publicado el 1 de marzo de 2005
Juan Carlos Matilla | Tengo la impresión (y ojalá me equivoque) que la acogida del último filme de Pedro Almodóvar va a estar muy condicionada por dos factores externos. Por un lado, la magnitud del éxito obtenido con sus dos obras anteriores (Todo sobre mi madre y Hable con ella) provocará un alud de comparaciones innecesarias que no beneficiarán a su última obra ya que ésta se desmarca en parte de las anteriores porque no explora las pautas clásicas del género melodramático y prefiere acercarse a las constantes del cine negro más sombrío. Además, la polémica producida por las declaraciones del cineasta contra la acción del PP tras los atentados del 11 M lo convertirán, si la cordura no se impone en según qué sectores, en el objetivo de las críticas de las plumas más intolerantes y reaccionarias del país. Y, sinceramente, sería una lástima que el interés de la prensa no se centre en los valores intrínsecos de La mala educación porque estamos ante una de las mejores películas del creador de Átame.
La mala educación supone el regreso del Pedro Almodóvar menos acomodaticio tras la experiencia algo insatisfactoria de Hable con ella, un filme en el que el director manchego mostraba un innecesario enfoque aburguesado y adocenado a pesar de la brillantez de la puesta en escena. En su anterior filme parecía que el realizador tuviera alguna necesidad de prestigiar su obra mediante la inclusión de referentes de alta cultura (como Pina Bausch o Caetano Veloso) mientras realizaba una de su obras más complejas desde el punto de vista moral y narrativo. A Hable con ella le sobraba afectación formal y le faltaba un mayor grado de pasión y arrebato.
En cambio, su último filme recupera el universo más característico de su autor: homosexualidad, travestismo, pasados traumáticos, represión, destinos fatales, experiencias sexuales al límite, amores desatados y, sobre todo, rescata uno de sus temas más provocadores que no reflejaba con tanta intensidad desde la época de Matador o La ley del deseo (quizás con la excepción de Tacones Lejanos y Carne Trémula aunque en menor medida): la unión entre pasión y crimen. En los filmes de Almodóvar, el deseo atrapa a los personajes, los paraliza, los sacude y los condena sin remedio y, en algunos casos, la obsesión que sufren por poseer al objeto de deseo es el factor desencadenante de la tragedia ya que, en las ficciones más sórdidas del universo almodovariano, el amor irracional permanece ligado a la muerte y la atracción va siempre unida a la destrucción.
El filme narra, mediante un soberbio uso del flashback y el manejo de los distintos niveles narrativos, la historia del reencuentro entre dos jóvenes, un director de cine (encarnado por Fele Martínez) y un actor (Gael García Bernal), que viviron una historia de amor durante su infancia mientras estudiaban en un colegio de curas dirigido por el padre Manolo (Daniel Giménez Cacho), un clérigo torturado y pederasta que los separó a causa de la atracción que sentía por uno de ellos. A partir de aquí la película se convierte en un mórbido arabesco lleno de engaños, sorpresas y falsas apariencias. Identidades que se suplantan, deseos silenciados, chantajes morales, cine dentro del cine y mucha mala baba, son algunos de los motivos principales que utiliza Almodóvar para conformar una acertada representación de las miserias humanas y de las múltiples facetas del individuo. Esta última idea es uno de los logros más brillantes de La mala educación ya que la ambivalencia de los perfiles psicológicos de los personajes (sobre todo en el caso del padre Manolo), que muestran diferentes caras y roles a lo largo del metraje, convierte al filme en una de las experiencias más estimulantes del cine del realizador manchego. Imprevisible y totalmente inesperada, su última obra es la película menos ligera y la más desoladora de toda su filmografía, quizás con la excepción de La ley del deseo, filme con el que establece más de un paralelismo.
Ferviente entusiasta del guiño y el collage referencial, Almodóvar llena la pantalla con continuos homenajes a otros filmes (Vértigo, La bestia humana, Thérèse Raquin, Perdición) y los integra a la perfección en su discurso personal que, en esta ocasión, está acompañado por una sugerente puesta en escena llena de hallazgos (como el inquietante travelling que recorre el cañizal durante el primer acoso del cura, los hooperianos planos del interior de la productora del director o el curioso efecto de montaje en el que una gota de sangre que se desliza por la frente del niño parte en dos el plano) y por un excelente trabajo de interpretación de los actores (a los ya citados hay que añadir los soberbios papeles de Javier Cámara, Francisco Boira y Lluís Homar). Por último, no creo que La mala educación haga cambiar de opinión a los detractores del cine de Almodóvar, que son legión, pero por lo menos demostrará el talante inquieto y inconformista del director, un artista siempre a la búsqueda de nuevas formas visuales con las que explorar su personal (y pasional) universo.