleva reivindicando la figura y la importancia de Jaume Balagueró como director de vocación internacional desde sus inicios, su cine tiene algo diferente, rabiosamente contagioso y sincero. No es fácil facturar buen cine de género sin robar ideas, cuando no secuencias enteras –puede darse por aludido Sr. Amenábar-, y sinceramente creo que el fantástico español atesora una nueva generación de autores-realizadores excepcionales que no son precisamente ni el citado Amenábar ni el paladín Eduardo Bayona –El Orfanato es un filme tramposo, ideado para ajenos a la cultura del suspense-: Pienso en nombres de la talla de Nacho Vigalondo, Elio Quiroga, Nacho Cerdá, F. Javier Gutiérrez y con intermitencia el bueno de Paco Plaza, cuya opera prima El segundo nombre (2002) me evocó al Roman Polanski más abrumador. Dicho esto, y antes de dejarme nombres en el tintero que lamentaría en los positivo y en lo negativo, reivindico de nuevo, como ya hice hace un par de temporadas, REC como uno de los filmes de terror más estimulantes de la presente década.
Pero hoy toca hablar de su remake americano, de Quarantine, una producción que se debe a la ideosincracia obcecada de un público norteamericano que malfía de lo extranjero y se niega a leer un solo subtítulo. Hay quien dice que los tontos son felices en su despreocupación, y yo siempre he creído que los teennagers americanos, desde los tiempos en que el tío Roger Corman les vendiera sus ‘fantastic-chicken-films’ a base de material de derribo, son felices y dichosos. La cultura norteamericana dispensa un material sin complicaciones formales y con coartada ética, por ello, a pesar de su proceso de destilación, Quarantine, es un producto digno y lo suficientemente salubre. Lo celebro por las hijas de las madres norteamericanas que tiñeron sus braguitas impolutas cuando vieron por primera vez en la gran pantalla a Michael Myers en La noche de Halloween (1978) de John Carpenter. Quarantine no dará más que para un par de sobresaltos y un dolor de cabeza inmisericorde a causa de la arbitraria solución escénica y la sensación de epilepsia a saldo. Con este remake del realizador John Erick Dowdle, queda en el tintero lo más interesante de REC: la ácida crítica al racismo, a la homofobia, al clasismo, la contundente carga ética contra falsos programas televisivos de vocación social cuando no son más que amarillistas montajes guionados, eso, me perdonarán, en lo que concierne a valores de peso que, entiendo, hacen más universal el cine de horror. Respecto al formalismo, lo visual, lo acontecido mediante al engaño de la cámara, Quarantine también pierde muchos enteros. La planificación, milimétrica, del falso plano secuencia de REC, es un portento en tanto se debe a las pautas del guión y no deja un ápice a la improvisación, Quarantine, en cambio, resulta en exceso caótica, porfía a la acumulación y al histerismo visual lo que el filme de Plaza y Balagueró era falsamente casual, una estrategia de la impostación que se debía al suspense, al mecanismo del horror.
Con todo, y perdiendo enteros, Quarantine es interesante en cuanto a versión pirata, exploit deleznable abocado a la estrategia de la desvergüenza (algo de lo que sabían mucho algunos directores italianos del horror de la década de 1980: Bruno Mattei, Lucio Fulci, Antonio Margheriti, etc…). La ceremonia del horror a destajo, en ese sentido, es positiva, Quarantine entretiene ya que parte de un material tan bueno que es difícil desbaratar a no ser que el equipo de producción sea tan zombi como los propios inquilinos del edificio en cuarentena: ya digo, no parece el caso.
Es difícil hacer una crítica aislada sin caer en la comparativa, si obviamos REC, este remake es un producto decente pero esporádico y descentrado, su discurso no es circular y sus aristas son inexistentes, las subtramas se han borrado de un plumazo y la explicación que se nos da del fenómeno paranormal es nimia y nada convincente.
Yo les recomiendo que se adentren en REC, la proximidad del original (ambientado en un edificio del ‘Eixample’ de Barcelona) es insuperable y produce el doble de insania. Que quieren que les diga, en cuanto a zombis norteamericanos, el padre del invento (cónsul de los traumas post-Vietnam) es el bueno de George A. Romero: aún sigue en activo y su último filme Diary of the Dead (2007), espléndido, complementa a la perfección con la honestidad de REC. No se dejen engañar por las RECbajas de enero.