publicado el 28 de abril de 2009
Pau Roig | Lejos de disminuir, la fiebre de remakes de filmes de terror, asiáticos o no, sigue campando a sus anchas en Hollywood, tanto que parece incluso que cualquier película, por personal, surrealista, buena o mala que sea, es susceptible de ser versionada aunque por el camino pierda su idiosincrasia e incluso su razón de ser –caso de las mediocres Pulse (Id., Jim Sonzero, 2006), Llamada perdida (One missed call, Eric Valette), The eye (Visiones) (The eye, David Moreau y Xavier Palud) o Retratos del más allá(Shutter, Masayuki Ochiai), estrenadas en el 2008–, se convierta para bien o para mal en algo distinto –Dark water (Id., Walter Salles, 2005), Reflejos (Mirrors, Alexandre Aja, 2008)– o, como ocurre ahora con Presencias extrañas –en menor medida ocurría también con The ring (La señal) (The ring, Gore Verbinski, 2002)– no vaya mucho más allá de la recreación respetuosa, lo que no es poco en los tiempos que corren.
Presencias extrañas es el remake, inesperado y de hecho imposible, de Dos hermanas (Janghwa, Hongryeon, 2003), uno de los más aclamados y exitosos filmes de terror oriental de los últimos años. Inspirado en una leyenda tradicional coreana, el filme firmado por Kim Ji-woon era una particular –y muy personal– relectura del mito del doble y de la escisión de personalidad (en menor medida, o no, también de la locura), cuyo elaboradísimo trabajo de puesta en escena y ambiguo desarrollo narrativo resultaba particularmente difícil de trasladar a los rígidos esquemas de una producción hollywoodiense. No resulta extraño, por ello, que Presencias extrañas no pretenda recrear en ningún momento la particular atmósfera, densa, turbia, pero al mismo tiempo luminosa de la producción coreana, ni tampoco jugar con la sugerencia o la ambigüedad: la película explicita de entrada todo aquello que Ji-woon sólo sugería a través de los diálogos o de las relaciones entre los (muy pocos) personajes mediante un trabajo de dirección cuidado hasta el más mínimo detalle. Al cuarto de hora de metraje incluso el más inocente espectador dudará de la existencia de Alex (Arielle Kebbel), hermana de la desdichada protagonista, Anna (Emily Browning), recién salida de un hospital psiquiátrico y atormentada todavía por la muerte accidental de su madre enferma, ocurrida un año atrás. Anna sigue sin recordar las circunstancias del terrible suceso y muy pronto constatará con horror que su padre (David Strathairn) vive ahora con la enfermera que cuidaba a su esposa, Rachel (Elizabeth Banks). Sólo Anna habla y se relaciona con Alex, ignorada por el resto de personajes y sin ningún peso en el desarrollo de la acción, al mismo tiempo que Alex es la única que anima a la protagonista a investigar el pasado de su madrastra, a quien ambas creen responsable del accidente.
Presencias extrañas pone de inmediato sus cartas encima de la mesa, aligerando de paso la densidad emocional, por llamarla de alguna manera, del filme original con la inclusión de algunas subtramas que no enriquecen especialmente el desarrollo de la acción pero que tampoco lo entorpecen demasiado, caso del amigo de Anna, interpretado por Jesse Moss, testigo de los acontecimientos de aquella fatídica noche. Más allá la simplificación de la historia, el principal demérito del filme reside sin embargo en la más bien anticlimática resolución, y decimos anticlimática porque se ve a venir casi de entrada: la marcada subjetividad con la que Charles y Thomas Guard enfocan la historia –evidente en las relaciones de la protagonista con su hermana, pero también en la terrorífica visualización de Rachel, convertida a los ojos de Anna en una psicópata dispuesta a cualquier cosa para quedarse con su padre– evidencia, demasiado pronto, que la larga estancia del personaje en un hospital psiquiátrico quizá no ha dado los frutos esperados. La decepción, además, es doble, porque Presencias extrañas se aleja con decisión del estilo y de la atmósfera del filme Kim Ji-woon con un trabajo de puesta en escena de sorprendente y muy bienvenido clasicismo que la sitúa claramente por encima del grueso de remakes de películas asiáticas estrenados hasta ahora.
A nivel visual, el filme está espléndidamente construido, desmarcándose de manera radical del estilo narrativo imperante en el cine de terror estadounidense del momento; Presencias extrañas ofrece a cambio una delicada pieza de cámara que mima la composición y la profundidad del encuadre y la descripción de espacios, mérito notable teniendo en cuenta que nos encontramos ante la ópera prima en el terreno del largometraje de sus dos directores. Como si se tratara de una suerte de variación actualizada de El otro (The other, Robert Mulligan, 1972), muchas de las escenas transcurren a pleno sol durante el día y reflejan un paisaje casi idílico que contrasta con la maldad o en todo caso la oscuridad que se esconde tras él; resulta brillante, en este sentido, la visualización de la pequeña caseta de madera junto al agua, al lado de la casa del padre de Anna, una construcción pequeña y preciosa pero que es, no por casualidad, el sitio en el que ocurrió el accidente. Con un ritmo pausado pero sostenido y apoyados en todo momento en las excelentes interpretaciones de Emily Browning y Elisabeth Banks (el personaje del padre es de lejos el peor trabajado, y es una lástima), los hermanos Guard prácticamente no recurren a los sustos por desgracia tan habituales en este tipo de producciones y, cuando lo hacen, estos resultan forzados y fuera de lugar, caso de las dos apariciones del (monstruoso) fantasma de la madre. Los directores en ningún momento disimulan su principal modelo de referencia, la obra maestra de M. Night Shyamalan El sexto sentido (The sixth sense, 1996), más bien al contrario. Es probable que las comparaciones entre ambos filmes no le hagan ningún bien a Presencias extrañas, una película bella y hasta cierto punto arriesgada pero demasiado lastrada por su forzada condición de “remake de una película de terror oriental”: uno no puede dejar de preguntarse si no hubiera sido mejor, y más fácil, haber hecho otra película sin recurrir a un material ya existente.